Las lecturas de la Misa de hoy nos invitan a mirar hacia el futuro, hacia lo que nos espera después de esta vida.
El mensaje parece bastante claro. Tú, Señor, nos animas a través de Tu Iglesia a considerar que todos los días, con nuestras acciones nos jugamos la resurrección. ¡Me juego mi resurrección!
La primera lectura es impactante. En ella se cuenta cómo siete hermanos judíos fueron arrestados junto con su madre. Les querían hacer renegar de su fe. Cada uno de ellos da su vida heroicamente. Todo queda resumido en las palabras de uno de ellos:
“El rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes.”
(2 Mac 7,9).
¡Vaya si no lo tenían claro! ¡Se te pone la piel de gallina cuando lees el relato! Te animo a leerlo, pues no lo vamos a leer aquí todo. Pero te animo a que lo hagas, ¡Es impactante!
CREADOS PARA LA ETERNIDAD
Ahora, para comportarse como ellos y como tantos otros que nos han precedido, primero hay que creer en la resurrección…
En el Evangelio vemos como se acercan a Ti, Jesús, algunos de los saduceos que, como era sabido, negaban la resurrección. Y Tu respuesta es clara:
“Los que son dignos de alcanzar el otro mundo (…) ya no pueden morir otra vez, pues son iguales a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección.”
(Lc 20, 35-36)
Pero, Señor, los saduceos no son cosa del pasado. Hoy hay muchos que piensan parecido… Aunque también hay otros tantos que se lanzan a creer cualquier posibilidad después de la muerte: desde la reencarnación hasta “hacerme uno con la naturaleza” …
Tú, Jesús, nos pides darnos cuenta de que hemos sido creados para la eternidad. Estamos llamados, en cuerpo y alma, a resucitar contigo.
Al menos en mi tierra, algunas personas agradecen cuando les haces un favor diciendo: “te vas ir al Cielo con todo y zapatos”. Bueno, lo de los zapatos no sé, pero la resurrección es de toda la persona, en cuerpo y alma, como Jesús.
Por eso, hay que conquistar el Cielo con cuerpo y con alma. Eso es creer en la resurrección.
“Tú, Señor, hablas sobre la resurrección con total claridad, pero has ido todavía más lejos.” Como señala el Catecismo de la Iglesia:
“Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (cfr. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cfr. Jn 6, 54)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 994).
Cuesta pensar cómo va a ser, cómo va a pasar… Ya se ve que siempre ha costado… Es más, este tema ha sido piedra de toque para la fe de las gentes a lo largo de la historia…
PERO NO PRENDE
De esto hay una anécdota bastante curiosa:
“Estaba reciente la Revolución francesa. Uno de los jefes de la república, que había asistido al saqueo de las iglesias y a la matanza de los sacerdotes, (que lamentablemente fue así) se dijo a sí mismo:
“Ha llegado la hora de reemplazar a Cristo; voy a fundar una religión enteramente nueva y de acuerdo con el progreso”.
Al cabo de unos meses el inventor de todo esto, Reveillére-Lépaux, después de unos meses acudió desconsolado a Bonaparte, que ya era el primer cónsul, y le dijo: -¿Lo creerá, señor? Mi religión es preciosa, pero no prende. (La gente no se adhería)
A lo que dicen que Bonaparte respondió: -Ciudadano colega, ¿tiene seriamente la intención de hacer la competencia a Jesucristo? No hay más que un medio; haga lo que Él: hágase crucificar un viernes, y trate de resucitar el domingo.” (Cfr. A. Hillaire. La religión demostrada).
Es así de claro. Alguien dijo que nadie da la vida por un muerto. Los Apóstoles dieron la vida por Alguien a quien volvieron a ver con vida: a Ti, Jesús.
Y te vieron con cuerpo y alma, comías y hablabas con ellos. Eras el mismo Jesús de siempre (el mismo timbre de voz, los mismos ojos, los mismos gestos) pero resucitado.
