Hace unos días, visité unos amigos y estaban muy contentos, sobre todo ella, porque habían conseguido una nueva lámpara para el comedor. Se puede graduar, tiene luz blanca, tiene luz amarilla, se le puede poner más intensidad o menos intensidad y dependiendo del momento y de la hora, ¡estaban felices!
Hay varios restaurantes también así, con esa luz progresiva que se puede graduar, calcular, y me quiero servir ésta imagen, para comenzar este ratico de oración.
LA VERDAD MORAL
Recordarás que hace ocho días hablábamos con Jesús de la verdad moral. Y ese día terminamos la oración con la siguiente consideración: “Jesús, muchas veces me pregunto, ¿por qué no escribiste un libro con todas las cosas claritas para que nos facilitaran mejor la forma de vivir?
Saber que las cosas no son relativas. Que existe el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Lo que Jesús hizo fue vivir. Jesús vino para enseñarnos lo que es un hombre, y cómo debe vivir un hombre.
Por eso la verdad está en Jesucristo. Jesús, que te vea, que te conozca, que te trate, que te ame. Quiero imitarte, quiero ser otro Cristo. Así terminó la meditación.
Señor, he estado pensando esta semana, he conversado recientemente con varias personas, sobre todo con un gran amigo.
Y me dijo una cosa muy bonita, y es que el Señor, Jesús, Tú estás en las dos gradas… En la grada en la que se te conoce, se te trata. Y en la otra grada, donde apenas ven algo en la grada que está quizá enfrente o al lado, arriba o abajo.
No podemos decir dónde está, pero notan… Notan que hay algo que se están perdiendo, notan esos chispazos de luz.
Y por eso, Señor, tu luz también es progresiva. Tu verdad también es progresiva.
Jesús no quiere darnos, un chispazo, una iluminación a lo san Pablo, aunque lo puede permitir, normalmente Jesús va llegando progresivamente a los corazones y los va iluminando.
Hoy el Evangelio tiene una pregunta muy poderosa al final. Y dice así en el capítulo nueve de Lucas:
«¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas y tenía ganas de verlo?»
Señor, te pido en este rato de oración, que muchas personas tengan ganas de conocerte, porque hayan oído hablar de Ti, porque te hayan visto en otras personas que tienen en sus almas paz, serenidad, alegría, fe, verdad; y porque vayan viendo esa luz que es progresiva… Que te vayan conociendo progresivamente.
UNA HISTORIA VERDADERA
Me he acordado de una anécdota, y seguramente ya la conoces porque se ha hecho muy famosa.
Un joven en una ciudad europea, de unos 20 años o así, vió que pasaba una persona con pocos medios económicos arrastrando un carrito, era un hombre pobre.
Y al pasar, le ofreció regalarle su desayuno, un bocadillo (aquí diríamos un sándwich).
Aquel hombre le preguntó: —¿De qué es el bocadillo? Le respondió: —De fiambre de cerdo.
Y este hombre le dijo: —No, no puedo tomarlo porque soy musulmán. Y le agradeció aunque no lo tomó.
Al día siguiente, este joven volvió a pasar por allí y ya llevaba un bocadillo de queso. Y volvió a pasar este personaje. Entonces le dijo: —Este bocadillo si lo puedes comer. Y aquel hombre se quedó muy agradecido.
Se tomaron los contactos y se volvieron a ver otros días y luego desapareció. No lo volvió a ver.
Pero varios meses después recibe un correo en el que le decía: —He vuelto a mi país de origen y quería comentarte que, después del cariño que tú me demostraste, me ha acercado a la fe cristiana. Dentro de unos días, mi familia y yo, recibiremos el bautismo.
