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P. Federico

6 min

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MADRE DE LA IGLESIA

Dios, en su infinita misericordia, dispuso encarnarse para salvarnos. Para eso “necesitaba” una mujer, una Madre.
Pero necesitándola, se acabó enamorando de ella. María es su “debilidad”; por tanto, la mejor intercesora.
Y resulta que hoy celebramos que nos dejó a su Madre, a su debilidad, como Madre nuestra: como Madre de la Iglesia.

“Jesús, intentaré decir en breves minutos lo que creo que nos podría llevar horas y horas de consideración y alimentar nuestra oración por mucho tiempo”. Dios, Señor nuestro, en su infinita misericordia, había dispuesto encarnarse para salvarnos. No estaba obligado a hacerlo, pero así lo escogió: hacerse Hombre. 

Es algo muy fuerte, hacerse hombre. Perfecto Hombre, pero Hombre. ¿Y cómo viene un hombre al mundo? Pues pasando nueve meses en el vientre de su madre, naciendo a través de una mujer que da a luz. 

Porque aparecer como hombre, como crece una planta que nadie sembró o como un superhéroe que cae del cielo… eso no sería ser hombre. 

NECESITA UNA MUJER…

Por lo que Dios, “Tú Señor, en tu infinita misericordia y queriendo salvarnos, generosamente decidiste hacerte Hombre como nosotros”. 

Y para eso, Dios necesitaba una mujer. “Necesita” (esa es otra palabra fuerte que demuestra la humildad de Dios) una mujer, porque sin una mujer que le lleve nueve meses en su vientre, sin una mujer que le dé a luz, no puede ser hombre. 

Tú, Señor, eliges a una mujer porque la necesitas. Entonces Dios busca a una que esté dispuesta. María es libre, podía decir que no. 

Uno que descubre que tiene vocación para sacerdote o para lo que sea, puede decir que no; ya sea porque le da miedo, porque se siente incómodo, porque cree que no puede, porque es egoísta o por lo que sea. 

Dios respeta nuestra libertad, por muy torpe que puedan ser nuestras selecciones. Y María no estaba obligada a decir que sí, pero por si decía que sí, estaba preparada. 

Nosotros hacemos lo que nos da la regalada gana. Ojalá y nos diera la gana hacer siempre lo que Dios quiere de cada uno… ¡Ojalá! 

PRIMER SAGRARIO DEL MUNDO

Dios se encarnaría en una mujer y ella sería el Primer Sagrario del mundo. 

A Dios hay que darle lo mejor: Los sagrarios y los vasos sagrados, los lugares de culto (como le gustaba a san Josemaría), iglesias dignas y decorosamente conservadas y limpias.  Los altares resplandecientes, los ornamentos sagrados pulcros y cuidados… así da gusto.

 Eso se consigue en un templo construido por mano de hombre. Pero conseguir eso en una persona, habitar en una persona, implica decorar o enriquecer el alma. Y eso se consigue solo con la gracia. 

“Tú Señor, te dispusiste a concederle gracia a esa mujer que elegiste”.  Y no conceder algo de gracia, sino toda la gracia, toda aquella de la que era capaz.

MADRE DE LA IGLESIA
INMACULADA DESDE LA CONCEPCIÓN

Ahí tenemos a nuestra Madre porque, para tratar a Dios, para entendernos con Él, para enamorarnos, necesitamos la gracia. Y el arcángel Gabriel se presenta y la saluda:

“Dios te salve, llena de gracia”.

Para él, para el arcángel, ese es su nombre: Llena de gracia, porque eso es lo que ve el arcángel, que ve el alma:

“Llena de gracia, el Señor está contigo”

(Lc 1, 28).

Y María pregunta lo que no entiende y se lo explica. El arcángel le explica y responde libremente que sí, porque le daba la gana hacer lo que Dios le pedía.

“Y el Verbo se hizo carne”

(Jn 1, 14).

SIEMPRE FUE MARÍA

Gracias Madre nuestra. “Y Señor, Tú elegiste a una mujer porque la necesitabas, pero necesitándola te acabas enamorando de ella”. 

Estando en su vientre, los latidos del corazón que el Hijo de Dios escuchaba, eran los de María.  El tono de voz que por dentro resonaba, era el de María. 

