«El Señor designó a otros setenta y dos y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: —La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha»
(Lc 10, 1-12).
FIDELIDAD A DIOS
Así comienza el Evangelio del día de hoy que vamos a meditar, Señor, en tu presencia. Nos invitas a pedirte más trabajadores, que le roguemos al Padre Eterno que envíe más trabajadores para la cosecha…
Y esto es algo que todos tenemos claro, porque sin vocaciones que se dediquen a Tu seguimiento fiel, sin sacerdotes, sin personas consagradas en medio del mundo, es difícil que la semilla de Tu palabra se esparza.
Claro, hay mucha gente que está esperándonos, y que a veces es difícil que escuchen la palabra, porque tienen un testimonio, tal vez distorsionado, por la vida, por la falta de entrega.
Hace poco, un religioso estaba dando una charla, y nos hablaba que en su comunidad habían pocas vocaciones, porque había un encargo que nadie estaba dispuesto a cubrir, que era el de promotor vocacional, porque el promotor vocacional tenía que, sobre todo, vivir muy bien su vocación.
Y decía, lastimosamente con un poco de sorna, que no había nadie que quisiera hacer ese trabajo.
Vivir bien la entrega, implica ser fiel a Dios en la vocación que cada uno recibe. Es plasmar el carisma sobre el cual uno está planteando su vida, al que Dios le ha llamado.
Esto empieza muchas veces con gente muy joven, chicos que escuchan a Dios, que les pide algo más y que quieren ser fieles a eso que empiezan a sentir.
VOCACIONES MADURAS
Por supuesto que es algo que tienen que ir descubriendo a lo largo del tiempo. Pero claro, si es que no hacen eso, experimentan ese llamado si es que no se lanzan a intentar ver si es lo suyo, el mundo no podría contar con esas vocaciones que son tan necesarias.
Por eso es muy normal que la gente joven esté dispuesta a lanzarse a hacer caso a Dios, a tal vez una vocación al celibato, que es un poco más difícil.
Pero para eso, definitivamente hay que tener algo de madurez, una madurez que no depende exactamente de la edad, sino que depende un poco más de la forma de ser, de la personalidad.
Porque una persona joven puede ser madura, mientras que la soberbia es la base de todo, como la inmadurez.
Ahora, si me preguntas, ¿qué rasgos determinan la madurez para que una persona pueda tomar decisiones más serias?… Tal vez no podré responder con una definición, pero sí enumerando algunos síntomas que describen esa madurez.
Por ejemplo, saber lo que uno quiere o tener espíritu autoexigente o tener metas nobles. También tener capacidad para tomar decisiones. Tener por lo menos un poco de dominio de los estados de ánimo.
Tener conciencia de los propios derechos y también capacidad para hacer valer esos derechos. Responsabilidad ante los deberes y saber juzgar con rectitud a las personas y a los acontecimientos.
Y esta lista, que no es exhaustiva, tampoco literal, resume un documento del Vaticano II que se llama Decreto Optatam Totius; que es la integración de las distintas estructuras de la personalidad.
CONOCER EL SENTIDO DE MI EXISTENCIA
Hay un texto del Quijote de La Mancha que me gusta mucho, cuando se cruza camino a Zaragoza con unos mercaderes que llevaban unos cestos tapados. Y tal cual policía aduanero, les ordena amenazante que abran los cestos para poder inspeccionarlos. ¿Y qué encuentra dentro de los cestos?
Pues eran unas estatuillas de santos. Y al verlas, el Quijote se queda mirándolas como hipnotizado, con rostro meditativo durante un tiempo prolongado.
Pero como Sancho Panza no estaba acostumbrado a estos estadíos contemplativos del espíritu. A los pocos minutos le pregunta aburrido: —Quijote, ¿en qué piensas?
