AMEN A SUS ENEMIGOS
En el Evangelio de la misa de hoy escucharemos una de las exigencias más fuertes que salen de la boca de Jesús:
“Amen a sus enemigos”
(Mt 5, 44)
Es una de las frases más características de la doctrina cristiana, de las enseñanzas de Jesús.
Es una frase que rompe con todo lo que se decía hasta ese momento, no solo entre los judíos sino entre todos los pueblos de la época. No es una novedad, por ejemplo, que se hable del esfuerzo por ser bueno, por hacer el bien con los cercanos, por dirigirse a Dios, por amarlo con corazón. Pero amar a los enemigos, eso sí que es una propuesta rompedora.
Jesús mismo nos decía que hasta el momento la enseñanza era:
“»Amen al prójimo y odien a su enemigo»
pero Él, haciendo un contraste decía:
Pero yo les digo: «Amen a sus enemigos»”
(Mt 5, 43-44).
Y quizás nos pasa que nos parece una gran exigencia pero en el fondo no la tenemos tan presente. Por un lado no tenemos grandes enemigos. No somos Harry Potter, a quien persigue un mago malo, malísimo, que lo quiere destruir para hacer el más poderoso para poder vencer por fin al bien y quedarse con todo el poder.
PERDÓN QUE NACE DEL AMOR
Tampoco somos Frodo Bolsón, que tiene que destruir un anillo que están buscando los más poderosos del mundo (son 9 espíritus que persiguen a Frodo para robarle el anillo y devolvérselo a Sauron). Yo no soy ni Harry Potter ni Frodo.
Uno puede pensar, yo estoy tranquilo en mi casa, en mi trabajo, haciendo lo mío. No odio a nadie con todas mis fuerzas, espero que nadie me odie a mí tampoco. Y por otro lado si hay conflicto quizá preferimos evitarlo, evitar a las personas que los causan y a veces nos escondemos un poco sin intentar resolver esas diferencias, sin centrarnos en el mal y evitando abrir de nuevo esas heridas.
Hace un tiempo escuché la historia de una señora, de un país de nuestro continente americano, que había perdido a su marido y a su hijo en manos de grupos guerrilleros. Ella, por distintos motivos, se ocupó de cuidar en el lecho de muerte al asesino de su marido y luego también le tocó curar y cuidar al que había matado a su hijo.
Y los cuidó como si fueran su propio marido y su propio hijo. Los perdonó con un perdón que no era una mera resignación, aceptación, sino que en un perdón que nacía de lo profundo de su corazón, del amor que tenía ella por todo el mundo. Y eso la llevó a perdonar, a amar a cada una de esas personas profundamente.
LO QUE NOS HACE VERDADERAMENTE FELICES
Y ese amor llevó a las personas que habían recibido todo eso, todo ese cariño, todo ese cuidado, a comenzar un camino de conversión, de salvación. Historias como estas nos ayudan a entender esta exigencia cristiana y tantas otras que nos hace el Señor.
A veces nos pueden parecer, a primera vista, como extrañas o incluso inútiles pero que en el fondo son las cosas que nos ayudan de verdad a ser felices.
Nos damos cuenta al mirar a las personas que no perdonan, que tienen resentimiento en su corazón, que son amargas, son personas tristes, no aman a sus enemigos, no aceptan esas diferencias. Y están tristes, vacías, se refugian en sus dolores y no son capaces de salir de sí mismas.
¿Cuántas veces, quizá tú y yo, hemos experimentado esto con cosas grandes y con cosas pequeñas? Sobre todo estas últimas, cosas pequeñas. Al mismo tiempo vemos cómo personas, como esta señora, que se ha librado, que ha soltado el peso de su rencor, de su dolor, que ha aprendido a amar y entonces ha sido inmensamente feliz.
Podemos buscar en nuestra experiencia ver personas que nos rodean que han aprendido a amar y han aprendido a perdonar y cómo esas personas son las que de verdad son felices. San Josemaría nos decía en una ocasión que él no había necesitado aprender a perdonar porque el Señor le había enseñado a querer.