¡La resurrección es cierta, y tú y yo nos jugamos la nuestra todos los días! Nosotros decidimos…
EL NÚMERO DE BAJAS ES CERO
No recuerdo donde lo leí, pero te lo comparto:
“En toda batalla hay bajas. Generalmente las del bando perdedor suelen ser más numerosas, pero a veces las pérdidas de los vencedores son cuantiosas. Incluso para alcanzar la victoria muchos generales han debido sacrificar, con plena conciencia de ello, buena parte de sus efectivos. Así sucedió, por ejemplo, en Stalingrado cuando los soviéticos se aferraron a la desesperada, a la orilla oeste del Volga, impidiendo que los alemanes conquistaran por completo la ciudad. Finalmente, la batalla se decantó del lado ruso, pero a un coste elevadísimo. Se estima que el ejército rojo sufrió durante los meses que duró la contienda en Stalingrado casi un millón de bajas, el doble que los alemanes. Fueron consideradas bajas asumibles, pues perder la ciudad hubiera significado perder todo el sur de Rusia y sus recursos industriales y petrolíferos.»
Pues bien (…) para Dios el número de bajas asumible es cero.
Dios cuenta conmigo para la resurrección final… Él quiere cero bajas.
Hay muchos pasajes del Evangelio que lo demuestran: Dios me va a buscar si me pierdo (como la oveja perdida); va a intentar buscarme hasta en el último rincón (como la dracma perdida); y lo va a hacer con alegría (como el Padre del hijo pródigo)…
Pero la cosa está también en que yo me deje… Porque Él me quiere en el Cielo sin que me falte un pelo… Pero ¿me dejo…, te dejas…?
Aparte de esto, es curioso que Jesús diga que seremos como ángeles, (no sé si te habías fijado en eso, a mí me llama la atención) pero no quiere decir que “somos ángeles”…
Me explico: somos seres de cuerpo y alma, y en cuerpo y alma vamos a resucitar.
Entre lo espiritual y lo material no hay choque, no hay oposición. No se trata de despreciar lo material, el cuerpo. Tampoco se trata de divinizarlo.
ESTAMOS LLAMADOS A LA VIDA ETERNA
Por ejemplo, hoy en día, muchos viven una esclavitud del cuidado del cuerpo: gimnasios, cremas, cirugías… Un culto al cuerpo que acaba, incluso, llevándose de encuentro la frágil autoestima de tantos…
Hay otros que piensan que todo lo del cuerpo es malo. Como si sentir o disfrutar de un placer fuera pecado; o como si la belleza fuera sinónimo de vanidad; o como si descansar, para reparar fuerzas, fuera dejadez o haraganería. Tampoco se trata de eso.
Pensar en la resurrección nos hace darnos cuenta del valor del cuerpo. Porque nuestro cuerpo se va a podrir, pero está llamado a la eternidad, a participar de la vida divina en el cielo.
En la vida nueva no nos van a dar un cuerpo diferente, nuevo, que no tiene nada que ver con el que tenemos ahorita. No es como cambiarse de camisa. Es este cuerpo, pero resucitado, el que está llamado a la vida eterna.
En fin, no sé si solo te he enredado con estas consideraciones. (¡espero que no!) Pero te animo a rezar con cuerpo y alma. A saber ponerte de rodillas, a ofrecer pequeñas mortificaciones, sacrificios, a pasar por encima de las molestias que se presentan en tu día. A unir cualquier dolor o fatiga a la Pasión de nuestro Señor, sabiendo que después del Gólgota viene la Resurrección.
Y al mismo tiempo, te animo a que te cuides. Pues, como dicen en Italia: “en un cuerpo sano, baila el alma”. Si duermes bien, comes bien y sabes descansar, si te cuidas, podrás estar en condiciones de hacer mucho por Jesús.
Se trata de hacerlo todo con ojos de eternidad, pensando en la resurrección… Porque si se me presenta algo que no está de acuerdo con la resurrección: ¡no lo quiero! En cuerpo y alma: ¡no lo quiero!
Santa María, nuestra Madre, tu nos esperas, en cuerpo y alma en el Cielo.