Hoy el Evangelio de san Lucas nos cuenta el episodio del Señor cuando se acerca a la viuda de Naím.
Se acercaba a la puerta de esa ciudad y resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre que era viuda y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Una ciudad pequeña: Naím.
“Y al verla el Señor se compadeció de ella y le dijo: ‘no llores’ y acercándose al ataúd, lo tocó”.
Dice el evangelista san Lucas que:
“los que llevaban el ataúd se pararon y dijo: “Muchacho, a ti te lo digo: ‘levántate’”
(Lc 7, 14-15).
Ocurre el milagro increíble de que el muchacho se incorporó, empezó a hablar y se lo entregó a su madre. Todos estaban sobrecogidos de temor de Dios y daban gloria a Dios.
El Señor hace ese milagro ante una persona que sufre, ante una persona que la está pasando mal. Se da cuenta de ese dolor infinito.
También podemos pensar que habría muchísimas mujeres que se habían quedado viudas durante el paso de Jesús por la tierra y ¿por qué no fue buscándolas? ¿Por qué no también atajó otros males que estaban cerca?
Yo creo que esto es algo que tenemos que darnos cuenta. Es una enseñanza clara para cada uno de nosotros: el paso por esta tierra siempre tiene cosas duras.
AYUDAR AL QUE SUFRE
Acabamos de terminar el Congreso Eucarístico Internacional y para mí, que he estado todos los días ahí, ha sido una gran sorpresa ver cómo la fraternidad de la gente, de los que estaban allí presentes con esos testimonios de mucho dolor en algunos casos.
Una madre que también perdió a su hijo y que después de cinco años de búsqueda empezó a darse cuenta de las necesidades de otros e hizo este albergue para darles formación a otras personas.
O un matrimonio de misioneros italianos que se vinieron también aquí a Ecuador y que han dejado todas las cosas para servir a la Iglesia de una manera completamente distinta a la que tenían como su plan de vida.
O unas monjas que también trabajan con los más pobres…
Había algo que daba la vuelta a todos y es la necesidad de ayudar al que sufre.
“Señor, Tú en este Evangelio nos enseñas a lo mismo”. Tal vez no podamos ayudar a todo el mundo que sufre, no podemos hacer que en, absolutamente todos los puntos, haya alguien que esté dando ese soporte a los pobres o a los que sufren.
Pero sí que podemos hacer lo que nos encontramos en el camino. Sí que podemos buscar y darles más atención a los que están cerca.
“Señor, que aprendamos a verte a Ti detrás de todos los que sufren y que veamos también que Tú nos das la fuerza, justamente en la Eucaristía, para aprender a ser mejores hermanos”.
SE ACERCA PORQUE VE DOLOR
Es necesario una revolución de amor; es necesario ese no fijarnos tanto en las reglas o en la rigidez, para abrir los brazos a mi hermano para recibirle.
Por supuesto que el pecado es pecado; por supuesto que hay gente que siempre criticará, pero me parece que, “Señor, tu enseñanza es clara: te acercas a la viuda de Naím porque ves dolor.
No ves a una persona de otra fe. No ves a una persona que, tal vez, no estaba en tus planes, Jesús, sino que Tú te encuentras y la llamas”. ¡Y es que eso es!
Hemos recibido este mismo espíritu de intentar solucionar las cosas que tenemos con las que nos encontramos en el camino.
Qué importante es que nos demos cuenta de que, además, la providencia divina muchas veces nos pone en nuestro camino a esas personas.
Tengo a mi abuelita ya en sus últimos días y ha sido muy bonito ver cómo mi familia se ha volcado. Mis primos, mis sobrinos, mis tíos… todos dándole vueltas, rondando a la abuela.
Días en los que está un poquito mejor, días en los que no come, pero el cariño que ha recibido es impresionante realmente.
Aunque el dolor de verle que se nos va apagando y de los sufrimientos que tiene (es para todos también algo que nos cuesta), se compensa con ese cariño.
Saber también esa confianza de vida eterna que a todos nos da esa seguridad de que (no es una frase bonita): “va a estar mejor” o “ya va a dejar de sufrir”; se va con el cariño de todos y Jesús nos ha permitido acompañarle de esta forma tan intensa en este último tiempo.