Es una una anécdota, una historia verdadera. Y es que un detalle pequeño, un bocadillo entregado con afecto, provocó esa reacción en ese hombre y en su familia…
DAR LUZ Y CRECER
Por eso, Señor, toda nuestra vida es luz. Todos los pequeños detalles son luz. Quieren ser luz. Cuando nos portamos bien, cuando somos amables…
Y esa luz tiene que ser progresiva, no un fogonazo, ni un reflector de estadio. No tenemos que llevar un reflector de estadio a la espalda para ir dando luz. No, no, no, no…
Que las personas que me conozcan, se sientan atraídos por esa luz, por esa verdad. Y Tú, Señor, tienes paciencia. Pero quieres también entablar rápidamente si es posible, una relación, pero tienes paciencia, tienes calma y esperas a que esos corazones, esas personas, te traten como quien eres Tú: Padre.
Ahora pienso en los que normalmente hacemos estos ratos de oración… No basta con lo que nos dicen de Jesús. Tenemos que leer.
No basta con lo que predican los sacerdotes o lo que predicamos… Es necesario acercarse para conocerte, Señor, hay que tratarte.
Y por eso, estos minutos de oración cada día para meditar tu vida, tus palabras, tus gestos, para contarte mis cosas, Señor, para también darte a entender y a conocer lo que tengo en el corazón.
Y que bueno que cada uno de nosotros piense: “Señor, yo con mi coherencia de vida llevo llevo tu luz a los que me rodean”. “Yo soy un sembrador de paz y de alegría, como decía san Josemaría”.
Por eso yo te pido que muchos, Señor, (que tú y yo), los cristianos que conocemos y tratamos a Jesús en nuestro ambiente, el que sea, llevemos la verdad, la luz, el bien, el amor a la libertad, el sentido de responsabilidad de la vida, en todas las clases de la sociedad. Y ahí donde estemos, sembremos paz y alegría.
Donde hay un alma que te conozca y te trate, ahí Señor, hay un abrazo encendido que prende fuego, que da luz y calor.
Muchas veces en una actividad aparentemente inadvertida, pero siempre fecunda. No tenemos que estar en ambientes así, especiales, específicos, para poder dar luz… En cualquier ambiente, en cualquier espacio, en cualquier momento, podemos dar esa luz.
CRISTIANOS LLENOS DE LUZ
Decía san Josemaría:
“Hemos de andar por la vida como apóstoles, con la luz de Dios, con sal de Dios, sin miedo, con naturalidad, pero con tal vida interior, que alumbremos.
Que evitemos la corrupción y las sombras que hay alrededor. Que llevemos como fruto la serenidad y la eficacia”
(De nuestro Padre, Crónica XII-64, pp. 61-62).
Hemos de llevar la luz de Cristo a la gente que nos rodea. No de un modo aparatoso. No, no, no… Ahorita utilizaba la imagen de un reflector. No llamas de bengala. ni juegos pirotécnicos, sino con la naturalidad propia de ser cristianos en medio del mundo.
Hace pocos días en el Evangelio, (una cita que tengo también metida en el corazón y en la memoria estos días),
«¿por ventura se enciende una luz para ponerla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es más bien para ponerla sobre un candelero?»
(Mc 4, 21).
Somos hijos de la Luz, hermanos de la luz, Eso somos, portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas.
Somos testigos del único fulgor en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. Y esa luz eres Tú señor. Y tú sigues derramando esplendores sobre todos los hombres…
«Luz que es vida, calor de misericordia… Perdón. Caridad, Amor» (cfr Jn, 4, 8).
nosotros somos esas antorchas, esas luces que van iluminando a las almas.
«Fuego he venido a traer a la tierra»
(cfr Lc 12, 49).
¿Y qué quiero, sino que ella arda? (…)
Hay varias imágenes, Señor, que Tú utilizas con la luz, con el fuego, pero progresivamente empieza muchas veces con una chispita, con una brasa, con un poco de luz… y después un incendio de amor que consume todo: pensamientos palabras, obras, deseos, tiempo y espacio: ¡Eso es lo que quieres Tú!
Acudimos a nuestra Madre Santa María, Estrella del Mar. Le pedimos que ilumine nuestros pasos para encontrar ese puerto seguro, que es el amor de su Hijo, Jesucristo.