Y tras seguir meditando en silencio el Quijote, sin apartar su hipnotizada vista de esas estatuillas, le responde a Sancho Panza: —Sancho, estos son santos. Son personas que lucharon y dieron su vida por el Reino de los Cielos. Eran personas que sabían muy bien qué era lo que buscaban. Y estaba pensando, en que yo también lucho y doy mi vida, pero la verdad, es que aún no sé muy bien con qué fin.
El Quijote reflexiona haciendo gala de unos de sus arrebatos de sabiduría, puesto que esta última frase, se encuentra resumido, ese espíritu quijotesco que toda persona, que aún no ha aclarado el sentido de su existencia tiene, la preocupación que se desencadena en el alma del Quijote.
Nos invita también a nosotros a examinarnos: ¿Tengo claras las metas de mi vida? (…) ¿Realmente esas metas valen la pena? (…) ¿Estoy siguiendo la vocación que Dios ha pensado para mí? (…).
¿EN QUÉ PIENSAS?
Este episodio del Quijote, me acuerda también, de unas palabras de san Josemaría, que a veces se encontraba con alguno de esos numerarios jovencitos, y les saludaba trazando una pequeña y paternal señal de la cruz en la frente.
Y les hacía ésta pregunta: —Hijo mío, ¿en qué piensas? Y es que ésta es la pregunta de fondo, porque eso es lo que muestra el grado de madurez de la propia vida, ya que donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
Madurez, para seguir las cosas que Dios nos pide, para poder llegar a ser uno de esos operarios de la mies que nos pides Tú, Jesús que pidamos al Padre Celestial.
También la madurez que se manifiesta cuando hacemos compras porque ante la abundancia de mercadería que nos ofrece la sociedad de consumo, se distingue al que sabe lo que quiere de aquel que no.
Por ejemplo, no es raro caer en el error de comprar algo por el simple motivo de ser económico, aunque ya lo tengamos o no nos haga falta tampoco.
O ir a los hipermercados para adquirir algo concreto y regresar con ocho objetos distintos e imprevistos que nos hipnotizan.
Célebre es también la anécdota de la visita de Sócrates al mercado de Atenas cuando paseando por primera vez, pues nunca antes lo había hecho, exclamó sorprendido: ¡No sabía que existían tantas cosas que no me son necesarias!
Y ten en cuenta que, en aquel mercado de hace dos mil trescientos años, estaría muy lejos de ser como uno de estos hipermercados y mega centros comerciales actuales, que tienen todo.
MADUREZ
Pero si, la madurez incluye un instinto espiritual que nos lleva a despreciar, al igual que Sócrates, las constantes y repetidas tonterías que la vida nos va ofreciendo.
Madurez para saber lo que uno quiere, y eso exige estabilidad en los principios: libros leídos e ideas rectoras. Esas ideas madres que nos van acompañando en el camino. Es compartir experiencias, es ver la vida de otros que nos conmueve y nos mueve a la acción.
Si queremos que haya más vocaciones, pues tenemos que dar primero a nosotros ese ejemplo de calidad de trato con el Señor.
Tenemos que rezar más, por supuesto, para que haya más vocaciones, pero sobre todo animar a madurar a los nuestros.
Madurar uno mismo para vivir bien su vocación, para ayudar a madurar a los demás, enseñándoles que esa estabilidad en el ánimo, esa madurez para saber escoger, se puede hacer desde joven cuando uno tiene las cosas claras.
Por eso tantas cosas de la tecnología y de dopamina que nos entregan las pantallas, a veces nos separan de esta posibilidad de encontrar lo sobrenatural, porque nos tienen distraídos en cosas que no son buenas, o por lo menos que no son las necesarias para ganarnos el Cielo.
Vamos a pedirle a Nuestra Señora, que aprendamos junto con ella, a pedirle al Padre Celestial que nos mande muchas vocaciones, muchas personas maduras, que puedan aceptar esa llamada del Señor, y que los que ya lo han hecho, se mantengan en esa decisión, con la ayuda tuya Madre.