“Jesús recorría las ciudades y los pueblos predicando y enseñando la Buena Nueva del Reino de Dios, lo acompañaban los doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades; María llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que lo ayudaban con sus bienes”
(Lc 8, 1-3).
Este es el Evangelio de san Lucas, que nos propone la liturgia del día de hoy, y a mí me parece impresionante, cómo Jesús tiene estos personajes.
Son los apóstoles que van caminando con Él, están estas mujeres que también son llamadas por el Señor, muy bonito todo lo que hacen, acercan a otras personas a Dios.
Todos nosotros, como cristianos hemos sido llamados a ser apóstoles, ahora este es el momento de la llamada, el momento en que Jesús está con ellos, está caminando.
JESÚS SE VA AL CIELO
Sin embargo, llega un momento en que luego de estar con ellos se va, después de su Muerte y Resurrección, pasa con ellos una época y luego se va.
Se va a los cielos, está a la derecha de Dios Padre, que es de donde vendrá a juzgar a vivos y muertos, sabemos bien, porque lo recitamos todos los domingos en el Credo.
TRANSMITIR EL MENSAJE DE LA BUENA NUEVA
Sin embargo, los apóstoles se quedan, estas mujeres se quedan y tienen que aprender a transmitir ese mensaje de la Buena Nueva a todas las personas que le rodean.
Tú y yo, estamos en el mismo punto, hemos recibido un mensaje fantástico del Señor, que tenemos que aprender a transmitir.
VIVIR EL MANDAMIENTO DEL AMOR
Y como los apóstoles, como María Magdalena, como Susana o como la esposa de Cusa, todos tenemos una forma de ser, cada uno tiene una forma distinta de entender las cosas y de llevarlas a la práctica.
Sin embargo, hay algunas reglas que van para todos, por supuesto hay que vivir los mandamientos y hay vivir el mandamiento del amor.
SER MÁS APÓSTOLES
Por eso, en esta meditación, vamos a hablar sobre algunas cosas que hacen que seamos «poco apóstoles», porque nos quitan esa eficacia.
Es lo que podemos comparar con una enfermedad silenciosa, que aparentemente casi no se notan los síntomas; como el colesterol, por ejemplo.
Que exteriormente no se nota, si una persona lo tiene muy alto, pero poco a poco va a ir estrechando las venas y si no se toman las medidas adecuadas.
Se come menos grasa animal, más aceite de oliva, tomar pastillas, el efecto puede ser devastador, un ataque al corazón o incluso la muerte.
Hay cosas que hacen lo mismo en el corazón del cristiano, que van quitándole la posibilidad de ser apóstol, que van haciendo que nos volvamos tibios, que van quitándonos esa dignidad de hijos.
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO
Acuérdate de la parábola del hijo pródigo, el hijo mayor muestra lo que es un hombre tibio, se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerlo, no sabemos si su padre le convenció y si este hijo al final entró a la fiesta.
Queda claro que este hijo no se dejaba guiar por el amor, sino como máximo, por el sentido del deber.
ABRIR LOS BRAZOS AL PRÓJIMO
Y nosotros nos dejamos llevar por el amor de Dios, cuando abrimos nuestros brazos al prójimo y con ese amor, nos quedamos como vibrantes para saber disculpar, para saber quitar las cosas no van.
La tibieza es una enfermedad peligrosísima, pero hay otra enfermedad que a veces puede estar un poco más oculta, que es lo que le pasa al hijo mayor, en la parábola del hijo pródigo, es el resentimiento.
Un resentimiento que tal vez puede tener inclusive, un inicio como positivo.
De hecho el hijo mayor de la parábola, se queda resentido con el hijo menor, que ha desperdiciado toda la herencia de su padre, que le ha faltado el respeto, por así decir, tenía motivos justificados.
SABER DISCULPAR
A veces, en la relación con otras personas, nos puede pasar que nosotros también vemos justificado el poner distancia con otras personas, aunque somos apóstoles, pero vemos la necesidad de distanciarnos, de ponerle en la lista negra, de tachar a algunas personas.
Pero ojo, porque esto no es cristiano.
Y esto hace que poco a poco perdamos el fuego del primer amor, como dice el Apocalipsis, en el capítulo II, que nos vayamos haciendo tibios, porque el corazón se va volviendo cada vez más duro.
Hay algunas personas que han empezado el camino de santidad, pero luego lo abandonan, porque no pusieron los medios suficientes para perseverar.
Y es por eso, una enfermedad, que se da especialmente entre aquellas personas que son llamadas por Dios de algún modo especial.
EL RESENTIMIENTO NOS SECA POCO A POCO
A veces los mismos sacerdotes o religiosos, gente que se ha consagrado a Dios de alguna forma y que luego han permitido que esta enfermedad de la tibieza o del resentimiento, les vaya secando poco a poco.