El rostro que vio, al abrir por primera vez los ojos fue el de María. Los pechos que lo alimentaron eran los de ella. La que le enseñó a caminar y hablar.  La que lo levantaba cuando se caía y lo corregía cuando se equivocaba, era María. 

Y Dios se enamoró de ella, como cualquier hombre se enamora de una buena madre. 

Nueve meses…

“Y sucedió que le llegó la hora del parto y dio a luz a su Hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre”

(Lc 2, 6-7).

A partir de aquel momento, Tú Señor, quien es madre y se llama María, es tu debilidad. Porque tu corazón se va con ella. 

MADRE DE LA IGLESIA

Un buen hijo no le niega nada a su madre, la quiere y se lo demuestra. 

Pues María es Madre de Dios y por eso es Madre nuestra.  “Madre de la Iglesia”, así la celebramos hoy.  Es la fiesta que estamos celebrando y por tanto es la mejor intercesora. 

Ella es capaz de todo, es la debilidad de Dios. 

Dice el Evangelio:

“En un momento se celebraron unas bodas en Caná de Galilea y estaba allí la Madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. 

Como buena madre, está en los detalles. Se da cuenta de que falta el vino y la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Y Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí?  Todavía no ha llegado mi hora”. Dijo su madre a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga””

(Jn 2, 1-5).

MADRE DE LA IGLESIA
ASÍ CREYERON EN ÉL

María estaba convencida de que Jesús era Dios. Se lo había dicho el arcángel. 

Pero era el mismo Niño, al que le había limpiado los mocos y aunque no lo había visto hacer ningún signo, resulta que así, en Caná de Galilea, hizo Jesús el primero de sus milagros, con el que manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él. 

No hay nada que Jesús le niegue a su madre. ¡Es su debilidad! María es intercesora, adelanta los tiempos. 

Y es que “grábame Señor en mi alma, que a Ti se va por María. Me lo han dicho los santos de muchas maneras, pero ojalá que yo lo aprenda también en mi vida.  En mi vida de piedad, en mi vida de relación contigo”. 

MARÍA SIEMPRE JUNTO A SU HIJO

Pasó el tiempo y vino la Cruz y es la escena que nos proponen en el Evangelio para la fiesta de hoy. María estuvo siempre cerca. Lo que sucede es que empezaron los signos y entonces todo el mundo se amontona alrededor de Jesús. 

Y decían:

“Nunca nadie habló como Él”

(Jn 7, 46).

“¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?”

(Mc 4, 41).

“Ha multiplicado los panes”, “Ha devuelto la vista a los ciegos”, “Resucitó a Lázaro”… 

O sea, es la noticia, la novedad y están las masas. María siempre estaba ahí, pero dentro de la masa es como que no se ve. 

Y cuando en una reunión multitudinaria suena un balazo ¿qué pasa? Todos desaparecen. ¿Y quién queda? María, su Madre, porque la quiere. Y Juan, porque se apoya en ella.

A la hora de la Cruz todos se van, pero queda su Madre.

“Entonces Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. 

Y después dice al discípulo: “He ahí a tu madre”. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa”

(Jn 19, 26-27).

MARÍA COMO MADRE DE LA IGLESIA

Nos la deja como Madre, como Madre de la Iglesia. A la que da a luz con estos dolores de parto del Calvario, del Gólgota. Es intercesora, pero es Madre.

A nosotros, hoy la Iglesia nos anima a redescubrirla como Madre, como Madre nuestra, como Madre de la Iglesia. 

Jesús, ayúdame a verla como la ves Tú, que te enamoras de ella, que la necesitas, que es tu debilidad, ¡Que es tu Madre!


Citas Utilizadas

Santa María Madre de la Iglesia

2P 1, 1-7

Sal 90

Mc 12, 1-12

Lc 1, 28. 2, 6-7

Jn 1, 14. 2, 1-5. 7, 46. 19, 26-27

Mc 4, 41

Reflexiones

Señor, concédenos la gracia de poder ver y sentir a tu Madre como una verdadera madre nuestra y amarla como Tú la amaste.

Predicado por:

P. Federico

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