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MALA HIERBA NUNCA MUERE

Herodes, visita obligada

Durante mis años de estudiante de teología en Roma, tuve la suerte de vivir un tiempo en un campus universitario a las afueras de la ciudad, un pueblito, con sus callecitas, con sus plazas y fuentes; vivíamos ahí más de 150 personas de todo el mundo. Dedicadas, fundamentalmente, al estudio de la Filosofía y la Teología.

Pero también hacíamos ratos de deporte, dábamos paseos por la ciudad entera, teníamos festejos de doblarse de risa y mil cosas más…

Además, entre todos, nos organizamos para tener la casa al centavo; es decir, que siempre se arreglaban inmediatamente los pequeños desperfectos: se repintaban los muebles y barandales, no sin antes darles una buena lijada; hacíamos labores de electricidad, plomería, carpintería… hacíamos de todo.

RECUERDOS

Allí aprendí esa costumbre que es muy propia de las familias cristianas, de que independientemente de la profesión que tuvieras – bueno había allí profesores universitarios, músicos, médicos, ingenieros… había de todas las profesiones – todos se arremangaban para dedicarse, al menos dos días de la semana, al mantenimiento de aquel lugar, que era su hogar. Uno de los múltiples encargos que a mí me tocó, fue el de jardinería.

Recuerdo largas mañanas de verano regando a fondo aquellos magnolios para que abrieran sus flores blancas, grandes y bien perfumadas; podar los rosales y fumigarlos; los sábados en la mañana, llenar varias cajas de camelias rosas para adornar los altares de los oratorios para la bendición con el Santísimo.

PACIENCIA

Pero había un trabajo, un trabajo del jardín, que era medio tedioso; consistía en quitar las malas hierbas. Había un pasto de un verde oscuro muy bonito, que le llamamos Convalaria, que crece a la sombra, pero que para que creciera bien tenías que hacerle espacio quitando las malas hierba.

Lo que era para desanimarte era que, después de arrancarlas todas, volvías en un par de semanas y ya estaba repleto de nuevo de malas hierbas. No por nada el dicho de: “mala hierba nunca muere”. Y de nuevo tenías que echarte a deshierbar con paciencia.

NUESTROS DEFECTOS, LA MALA HIERBA

Bueno, yo pensaba en ese trabajo paciente de quitar la mala hierba, porque así nos pasa a todos con nuestros defectos, que todos tenemos esa mala cizaña en el campo de nuestras almas. A pesar del esfuerzo constante de quitarlos, pues ahí están… una y otra vez los mismos olvidos, una y otra vez los mismos errores, siempre las mismas limitaciones y los mismos tropiezos.

Decía san Josemaría: es la “mala pasta” de la que estamos hechos. Sin embargo, no podemos olvidar que lo que Dios nos pide es: luchar por quitarlos en un ejercicio del alma, parecido al de la jardinería, precisamente y así va a ser toda nuestra vida.

“Este es nuestro destino en la tierra: – decía también san Josemaría – luchar, por amor, hasta el último instante”

(El Fundador del Opus Dei, biografía – Andrés Vásquez de Prada).

Una frase que resume lo que nuestra vida puede ser, nuestra vida de hijos de Dios: “luchar, por amor, hasta el último instante”.

MACETAS DE BARRO

Y hablando de jardines, me acuerdo también de aquellas macetas con unas azaleas preciosas que había que regar, macetas de barro… Bueno, pues pensaba que nosotros somos un poquito como esas macetas, macetas de barro que se pueden romper. Pero se arreglan, se arreglan con alambres, algunos le llaman lañas y pueden seguir sirviendo e incluso adquiere un estilo antiguo así tipo vintage, que las hace ver más bonitas.

Yo te propongo que en este ratito con Jesús, pienses en aquello que motiva todo lo que haces, porque en teoría, un cristiano dice: que todo lo hace para la gloria de Dios, es algo muy oído, pero ¿es así realmente en mi conducta de cada día?

Porque quizá hago examen esta noche y encuentro que: no me levanté a tiempo cuando sonó el reloj despertador; que llegué tarde a comer porque me quedé jugando play; me quedé entretenido en la computadora; llegué tarde a casa sin avisar porque estuve un poquito más de tiempo con los amigos; o mis papás me pidieron algo y no me mostré disponible para hacerlo…

¿POR QUE HAGO LO QUE HAGO?