EL PERDÓN Y EL AMOR SON UN REGALO DE DIOS
Ahí está el centro de lo que podemos meditar hoy en estos 10 minutos: el perdón, el amor, no son cosas que no hacen de nuestro corazón simplemente, sino que son un regalo de Dios. El Señor me ha enseñado a querer, Él es el que nos da este regalo. Por eso, en este campo y en todas las exigencias más difíciles del Evangelio, necesitamos acudir con confianza al Señor.
¿Cuántas veces cuando tengo dificultades acudo al Señor? Tú y yo nos podemos preguntar esto ¿Cuándo acudo al Señor? Cuando tengo dificultades ¿Voy a Él? A veces nos parece que tenemos que lograr las cosas con nuestras propias fuerzas, como que deberíamos ganarnos el amor de Dios. Como si fuera un premio al que tenemos que acceder.
A veces pensamos que tenemos que comprar la Misericordia de Dios, pero eso es imposible. No podemos comprar ese amor, no podemos ganarnos el perdón. Primero porque no tiene precio. Es algo tan grande, tan grande que nos supera por todos lados. Y en segundo lugar, porque ese amor ya está disponible para nosotros, ese perdón ya está disponible.
Jesús murió y resucitó, por ti y por mí, para que pudiéramos acceder a ese amor y a ese perdón de manera gratuita. Por así decirlo, Jesús ya compró ese amor para nosotros y ahora nos toca aprovecharlo, parece fácil. El orden de los factores aquí sí altera el producto.
EL ORDEN DE LOS FACTORES SÍ ALTERA EL PRODUCTO
Pasamos a esa regla de la multiplicación de que el orden de los factores no altera el producto, aquí si. El amor de Dios se derrama primero sobre nuestros corazones, como dice san Pablo: Es como una semilla y con esa semilla podemos hacer crecer una planta, un árbol.
El amor de Dios es como esa semilla de mostaza, como dice Jesús en el Evangelio, que parece la más pequeña de las semillas. Pero que si la cultivamos, la cuidamos, hará crecer un árbol maravilloso. Si la semilla no está, por mucho que trabajemos la tierra no saldrá nada. Si está la semillas pero no la trabajamos tampoco tendrá frutos.
Dios quiere que tú y yo acojamos la semilla y la trabajemos para que dé muchos frutos. Pidámosle juntos hoy al Señor que nos dé la semilla y que nos dé también las fuerzas para cuidarla, cultivarla, para hacerla fructificar mucho. Que nos ayuda a vivir las exigencias de la vida del cristiano porque solos no podemos.
Tú y yo somos débiles, sabemos que solos no podemos. Necesitamos que Jesús nos llene el corazón con su amor para poder amar a todos como Él nos ama. Para que podamos ir haciendo todo lo que Él nos pide en cada momento. Que podamos (como esa señora que decíamos mas atrás) perdonar de corazón y no solo perdonar, amar de corazón amar de verdad.
LA VIDA ES UN VIAJE EN DONDE EL SEÑOR HACE TODO
No solo a nuestros amigos, a los que están alrededor, a los que nos quieren, sino sobre todo a aquellas personas que, entre comillas, no merecen nuestro amor pero sí que lo merecen porque son hijos de Dios. ¿Cómo podemos llegar a eso? Abandonándonos en las manos del Señor, pidiéndole a Él que nos ayude a querer con el amor que Él nos da.
El Señor nunca nos deja solos, Jesús nunca te va a dejar solo. Si la vida cristiana se asemeja a un viaje podemos decir que (es una comparación posible) el Señor es quien nos manda la dirección, el que nos deja el auto, el que nos llena el tanque, el que nos marca el camino, es la voz del Waze que nos guía, es la voz del GPS que nos va dando las indicaciones.
El Señor es el que hace todo, pero quiere que nosotros queramos. Si yo no me decido, si no como el manubrio del auto, si no aprieto el acelerador, no avanzaremos nada. Terminamos este rato oración, le pedimos a Jesús que nos dé todo esto, que nos ayude a decidirnos a comenzar este viaje.
Hace unos días celebramos la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y le podemos pedir ahora que nos llene el corazón con su amor, que nos ayude a querer a través de su corazón, que nos ayude a amar como Él ama a todos. “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío” “Inmaculado Corazón de María, que seas la salvación mía” “San José y todos los Santos del Cielo intercedan por mi”.