Comienza el Evangelio de hoy diciendo:
“Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar”
(Mt 13, 1).
Y creo que con esta frase nos basta. ¡Qué naturalidad! ¡Qué escena tan normal!… ¿Quién no se ha sentado a la orilla del mar a ver un atardecer, a pasar un rato agradable con los amigos, con la familia o, simplemente, a contemplar…?
Yo entiendo que no a todos les tiene que gustar el mar, pero creo que a muchos nos encanta la playa, el mar, las olas… Y a Jesús parece que le gusta también.
Pues hoy, tú y yo, nos sentamos con Él a la orilla del mar. Está solo y llegamos nosotros. Silencio… El mar… Y arranca pensamientos, recuerdos, aficiones. Y es descanso; se agradece. Pero, es cierto, también el mar sorprende.
Sorprende por su fuerza, por su tamaño, su movimiento, su cambio constante -su calma y su violencia. Ha dado mucho de qué hablar: ha inspirado expediciones, ha invitado a descubrir mundos, ha retado a aventureros a lo largo de la historia.
Entonces, viendo el mar, pensando en todo esto, dan ganas de abrir la conversación con Jesús. Y se nos escapa tal vez esa frase: ¡Qué grande es el mar! Y, quién sabe, tal vez eso nos responde, como en alguna ocasión respondía san Josemaría a uno que, precisamente, le comentaba eso: “Pues a mí me parece pequeño”.
DIOS NOS QUIERE Y NOS PROTEGE
Es que no deja de ser la creación, que no le toca los talones a su Creador. Y tú volteas a ver a Jesús y te das cuenta conmigo que, en este caso, hoy, el mar baña los talones de su Creador, que se ha sentado a la orilla.
Y a nosotros, conscientes de quién es el que tenemos al lado, se nos vienen al pensamiento aquellas palabras del Antiguo Testamento:
“¿Dónde estabas tú cuando fundaba Yo la tierra? […] ¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía por borbotones; cuando le puse una nube por vestido y del nubarrón hice sus pañales; cuando le tracé sus linderos y coloqué puertas y cerrojos?
¡Llegarás hasta aquí, no más allá -le dije-, aquí se romperá el orgullo de tus olas!”
(Job 38, 4-11).
Estas palabras del libro de Job, que las pronuncia Dios, las pronuncia el mismo Jesús.
No hay que olvidarnos de que por más que nos encontremos con cosas grandes en la tierra, por más que algo nos parezca insuperable o algo nos dé miedo o algo nos asombre, pues hay Alguien detrás que puede más. Tú y yo estamos con Jesús. Somos parte de su Iglesia, tenemos amistad con Él. Y Él es el Creador.
A Dios le interesan todas nuestras cosas. Nos quiere y nos protege. No nos podemos acostumbrar a Dios. No nos podemos olvidar que contamos con Él. Que si en alguien -en alguna persona- podemos confiar, es en Él. Que si con alguien nos podemos sentir seguros, es con Él…
Tú y yo, hoy y todos los días, estamos sentados al lado de Jesús, a la orilla del mar -si queremos. Y es cierto, ahí estamos con Dios. Por supuesto, Dios da y Dios pide.
ÁRBOLES DE PRIMERA FILA
San Josemaría, en una ocasión, estaba en una playa cercana a Valencia y veía una hilera de árboles ya torcidos y dañados por el viento y el salitre que salía del mar. Estos árboles, precisamente, estaban dañados porque protegían al resto de las plantaciones que estaban detrás. Y le dijo a quien lo acompañaba:
“Nosotros tenemos que ser como árboles de primera fila, protegiendo al resto de la Iglesia”
(San Josemaría, Carta a sus hijos de Roma, desde Madrid, 24-III-1946).
Y Jesús, si está sentado a tu lado en la orilla de la playa, es porque se quiere apoyar en ti. Hay que ser apoyo, ser como esos árboles de primera fila que protegen al resto. “Jesús ayúdame a ser un árbol de primera fila”.
