< Regresar a Meditaciones

P. Rafael

5 min

ESCUCHA LA MEDITACIÓN

NI OJO VIO NI OÍDO OYÓ

El Señor nos adelanta que en el cielo no habrá matrimonio. ¿Cómo darle esta noticia a quienes aquí en la tierra son inseparables por el amor mutuo? Esto se entiende sólo desde la perspectiva del cielo.

PARA SIEMPRE

Tengo un recuerdo muy marcado de mis primeros años de sacerdote. Fui a atender a una señora que estaba gravemente enferma en un hospital, y afuera esperaba el esposo. Lamentablemente no había mucho que hacer, la señora estaba muy mal. 

El cuadro clínico era sumamente complicado. Pero afortunadamente la señora pudo ser atendida sacramentalmente, poco antes de fallecer. Su señor, obviamente, estaba desconsolado, porque se querian muchísimo.

Al cabo de unas semanas me encuentro nuevamente al ahora viudo, mucho más tranquilo, aunque todavía de luto y me dijo: —Padre, estoy encontrando mucha paz meditando la palabra de Dios, pero recientemente me encontré con un pasaje del Evangelio que me dejó pensativo. 

Resulta que era precisamente el Evangelio que nos propone la Liturgia para hoy: 

«Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: —Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano. 

Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. 

Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer. 

Jesús les dijo: —En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos, no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. 

Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección»

(Lc 20, 27-36).

HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE

Este Evangelio había traído zozobra a este pobre viudo porque amaba mucho a su esposa. —Padre -me decía-, entonces si yo me reencuentro con ella en el Cielo, ¿no me reconocerá como su esposo? ¿ya nunca más será mi mujer?.

La pregunta tenía todo el sentido del mundo. Estaba profundamente movido por el amor después de tantos años de matrimonio. 

La verdad, a mi me pareció muy conmovedor conocer a este señor y su preocupación por reencontrarse con su esposa para toda la eternidad

Pero este episodio parecía echar por tierra sus anhelos. Porque el Señor dice claramente

«En el mundo futuro y en la resurrección no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio». 

Es decir, que aquello de “hasta que la muerte los separe” parecía ser más radical de lo que pensaba. La mujer a quien tanto amaba, ya no sería su esposa para toda la eternidad. 

¿Cómo dar una respuesta cristiana a esta situación que parece tan injusta? ¿Acaso Dios no es rico en misericordia? ¿Por qué decretar esta crueldad a dos personas que se quieren tanto?

Obviamente, estamos en el terreno del misterio divino, que decreta todas las cosas con infinita sabiduría y para felicidad máxima nuestra, de las almas dispuestas a recibir su bondad. 

MATRIMONIO

EL SACRAMENTO COMO UN MEDIO

Estoy seguro de que Dios, si por su inmensa misericordia llegamos al Cielo, nos sorprenderá con lo que allá encontraremos.

Lo que sí parece adelantar este pasaje del Evangelio, es que la institución del matrimonio no parece tener mucho sentido en el Cielo. No será necesario. 

Y esto nos recuerda una verdad a veces no es tan evidente. Que Dios estableció el sacramento del matrimonio como un medio y no como fin

Como en todos los sacramentos, el fin es la felicidad que sólo puede traernos la unión con Dios. 

Esto es más notorio en la confesión y en la Eucaristía, pero aplica a todos los sacramentos: su fin es la unión con Dios por medio de la gracia que confiere cada sacramento. 

En el Cielo, como ya se habrá llegado a ese fin de la unión con Dios, ya no harán falta los sacramentos, así como tampoco hacían falta en el Edén porque ya se gozaba del conocimiento de Dios íntimamente, cara a cara. 

Pero mientras caminemos en este mundo, necesitamos de los sacramentos para unirnos cada vez más a Dios.

Por eso, el Evangelio de hoy ha de ser una ocasión para las personas casadas de examinar si hay esfuerzo para encontrarse y unirse a Dios a través de todas las circunstancias de la vida matrimonial. 

En las alegrías y en las tristezas, en la salud y en la enfermedad, en la bonanza y en la penuria… En todo se ha de presuponer la gracia que confiere el sacramento para encontrarse con Dios.

FELICIDAD ETERNA

Pero volviendo a la angustia de viudo, Señor, ya sabemos que no hará falta el sacramento del matrimonio en el Cielo (ni ningún otro). 

Pero de modo indirecto este Evangelio de hoy nos está insinuando lo espectacular que será el Cielo.

«Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman» (1Cor 2,9). 

La contemplación de Dios nos llenará tanto de felicidad, que no echaremos de menos absolutamente nada de lo que podría hacernos feliz acá en la Tierra, incluyendo el amor conyugal. 

Por mucho que a este señor le cueste imaginarlo, el Cielo es tan impresionante, que no echará de menos a su mujer.

No creo que la señora no vaya a reconocer a su esposo en el Cielo, seguramente lo va a reconocer, pero ambos van a estar tan embobados con el rostro de Dios, que no anhelan absolutamente nada más. 

Incluso el matrimonio más feliz del mundo preferirá disfrutar de la visión de Dios en el Cielo, que pasar tiempo juntos, por mucho que se hayan amado aquí. 

Me gusta imaginar que allá habrá un departamento de ángeles encargado única y exclusivamente de limpiar la baba que se cae de los que están felices sonriendo y extasiados mirando a Dios. 

MATRIMONIO

UN CIELO QUE VALE LA PENA

Un Cielo así vale la pena. Y el Señor, en el Evangelio de hoy nos invita a apuntar con toda nuestra vida a esa meta final, a volver a considerar todas nuestras cosas como medio para llegar a esa meta, y no como fin absoluto. 

Para un cristiano de verdad, si algo no le acerca a Dios, no le interesa. Por el contrario, todo se puede convertir en una oportunidad de encontrarse con Dios, de unirse a Dios y de amar a Dios

Así entiendo yo aquella afirmación de san Josemaría:

“Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra” (Forja p.1005).

Vamos a pedir a nuestra Madre la Virgen, que todos los casados puedan vivir con la gracia del sacramento, una oportunidad de encontrarse con Dios en el sacramento del matrimonio. 

Pero a su vez, que todos apuntemos alto al Cielo. El Cielo es la meta final que vale la pena. El único éxito que de verdad importa.

Le pedimos a nuestra Madre que nos ayude a tener la valentía de apuntar alto, de arrancar de nuestra vida todo lo que pueda ser un estorbo, para llegar a esa meta final.


Citas Utilizadas

Ap 11, 4-12

Sal 143

Lc 20, 27

Reflexiones

María Madre nuestra, ayúdanos a ser valientes cada dia, arrancar todo lo que nos estorbe y poder llegar al Cielo.

Predicado por:

P. Rafael

¿TE GUSTARÍA RECIBIR NUESTRAS MEDITACIONES?

¡Suscríbete a nuestros canales!

¿QUÉ OPINAS SOBRE LA MEDITACIÓN?

Déjanos un comentario!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.


COMENTARIOS

Regresar al Blog
Únete
¿Quiéres Ayudar?¿Quiéres Ayudar?