“¿No será Jesús que lo que me mueve, en el fondo, no es Tu gloria sino mi comodidad? ¿No será, que a esa opción fundamental en nuestras vidas, que es darte toda la gloria, que es luchar por amarte a Ti Jesús, le hace falta estar realmente presente en todo lo que hago?”

No sé… la última película que viste, pero suele suceder en casi todas, que al final te das cuenta de que todo estaba perfectamente enlazado; que te fueron dejando pistas a lo largo, sobre todo esas de misterio, para que te dieras cuenta que el final estaba en todas partes. Así es nuestra vida, el final de nuestras vidas está en todas partes.

Dicen que, en el desenlace se conoce al hombre, pero no sólo porque hayamos luchado en ese último momento, que también; sino, sobre todo, porque en nuestra vida todo lo que hicimos en ella se condensa en ese momento final.

LUCHA DIARIA

Pues vamos a luchar, cada día y así, todos los días, hasta que llegue uno que será el último: “Cuando Tú y donde Tú quieras Jesús.  Mientras: luchar por amor hasta el último instante”. Pero no una lucha contra nadie, sino contra nuestro egoísmo; esa lucha ya es en sí misma una manifestación de amor, porque es quitar la realidad de la mugre que hay en nuestros corazones para que brille aquella otra realidad, todavía más profunda y mucho más grande: que somos hijos de Dios amadísimo. Y esto nos dispone a amar más y mejor a Dios y a los demás, por Dios.

Un Dios que nos quiere con nuestros defectos, porque las limitaciones y caídas nos acompañarán siempre, siempre. Por eso, tenemos que aprender a amar a Dios también con nuestros defectos, es el único modo de amar a Dios, porque:

“Santo no es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta”

(Amigos de Dios -Tras los pasos del Señor- punto 131).

Y ¿qué le vamos a hacer si al llegar la noche advertimos que hubo faltas?  Pues reconocer y un propósito, ¡Recomenzar, a quitar la mala hierba! En eso consiste la santidad: en la respuesta de amor a Dios que se manifiesta en esa lucha contra el pecado, para alcanzar la auténtica alegría y la auténtica paz del corazón.

EL MINUTO HEROICO

Te propongo una lucha muy concreta para esta semana: ¡levántate a tiempo cuando suene tu alarma! Vive lo que se suele llamar “el minuto heroico”. ¿Te acuerdas del Evangelio, cómo hizo Jesús con la suegra de Pedro? La tomó de la mano y la levantó y dice san Jerónimo: “que toque también nuestra mano para que sean purificadas nuestras obras; que entre en nuestra casa, levantémonos del lecho, no permanezcan mas tumbados”.

“Jesús, dame fortaleza para vencer en la primera lucha del día, que es el minuto heroico. Hazme como la suegra de Pedro ¡levántame Tú! Y vamos a luchar como esos gladiadores de las películas, se juegan la vida, pues así nosotros ¡nos jugamos el alma!

EL HIJO PRODIGO

Finalmente, ya antes de terminar, te quiero hacer una última consideración, la de la “Parábola del hijo pródigo”. Que es una paradoja, porque pierde, malgasta toda su herencia, pero luego, en el desenlace, se conoce quién es quién y con su arrepentimiento recupera la auténtica herencia.  Por medio del reconocimiento de sus pecados recibe el perdón de Dios, que es lo mismo que recibir el amor más grande de Dios. Y dice Jesús que su papá

“lo abrazó del cuello y lo llenó de besos”

(Lc 15, 20).

El hijo pródigo y arrepentido va en camino de santidad, que está más en el reconocimiento de nuestras faltas y pecados; en cambio, el hermano del hijo pródigo, no está siendo justificado porque se cree bueno, cuando en realidad, está lleno de envidia y de juicios críticos, se atribuye lo que no es suyo y juzga mal.

Algo que nos puede pasar también a nosotros, porque si yo me creo bueno, entonces me siento con derecho de criticar a los demás; porque si yo me creo bueno, las cosas malas que pasan a mi alrededor, no son culpa mía, son culpa de los demás.

Por eso vamos a pedirle al Señor, que nos dé ese primer paso para una conversión sincera: reconocer que somos pecadores, que hay mala hierba en el campo de nuestras almas y dedicarnos, pacientemente un día y otro, a quitar con alegría, esa mala hierba que nunca muere.

“Luchar por amor, hasta el último instante ¡Deo Gratias!”

Y así estaremos siempre serenos, iremos de la mano de Santa María, a quien llamamos en las letanías: Refugio de los pecadores, ruega por nosotros.

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