Este texto, que tantas veces hemos pensado, especialmente quienes nos hemos entregado a Dios por completo, puedo confirmar que, en mi caso, se ha hecho realidad.
Estoy muy agradecido, Señor, por tu espléndida promesa, porque se ha cumplido completamente. No sé si podemos llamarlo profecía, ofrecimiento o promesa, pero lo cierto es que Jesús la ha cumplido.
Me parece que muchas personas en el mundo también están llamadas a dejarlo todo para seguirle. Sin embargo, vivimos una época de crisis vocacional: es difícil que la gente pueda decidirse; y cuando algunos se deciden, después no continúan, porque falta madurez. Y la madurez es algo cada vez más difícil de lograr.
En broma se ha dicho que la adolescencia es aquella etapa de la vida en la cual los papás de uno se vuelven insoportables, pero la realidad es otra.
LA ADOLESCENCIA
Se caracteriza por la inclinación a imponer sistemáticamente nuestros gustos, caprichos, criterios y opiniones; a acordarnos de los amigos solo cuando se necesita algo; a destacar implacablemente todas las faltas de respeto que se nos infligen, incluso las más insignificantes; a desdoblarnos entre lo que realmente somos y la imagen con que nos autopercibimos; a aparentar cualidades que no tenemos, etc…
Si continúo, me extenderé demasiado con la descripción de otros rasgos temperamentales, y nos apartaríamos de la finalidad propiamente de esta meditación, que no es solo muy diversa de los libros de autoayuda, sino más bien lo que busca es hablar con el Señor.
AHORA LA PERSPECTIVA DE LA ADOLESCENCIA
Está señalada muchas veces por Juan Pablo II, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, se ponía a conversar con los jóvenes de todo el mundo y él distinguía dos conceptos: la adolescencia y la juventud. Decía que la adolescencia solo aspira a recibir, mientras que la juventud aspira a dar.
Y conforme a esto, el soberbio está lleno de amor propio y es propenso al egoísmo, lo que temperamentalmente se refleja en un espíritu adolescente que no se suscribe a una edad concreta; también se puede ser adolescente a los ochenta años. Mientras que el humilde con su olvido de sí que le impulsa a servir al prójimo encuadra su vida a la perfección, dentro de ese marco conceptual de la juventud.
POR ESO, UNA PERSONA PUEDE SER MADURA PARA ENTREGARSE A DIOS
Un joven puede ser maduro para entregarse; un adolescente, no. La humildad está en los cimientos de toda personalidad joven y madura, mientras que la soberbia es la base endeble de la adolescencia que podemos llamar inmadurez.
Ahora, si me preguntas qué otros rasgos determinan la madurez, no responderé con una definición, sino más bien con algunos síntomas que la describen:
- saber lo que uno quiere,
- tener espíritu de autoexigencia,
- metas nobles,
- desarrollar capacidad para tomar decisiones,
- tener dominio de los estados de ánimo,
- tener conciencia de los propios derechos,
- tener capacidad para hacer valer los propios derechos,
- responsabilidad ante los deberes, fundamental,
- y luego juzgar con rectitud a las personas y acontecimientos.
Si bien esta lista no es exhaustiva ni literal, solo resume el espíritu del texto con el que la Iglesia, en el Concilio Vaticano II, describió los rasgos esenciales de la madurez en cuanto a la integración adecuada de las distintas estructuras de la personalidad.
Ahora, hay que aprender a ser maduro y luchar por serlo; a veces no es tan sencillo.
Don Quijote de la Mancha cuenta que, camino a Zaragoza, se cruzó con unos mercaderes que llevaban unos cestos tapados.
Como policía aduanero les ordena amenazante a estos mercaderes que abran para poder inspeccionar lo que llevaban. Y se da cuenta que en esos cestos tapados llevaban estatuillas de santos.
Al verlas, se quedó mirándolas hipnotizado con rostro meditativo durante un tiempo prolongado. Pero, como Sancho Panza no estaba acostumbrado a estos estadíos contemplativos del espíritu, a los pocos minutos le preguntó aburrido:
—Don Quijote, ¿en qué piensas?
Tras seguir meditando en silencio, Don Quijote, sin apartar la vista de las estatuillas de santos, le respondió:
—Sancho, estos son santos.
Son personas que lucharon y dieron su vida por el Reino de los Cielos, eran personas que sabían muy bien lo que buscaban.
Estaba pensando en que yo también lucho y doy la vida, pero la verdad es que aún no sé muy bien con qué fin lo hago.
Aquí vemos a Don Quijote reflexionando y haciendo gala de sus arrebatos de sabiduría.
Es típico del espíritu quijotesco, pero la preocupación que desencadena en el alma del Quijote nos invita a examinarnos:
¿TENGO CLARAS LAS METAS EN MI VIDA? ¿VALEN LA PENA?
Este episodio también me recuerda a uno de san Josemaría. Cuando se encontraba con gente más joven en salones de su casa, a veces a primera hora de la mañana les saludaba y les hacía una pequeña señal de la cruz en la cabeza y les preguntaba:
—¿Hijo mío en qué piensas? ¿Dónde está tu cabeza?
Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Justamente, la madurez se manifiesta en eso: en dónde tenemos la cabeza. ¿Cómo podemos dejar las cosas para seguir a Dios, si tenemos unas metas que no son loables? Si nuestro único interés es tener dinero para solucionar unos supuestos problemas que lo único que hacen, es incrementarse según el volumen de la cuenta bancaria, no desaparecen; al contrario, crecen cada vez más; porque uno tiene como nuevas metas humanas o tiene nuevos intereses de compra y de donde gastarse. No puede ser que nuestra vida esté dirigida solo a tener dinero, solo tener placer o a tener un estatus.
SEÑOR YO LO QUIERO DEJAR TODO POR TI
Quiero que mi vida, además de entrega, sea real; que no me quede con cosas que son solo para mí, para mi consumo, para que yo la pase bien…
Por supuesto que hay que descansar, hay saber moverse, pero sobre todo hay que tener claro hacia dónde me dirijo.
Y que si esa dirección es el Cielo, el Cielo me va a costar; casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos… por supuesto, y además con persecuciones.
Es decir, muchas personas no entenderán lo que hago aquí y esa es la vida de tantos cristianos que nos movemos ahora y durante toda la historia de la humanidad, para intentar llegar al Cielo.
Por lo tanto, si te das cuenta que te cuesta, es que vas por buen camino. Si ser cristiano no te cuesta nada, tal vez es que no te has desprendido de algunas cosas que deberías dejar aparte. Te falta esa madurez del cristiano que lo que busca siempre, y en primer lugar, es agradar a Dios.
Vamos a poner estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen, y además a pedirle que nos ayude Ella a vivir esta Cuaresma —que empezamos mañana— de la mejor forma, para que maduremos más.
Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en esta meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía Inmaculada, san José, mi padre y señor, ángel de mi guarda, intercedan por mí. Amén.