Hay que aprender a cuidar el corazón, y las heridas que sufrimos se quedan en el alma con rencor y malos deseos. Y de eso hay que vaciarlo, porque sino esos resentimientos empiezan a pudrir el alma.
Si quieren experimentar la gracia de una libertad plena en el amor, lo primero que deben de hacer, es:
- aprender a cuidar el corazón
- a vaciarlo de resentimientos
que lastiman y que anclan a una situación en la que puedes secarte y vivir como en un estado de sufrimiento.
VACIARLO DE RESENTIMIENTOS
El resentimiento se refiere a ese proceso, como repetitivo de traer al recuerdo un mal sentimiento anidado en el corazón, junto con los eventos asociados a ese recuerdo, que producen irritación o furia.
Por eso hay que quitarlos, quien en su vida ha experimentado la traición, la injusticia o la burla, como que forman parte de esas heridas que casi obligan a quedarse incrustadas en el alma.
Con el recuerdo, el rencor y el deseo práctico de una dulce venganza, que van arruinando el corazón.
Esto lastimosamente, le puede pasar a las personas más buenas y claro, algo pasa y empiezan a volverse tibias, empiezan a ver que su corazón no funciona bien.
Hay que aprender a cuidar el corazón.
MANCHAN COMO EL CARBÓN
Cuentan de un niño que entró a su casa, dando patadas en el suelo y gritando muy molesto y su padre que estaba saliendo hacia el jardín, a hacer unos trabajos en la huerta, le llamo para conversar, vino el niño, desconfiado, lo siguió, no sin antes decirle forma irritada:
“Papá te juro que tengo mucha rabia, Pedro no debió haber hecho eso conmigo, por eso le deseo todo el mal del mundo, tengo ganas hasta de matarlo”
y su padre, un hombre sencillo, pero lleno de sabiduría, le estaba escuchando con calma a este hijo, que continuaba diciendo:
“imagínate que el tonto de Pedro me humilló enfrente de mis amigos, yo no acepto esto, me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir mas a la escuela”
y el padre, sigue escuchándole y luego le llevó a la esquina del garaje, donde sacó un saco lleno de carbón y le llevó hasta el final del jardín, el hijo miraba callado, y antes de que pudiera decir algo, el padre le propone lo siguiente:
“Ves esa camisa blanca que está en el tendero, hazte a la idea de que esa camisa es Pedro y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él,
LIMPIAR
quiero que le tires todo el carbón que hay en el saco hasta el último pedazo y después yo regresaré para ver cómo quedó”
Y efectivamente, el niño lo tomó como un juego y empezó a lanzar los carbones, pero como el tendedero estaba lejos,
pocos de esos carbones llegaron a la camisa, una hora después el padre regresó y le pregunto:
“hijo, ¿Qué tal te sientes? Cansado, pero alegre le di una lección a Pedro, y sonreía, acerté con algunos pedazos de carbón en la camisa”,
y el padre tomó al niño de la mano y le dijo: ven ahora a mi cuarto quiero mostrarte algo y al llegar al cuarto, le colocó frente al espejo,
para que vea todo tu cuerpo, que susto se pegó el niño, estaba negro y sólo se le veían los dientes y los ojos; en este momento el padre le dijo:
“Hijo cómo pudiste observar, la camisa quedó un poco sucia, pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú”.
EL MAL QUE DESEAMOS A OTROS SE NOS DEVUELVE
El mal que le deseamos a otros, se nos devuelve y multiplica en nosotros, por más que queramos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre quedan en nosotros mismos.
Esto es lo que pasa en la vida de todos los cristianos cuando guardamos estos resentimientos, nos quedamos sucios.
LIMPIARSE EN EL PURGATORIO
Alguna vez, le he dicho a alguien, “mira si no quitas esto, vas a tener que limpiarlo en el purgatorio”, personas que no se hablan por años, líos de herencias, líos de celos, líos que hacen que tengamos estas tonterías en el corazón.
Pues hay que quitarlas, porque estamos llenos de carbón. Esos pensamientos y esos deseos afean nuestra alma.
En este rato de oración, se lo vamos a pedir con todo el corazón a Dios que nos ayude a cambiar, a limpiar, a no permitir que esta enfermedad del resentimiento se anide jamás en nuestro corazón.
La Virgen María nos va a enseñar a quitarlo rápido, porque Ella es la primera interesada en que nos llevemos bien como hermanos.
Excelente reflexión, me hizo muy bien. Tengo que aprender a perdonar y PERDONARME, no sirve guardar resentimientos. Gracias
Excelente reflexión, me hizo muy bien. Tengo que aprender a perdonar y PERDONARME, no sirve guardar resentimientos. Gracias