Poco antes de que comenzara el mes de julio me llegó, como todos los meses, la repartición de los días en que me tocaba predicar en Hablar con Jesús. Y me dio mucha alegría porque me tocó el 16 de julio.
Yo, como chileno, le tengo mucha devoción a la Virgen del Carmen. Me tocó, quizá por esas casualidades, quizá por una intervención del Señor para darme una alegría, predicar el día de hoy.
Me da mucha alegría, mucho gozo poder hablar contigo Señor -porque eso estamos haciendo, hablando con Jesús, yo en voz alta; tú, que me escuchas, en tu interior- en este día tan bonito, en este día que, en mi país, Chile, es solemnidad.
Hoy es la Virgen del Carmen y la fiesta de la Virgen del Carmen nos habla sobre todo de nuestra Madre, de que la Virgen es mamá; no es sólo una gran intercesora, no es sólo la Madre del Señor, sino que es mi Madre.
¡Qué maravilla la Madre que tenemos! Señor, gracias por dejarnos a esta mamá tan maravillosa.
Todavía resuenan en nuestros oídos, cada vez que escuchamos esas palabras tan bonitas:
“He ahí a tu madre”
(Jn 19, 26).
Tú se las dijiste, Señor, a san Juan, pero en él estábamos también todos nosotros. Aquí tenemos a nuestra Madre; aquí está mi Mamá.
Y mi Madre, mi Mamá, la Virgen, viene siempre en mi ayuda, siempre. Nunca nos deja solos. Ella nos promete su protección siempre.
Cada vez que tiene alguna intervención, nos lo recuerda. La Virgen de Guadalupe:
“No estoy yo aquí que soy tu Madre”.
La Virgen de Fátima, con esos pastorcitos, mostrando cómo ella es madre. Con santa Bernardita en Lourdes, con santa Catalina en la Rue du Bac, en París.
SIEMPRE COMO MADRE
Así, cada vez que tiene alguna intervención la Virgen, de estas más extraordinarias o, incluso, de esas más pequeñas, ella siempre se muestra como Madre. Y la Virgen del Carmen no es una excepción, ella nos ha hecho una promesa tan maternal.
Cuando se apareció a san Simón Stock, le pasó el escapulario del Carmen y le dijo:
“Toma, amado hijo, este escapulario de vuestra orden como símbolo de mi confraternidad y especial signo de gracia para vos y todos los carmelitas; quienquiera que muera en esta prenda, no sufrirá el fuego eterno. Es el signo de salvación, defensor de los peligros, prenda de la paz y de esta alianza”.
Ella muestra esa protección maternal al regalarle a san Simón Stock este escapulario y al prometer que, no sólo los carmelitas, sino todos los que lleven el escapulario de la Virgen del Carmen van a tener ese premio, ese regalo.
Todo el que lleva devotamente el escapulario de la Virgen del Carmen tiene prometido el Cielo.
San Josemaría habla de esta devoción tan bonita. Dice:
“Lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. –Pocas devociones –hay muchas y muy buenas devociones marianas– tienen tanto arraigo entre los fieles y tantas bendiciones de los Pontífices –Además, ¡es tan maternal ese privilegio sabatino!
(San Josemaría. Camino, punto 500).
Tenemos ese privilegio sabatino. La Virgen nos ha regalado ese privilegio de que nos llevará al Cielo el sábado siguiente a nuestra muerte si llegamos a pasar por el Purgatorio, cuando llevamos devotamente el escapulario de la Virgen del Carmen en nuestro pecho, cuando llevamos con cariño, con amor ese escapulario debidamente impuesto.
¿TENGO IMPUESTO EL ESCAPULARIO?
Un primer punto en este rato de oración es preguntarnos: ¿tengo el escapulario de la Virgen impuesto? Muchos dirán sí, yo llevo el escapulario de la Virgen, pero quizá alguien puede decir: no.
Es una oportunidad maravillosa ver cómo poder pedirle a un sacerdote que nos imponga el escapulario para tener ese privilegio sabatino.
La Virgen es Madre. ¡Es tan maternal ese privilegio sabatino! Es Madre y quiere que nos salvemos a toda costa. Por eso nos deja esta ayuda y tantas otras.
Nos ha dejado muchos atajos, muchos modos de llegar al Señor a través de ella: el rosario, las medallas, las distintas oraciones a la Virgen tan bonitas como el Acordaos, Bajo tu amparo, el Ave María, la Salve… tantas otras y esta tan maravillosa: el escapulario.
Hoy, en la misa se lee el Evangelio de las bodas de Caná y ahí, de nuevo, la liturgia quiere subrayar esa protección maternal de la Virgen que está siempre preocupada de sus hijos, que está siempre fijándose: “A este le falta una cosa, a este otra; en este matrimonio falta el vino…”
Porque ella es la que va a lograr del Señor esos milagros, esas cosas que necesitamos.
“Ella nos trae al Señor y nos trae el mejor de los vinos”
(Papa Francisco comentando este mismo Evangelio).
Nos trae el mejor de los vinos, el vino del amor de Dios y ese vino que nos convierte, ese vino que nos transforma.
MIRAR AL CIELO
“Señor, te pedimos que nos ayudes a darnos cuenta de que, a través de tu Madre, a través de nuestra Madre, de nuestra Mamá, podemos llegar muy lejos; podemos llegar al Cielo”.
Madre nuestra, Mamá, te pedimos que nos conviertas, que nos cambies, que nos lleves al Cielo cuando llegue el momento de nuestra muerte, lo antes posible. Que no tengamos que pasar por el Purgatorio o que sea muy breve ese tiempo.
Guíanos, Madre nuestra, en esta vida. Y luego, cuando llegue el momento de nuestra muerte.
La Virgen del Carmen también es la patrona de los marineros. En el mar la invocan como Estrella del mar, la Estrella que guía. Madre nuestra, guíanos hacia el Cielo.
Que sepamos ir con humildad a ti, que sepamos acudir a ti con humildad, a esa Estrella que brilla, a esa Estrella que nos guía, dejando de lado nuestro orgullo, nuestra soberbia, todo lo que sobra, todo lo que nos aparta de ti.
Como hijos pequeños que somos que se refugian en su madre.
Madre nuestra, que sepamos mirar al cielo, mirarte a ti y seguir ese camino que nos indicas, así como le dijiste a esos sirvientes que estaban en el matrimonio:
“Hagan lo que Él les diga”
(Jn 2, 5).
Que sepamos seguir ese consejo tuyo. Que sepamos hacer lo que nos dice el Señor, pero a través tuyo, a través de ti, que quieres que nos salvemos, que quieres que seamos muy, muy, muy felices; o sea, muy, muy, muy santos.
Se lo pedimos especialmente a la Virgen del Carmen: Virgen del Carmen, salva a tu pueblo que clama a ti.