Ayer fue tu bautismo, Señor y con esa fiesta comenzamos otra vez el tiempo ordinario. Hoy, este lunes, nos cuenta el Evangelio que después de tu bautismo y de que Juan el Bautista fuera entregado, Vos, Señor, volvés a Galilea y comenzás a anunciar el Evangelio invitando a la conversión.
Sin demora, después de haber sido bautizado y haber estado cuarenta días en el desierto, ya querés ir a la gente, ir a anunciar el Reino, a invitar a que se conviertan, a que tengan una vida nueva.
Quizá podríamos pensar: acabamos de terminar un tiempo fuerte en la Iglesia, ahí sí uno podría estar pensando en convertirse, en cambiar. Pero ahora como entramos en el tiempo ordinario, uno podría decir: bueno, tranquilo, vamos a dejarnos llevar.
Pensaba, Vos siempre Señor estás pasando a nuestro lado invitándonos a la conversión, llamándonos. En el Evangelio aparece también que llamaste a los primeros discípulos que estaban con las redes o junto al lago: Pedro, Andrés, Santiago y Juan y dejaron todo y te siguieron.
Si bien es cierto que, como dice también un pasaje de la Biblia, que habla de que cada cosa tiene su momento,
«Todo tiene su momento oportuno. Hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, un tiempo para morir; un tiempo para plantar, un tiempo para cosechar; un tiempo para matar, un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, un tiempo para construir; tiempo para llorar, tiempo para reír…»
(Ecl 3, 1-8).
EL SEÑOR VIENE A BUSCARNOS
Y ahora que comienza el tiempo ordinario, en el calendario litúrgico -si bien no es un tiempo fuerte así de conversión-, qué bueno pensar que, en la vida ordinaria, en nuestro día a día, ahí también venís Señor a buscarnos. Todos los momentos son importantes.
Ahora comienza tu ministerio y Vos vas, Señor, a Galilea, al lugar que te era más familiar y buscás a los apóstoles -los que serán los apóstoles- en su lugar de trabajo, en la pesca junto al lago.
Ese llamado a la conversión, a creer,
«Crean en el Evangelio, conviértanse»
(Mc 1, 15)
a seguirte, puede ser que no sea algo que consideramos, Señor, el Evangelio, para mi día de hoy; quizá no es que se me cae como una costra de los ojos y veo que tengo que cambiar de vida.
Por ahí es más bien esa conversión diaria: luchar en esas cosas que sé que tengo que cambiar y tratar de que no se quede sólo en buenos deseos, que se traduzca cada día en pequeños actos.
Pensaba también que en nuestro día a día, ahí donde estamos, en nuestro lugar, cuando pasás Señor a nuestro lado, anunciando el Evangelio, invitando a la conversión, en ocasiones querés darnos alguna luz nueva o que tengamos una mirada de fe sobre las mismas cosas de siempre o nos llamás también en las necesidades que otro pueda tener.
UNA LUZ NUEVA
Me acordaba una vez que estaba en un retiro y uno de los que hacía el retiro me comentó: “yo ya no tengo nada más que buscar de luces porque ya tuve una luz que con esto ya… lo más importante”.
Tenía que ver, efectivamente, con la caridad, con poner caridad en lo que hacía, algo muy básico pero que lo vio con una luz nueva y dijo, bueno, ya está, si esto lo pongo en práctica…
Puede ser que nos des, Señor, a veces una luz nueva, cosas que habíamos escuchado muchas veces, que como que nos cae la ficha y lo vemos con mayor claridad y eso nos abre nuevos horizontes.
También pensaba en el hoy, puede ser que nos quieras regalar, Jesús, una mirada de más fe que nos puede llevar a aceptar una situación que estamos pasando, que nos puede llevar a perdonar a alguien, que nos puede llevar a vivir con más confianza.
Mi día a día, las cosas que me ocupan, mis proyectos, lo que me preocupa puedo verlo con más fe. Quizás esa es tu invitación: a creer en el Evangelio.
Por último, pensaba: me estás llamando a mí, Señor, quizá no tanto a que siga una vocación (no es una decisión que se tome todos los días), pero sí a moverme, buscando ayudar a alguien que me necesita: alguien en la familia, en el trabajo; alguien que pueda acompañar, que pueda dar una mano…
MOMENTOS BISAGRA
Nos podemos preguntar ahora, en este rato de oración: ¿cuándo fue la última vez que el Señor me dio una luz que me iluminó para tener más sabiduría, ver las cosas de otra manera?
¿Cuándo fue la última vez que pude tener una actitud más de fe ante las cosas que tengo que resolver para ver dónde está la voluntad de Dios, tener confianza, aceptar? O ¿la última vez que me sentí un poco llamado porque podía ayudar a alguien? (que es algo muy común).
En realidad, todas estas cosas, sin que sean así un evento de esos (alguna vez escuché decir: “momentos bisagra” que te cambian todo de golpe) son probablemente la manera de que Jesús pasa a nuestro lado en el día a día.
De alguna manera, Señor, nos estás invitando a que te sigamos, por eso tiene tanta actualidad. Para nosotros el Evangelio de hoy, Jesús que va a su lugar, a sus paisanos, va a Galilea y empieza a anunciar el Evangelio, invitar a que crean, a que se conviertan.
Y, después, a esos primeros discípulos llamarlos para que lo sigan. Y si te seguimos Jesús, como los apóstoles, si nos encontrás así metidos en nuestra tarea diaria y en algunos detalles escuchamos tu voz, ¿a dónde nos llevarás?
COMPARTIR LA FE
Probablemente nos lleves a tener una vida más sobrenatural, más en contacto con el cielo, con ese Cielo que esperamos alcanzar al partir de este mundo, pero que también puede ir como gestándose en nuestro interior, en nuestro corazón.
También podremos compartir esa fe y esa mirada con quienes nos rodean, porque Vos Jesús pasás en nuestro día a día, querés estar presente.
Somos bautizados, como ayer celebramos el bautismo y hemos sido hechos, por el bautismo, hijos de Dios; vivir como hijos de Dios.
Vamos a pedirle a nuestra Madre la Virgen, ella que resonaría en su corazón ese convertirse, creer, no porque tuviera que abandonar malas conductas, pero sí para asumir esos desafíos que le implicaba el amor en el fondo, el estar cada día más cerca de Dios, el estar para los demás.