Creo que no me equivoco cuando digo que todas las madres han pasado más de un apuro con un hijo por haber dicho algo impertinente en público. “Mamá, ¿por qué ese señor no tiene pelo? su cabeza está brillante ¿Por qué está tan gordo? parece una ballena”. No es su culpa, es que los niños están en formación y no tienen filtro, dicen lo que piensan. Y por eso son tan ocurrentes dicen cosas que no diríamos. (Parábola del trigo y la cizaña)
Le sucedió a un sacerdote cuando en la catequesis explicaba el evangelio del trigo y la cizaña. Les contó a esos niños que un día los obreros se ven sorprendidos por la maldad de alguien que ha querido estropear su trabajo, su medio de sustento, su esperanza. Por eso estos campesinos van donde el amo y le proponen una medida drástica: vamos a acabar con ese mal de una, inmediatamente.
Cuál sería su cara de sorpresa cuando escuchan la respuesta llena de sabiduría: “Vamos a esperar. Vamos a esperar que crezcan juntos, así será más fácil distinguir el trigo de la cizaña y luego cuando hagamos la cosecha, podamos separarlos más fácilmente”.
Cuando el sacerdote explicaba esta parábola, los niños, como decíamos, no tienen filtro. Y por eso, las cuentas no les terminaban de cerrar, empezaron a proponer otras soluciones: “¿Por qué no cercó el campo? ¿Por qué no puso unos perros guardianes? ¿Por qué no usó herbicida? ¿Por qué si ya sospechaba de quién fue, no tomó ‘cartas en el asunto’ (a modo mafioso)?”
HOY NOS DAS LA CLAVE
El cura se quedó perplejo. Las propuestas de los niños eran buenísimas. Aunque la verdad es que es muy fácil ser profeta de tiempo pasado, y en esta historia, el daño ya estaba hecho. Ya el trigo estaba inundado de cizaña.
Pero volviendo a la parábola (del trigo y la cizaña), todos la hemos escuchado muchas veces, y hoy nos proponemos volver a meditarla contigo, Señor, porque hoy nos das la clave de lectura de esta imagen tan profunda, que leemos en el evangelio de hoy:
“El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. Del mismo modo que se reúne la cizaña y se quema en el fuego, así será al fin del mundo.
El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y apartarán de su Reino a todos los que causan escándalo y obran la maldad, y los arrojarán en el horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que oiga”
(Mt 13,37-43).
Con esta frase final, parece que no hay más nada que decir. Pero hoy nos hacemos como niños, de esos que no tienen filtro, y nos atrevemos a preguntarte lo que no nos queda claro, con toda la sencillez y toda la humildad.
Acá nos dices que cuando veamos tanto mal en el mundo, en nuestro país, en nuestra sociedad, también dentro de tu Iglesia, etc., confiemos en ti. Pero acá van las preguntas sin filtro: ¿Por qué tenemos que esperar tanto, Señor? ¿Por qué no blindaste la creación para que no le diera chance al enemigo ni de asomarse? ¿Por qué si ya sabemos quién fue, no le tomaste de una vez “cartas en el asunto” (a modo mafioso)?
CONFIAR EN TÍ
Ya sabemos que la respuesta está dentro de esta parábola. Sabemos que debemos confiar en tu infinita sabiduría, en tu inmensa bondad y en tu omnipotencia, pero nuestra poca fe nos lleva muchas veces a dudar cuando nos encontramos frente a frente con la fealdad del mal.
La teoría la sabemos pero después de llevar a la práctica nuestra fe entran las dudas “¿Dios o es bueno, pero no omnipotente, o es omnipotente y podría acabar el mal de una vez, pero no es tan bueno y no quiere hacerlo”.
Lo chévere es que en esta parábola Tú nos confirmas que Tú, Dios, sí eres omnipotente y sí eres la bondad máxima. Pero, como le gustaba decir a un amigo mío: “el tiempo siempre le da la razón a Dios”. No es que Dios se haga el ciego con el mal, es que no hay modo de ganarle una. Es lo que recuerda San Pablo a los Gálatas:
“No os engañéis: de Dios nadie se burla. Porque lo que uno siembre, eso recogerá”
(Gal 6,7).
Tú, Señor, tienes la victoria asegurada. Se lo prometiste a tus apóstoles y nos lo reafirmas a nosotros:
“En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido al mundo”
(Jn 16,33).
CUANDO VEMOS EL MAL
Aquí no hay palabra vana, este verbo “he vencido” está en pasado, es decir esa victoria ya está. Yo he vencido al mundo, confíen en mí.
Aún así, la pregunta te la seguimos haciendo, Jesús: “¿No había otro modo de vencer? ¿Por qué hay que esperar tanto? ¿Por qué el agobio de ver que el agua se mete en nuestra barca?
A veces esa pregunta se hace más dramática cuando lo que vemos no es sólo el mal en el mundo, o en nuestra sociedad, o en la Iglesia, sino también cuando vemos el mal dentro de nosotros. Algo que no sé si sirva de consuelo (Porque mal de muchos consuelo de bobos) pero me tranquiliza escuchar que un santo importantísimo de la Iglesia, pasa por lo mismo que nosotros.
San Pablo decía en la Carta a los Romanos:
“Veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza bajo la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte…?”
(Rom 7,23-24).
Más adelante, estamos en el capítulo 7 en el capítulo 8, san Pablo hará un himno de confianza y de abandono en Dios. El famoso “Quién nos separará”.
HUMILDAD DE OBEDECER
Supongo que en estos casos en donde vemos la cizaña dentro de nosotros, aplica lo mismo: “Jesús, veo el mal en mí, a veces veo que mejoro muy poco, que me falta un largo trecho en el camino hacia la santidad, que me confieso más o menos de las mismas cosas… y veo la cizaña en el campo de mi alma. Dime tú, ¿qué haremos?”.
Lo de siempre, confiar en las indicaciones del amo de la creación, que es sabio, es omnipotente, es la bondad máxima. Eres tú, Señor, nuestro salvador. Aunque nos duela el mal en el mundo y en nosotros, que confiemos en tu modo de salvarnos. Danos la humildad de obedecer tus mandatos y de confiar en la gracia, que actúa a veces en cámara lenta. Confiar porque Tú mismo le dijiste al pueblo de Israel a través del profeta Isaías:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos —oráculo del Señor—”
(Is 55,8).
Es decir, que tienes un plan y a veces no concuerda con nuestro plan humano, pero el tiempo terminará dándote, como siempre, la razón.
Si por algún motivo flaquea nuestra fe, eso ya también lo tenías previsto, nos has dejado una Madre que nos quita el miedo, nos toma de la mano y nos conduce hacia Ti. Con Ella es más difícil perder la paciencia. Con Ella es más fácil esperar en ti. Con Ella recuperamos la confianza de un niño pequeño y nos atrevemos a hacer con sencillez y con humildad estas consideraciones en nuestra oración.