Yo creo que eso es providencia divina también. Ver también en estas cosas cómo Jesús no se deja ganar en generosidad (perdón que hable de mi abuela directamente).
Una mujer que se ha esforzado; fue directora del seguro social aquí durante muchos años. Hizo muchas cosas por los demás, siempre pensando en ese impacto positivo. Ahora se ve que el Señor ha decidido darle este espacio último con el cariño de todos los suyos.
NUESTRA MISIÓN
Así podríamos ir viendo en cada caso. Tú puedes pensar: “¿A quién puedo extender la mano?”
Hay tanto sufrimiento en la tierra, hay tanta cosa que definitivamente son cruces, pero el Señor nos ha puesto a nosotros para cubrir esos espacios; para tender la mano, para dar una caricia, para comprender, para mostrar misericordia.
Y la fuerza que tenemos justamente para hacerlo, es la Eucaristía. Jesús eucarístico es el que nos da la fuerza para vivir esa fraternidad que nos lleva a sanar las heridas del mundo.
“Señor, que no deje de lado esta misión que Tú nos has confiado a todos. Que nos amemos porque todos somos hermanos. Que tengamos esa delicadeza de ser tus manos para los que sufren; esa opción preferencial por los pobres que la Iglesia nos enseña.
Esta delicadeza en el trato que busca hacer la vida agradable a los demás y no estarse quejando.
Al contrario, más bien darse cuenta de que esa cruz es tu Cruz Señor y que lo que nos duele al ver sufrir a los que queremos nos sirve también para purificarnos nosotros y para verte presente en esas situaciones, tal vez a veces, más difíciles.
Gracias Señor porque eres el que has dado la vuelta al dolor para convertirle en una herramienta de amor, porque el amor y el dolor son distintas caras de una misma moneda”.
DIOS RESPONDE AL MAL
Y cuando uno está dispuesto a amar hasta el dolor, quiere decir que ese amor es verdadero, es de buena hechura.
Por eso, todas estas ocasiones que tenemos de sufrir (especialmente digo en esta meditación) las cosas que vemos a nuestro alrededor, sufrir con los que queremos, que sufren y que nos duele más. Sufrimiento de estas personas que les tenemos muy en el corazón.
Me parece que es una estupenda forma de ver también el corazón de Cristo.
Pasamos hace pocos días también la fiesta de la “Exaltación de la santa Cruz”. Es algo que nos tiene que venir a la cabeza, porque la Cruz de Jesús es la palabra con la que Dios ha respondido al mal en el mundo.
“A veces nos parece que Dios no responde al mal y se queda en silencio. En realidad, sí que ha respondido, porque Dios ha hablado y respondido; y su respuesta es la Cruz de Cristo. Una palabra que es amor, misericordia, perdón.
Es también juicio. Dios nos juzga amándonos, Dios nos juzga amándonos: si recibo su amor, me salvo; si lo rechazo, me condeno. No por Él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, sino que salva y ama.
La palabra Cruz es la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y alrededor nuestro. Los cristianos tienen que responder al mal con el bien, tomando sobre sí mismos la Cruz como Jesús”
(Papa Francisco, Viernes Santo, 2013).
¡Qué bonito!
¿CÓMO PODEMOS TOMAR ESA CRUZ?
A veces será soportar algo que nos cansa, que nos agobia un poco; a veces será, simplemente, tomar la mano del que sufre, acompañar en silencio.
Otras veces será permitir que las cosas que no funcionan tan bien sigan al lado nuestro y simplemente aceptarlas. Abrazar ese sufrimiento o esa contrariedad o ese falta de entender porque no entendemos completamente las cosas, esa es la Cruz.
El Señor nos ha puesto a nosotros para que hagamos de la vida de los demás, también una vida más alegre.
Vamos a terminar este rato de oración acudiendo a nuestra Madre la Virgen, que también tuvo mucha Cruz, estuvo al pie de la Cruz de su Hijo.
Seguramente muchas veces tuvo que enfrentar las cosas duras de la gente que quería (eso es de las cruces más duras) y supo llevar siempre esa sonrisa, esa tranquilidad y esa paz ahí donde estaba.