Igual nos preguntamos, bueno, yo ¿apoyar en qué? Pregúntale a Jesús y confía en Él. Hay que convencerse de que sabe más que nosotros y puede más que nosotros. Y entonces hay que escuchar lo que tiene que decir… y confiar…
Volteamos a ver el mar y luego volteamos a ver a Jesús sentado a nuestro lado y tú y yo le decimos: “Jesús, yo contigo me atrevo a cualquier mar. Me lanzo a cruzar todos los mares; con sus borrascas y tempestades”. Y es que nos atrevemos a decir esto porque a su lado nos sentimos seguros.
San Josemaría nos recuerda esas otras palabras que también aparecen en el Evangelio, que Jesús dice:
“¡Mar adentro! [Y él comenta:] Rechaza el pesimismo que te hace cobarde. Y echa tus redes para pescar. ¿No ves que puedes decir, como Pedro: -Jesús, en tu nombre buscaré almas?”
(Camino, 792).
SER EJEMPLO
¡Claro! “En tu nombre, en tu palabra. Porque Tú me lo pides”. ¿Dónde me lo pide Jesús? En la oración, en este rato de oración; o el los consejos que puedes recibir en la dirección espiritual -si la tienes- o los consejos que te dan en confesión.
Lógico, Jesús nos pide. Y, entre otras cosas, nos pide ayudar a los demás. Ser ejemplo en tu familia, entre tus amigos, acercarle almas… ¡Lanzarse al mar!
No vale la pena empequeñecer los planes de Dios, pensar en unos ideales egoístas creyendo que son grandísimos, que son importantísimos, que nos vamos a comer el mundo, pero olvidándonos de Jesús, sin preguntarle qué piensa.
Y justo por eso se me venía a la cabeza otra consideración de san Josemaría.
“Me escribía aquel muchachote: ‘mi ideal es tan grande que no cabe más que en el mar. -Le contesté: ¿Y el Sagrario, tan “pequeño”? ¿Y el taller -entre comillas- “vulgar” de Nazaret? ¡En la grandeza de lo ordinario nos espera Él!”
(Surco 486).
En la grandeza de lo ordinario. A la orilla del mar. Ahí, con nosotros en nuestros planes, en nuestras ilusiones, allí quiero contar contigo Jesús. Es cierto, la vida se ha comparado a una navegación por el mar, en dirección a un puerto. El viaje puede ser increíble o puede ser un fracaso…
¿Por dónde quiero navegar? ¿Qué pienso hacer? Ahora que tú ves el mar delante tuyo con Jesús al lado, ¿qué piensas hacer? ¿En quién confías? ¿Hacia dónde vas? ¿Será que yo creo que puedo solo? ¿Pienso sólo en lo mío o me fío de Jesús…? ¿O será que, incluso en ocasiones, me da miedo fiarme de Jesús?
UN MAR INFINITO
Santa Teresa dice:
“Dios es un mar infinito surcado por innumerables velas. Hay cristianos que las arrían cuando se levanta el soplo divino. Tienen miedo de abandonar la orilla. Demasiados cristianos tienen miedo de Dios. Algunos, los que le aman, se fían de Él. No saben qué les espera, no lo saben, pero confían.
Son cristianos que no piden definiciones, se lanzan mar adentro. Quien no se lanza mar adentro nada sabe del azul profundo del agua ni del hervor de las aguas que bullen; nada sabe de las noches tranquilas, cuando el navío avanza dejando una estela de silencio; nada sabe de la alegría de quedarse sin amarras, apoyado en Dios, más seguro que el mismo océano”
(cf. J. Sanz Vila, Qué es la vocación).
“Jesús, yo quiero saber de eso. Aquí sentado a la orilla del mar contigo, te digo que me atrevo a cualquier mar con tal que sea contigo”.
“Santa María, Estrella del mar, ¡condúcenos Tú!”
(San Josemaría. Forja 1055).
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