«Jesús, hemos dicho como siempre: “Creo firmemente que estás aquí”. Pero hoy vamos también a decirte: “Creo firmemente que me transformo en Ti”.
«Lo creo. Creo que me transformo en Ti cada vez que comulgo, cada vez que te recibo en la Hostia Santa».
EVANGELIO
«Los judíos se han puesto a discutir entre ellos: —¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Y Tú les has dicho:
—En verdad, en verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él»
(Jn 6, 52-57).
CUANDO TE RECIBO ME TRANSFORMO EN TI
«Yo aprovecho Señor y te digo que te creo. Y creo que, cuando te recibo en la Eucaristía, me transformo en Ti».
Claro que yo le llevo ventaja a los judíos. Ellos te escuchan pronunciar estas palabras por primera vez. Yo, en cambio, ya te he visto morir y resucitar.
TE VEO GLORIOSO Y SE QUE LO PUEDES TODO
En la Última Cena pronunciaste aquellas palabras sobre el pan y el vino, hablabas de cuerpo y sangre y no dejaba de ser un misterio. Pero ahora, en la Pascua, te veo glorioso y sé que lo puedes todo.
Y sé que así estás en la Eucaristía. Y yo te como y me transformo en Ti…
JESÚS RESUCITADO ES PERFECCIÓN
Es impresionante pensar en Jesús resucitado, verle aparecer, ver cómo no está sujeto a los espacios, ver que ese cuerpo tiene las señales de la pasión pero que es un cuerpo rebosante de luz, de fuerza, de perfección.
Y que es cuerpo. Cuerpo tal cual: puede comer pescado y tomar agua. Puede estrecharme la mano y darme un abrazo y sacudirme cariñosamente el poco pelo de mi cabeza mientras me hace una mueca graciosa…
Aquí es donde me doy cuenta que juego con trampa. Porque los judíos ésto no lo han vivido. Yo, en cambio sí…
COMER SU CARNE Y BEBER SU SANGRE
Más o menos viene a decir un gran teólogo alemán:
“En Cafarnaún se preguntaban en tono de protesta: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
(Jn 6,52).
¿Qué significa la expresión «el cuerpo, la sangre de Cristo»? (…) ¿Por qué, precisamente, con una acción como la de «comer su carne» y «beber su sangre»?
Porque entregó su cuerpo y su sangre hasta la última gota. Y resucitó con su Cuerpo y su Sangre de manera victoriosa (un cuerpo glorioso, no un cadáver) y con la fuerza de la redención nos lo da a nosotros (ese cuerpo glorioso) para poder nutrirnos de Él como si se tratara (que es así) de un alimento tangible, de una medicina de inmortalidad (phármakon athanasías ; que así la llamaban los Santos Padres griegos).
NUESTRO CUERPO RESUCITARÁ
Y eso lo recibimos nosotros en nuestro cuerpo que, Dios mediante, resucitará como el suyo. Seremos como Él. Y nos vamos haciendo cada vez más como Él cada vez que comulgamos.
Nos vamos haciendo, en cuerpo y alma, como Jesús. Nos vamos haciendo otro Cristo, el mismo Cristo
(cfr. Romano Guardini, El Señor).
QUIEN COME ESTE PAN VIVIRÁ ETERNAMENTE
Lo dices Tú, Señor:
«Aquel que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente»
(Jn 6, 57-58).
Jesús, ¡esto es de locos! Tienes que estar loco, loco de amor, para hacer lo que haces, para hacer esto.
SOLO HAY UN JESUCRISTO
Solo así entiendo perfectamente aquello que le decías a Gabriela Bossis, aquella mujer francesa con gran fama de santidad, a la que le decías:
“Recuérdalo: no hay varios Jesucristos sino solamente Uno. El que está en el Cielo es el mismo que ustedes comen.
Y no te intimide el verbo ‘comer’. Yo lo puse en el Evangelio y lo hice porque explica la Unión que quiero tener con ustedes.
Cómeme, cómanme sin temor: satisfacen Mi Amor, alivian Mi Sed ardiente. ¿Sabes tú lo que es la sed? Y si lo sabes, ¿puedes comprender la Sed de un Dios que mañana, a la hora de la Eucaristía, va a estar ya muerto de Amor?”
(Él y yo, Gabriela Bossis).
ES DE LOCOS, NOS VAS TRANSFORMANDO
¡Es de locos! ¡Tener sed del amor nuestro, del amor mío! Querer unirte de tal manera con cada uno que te nos das de comer. Y así nos vas transformando.
TENGO SED
No por nada, cuando la santa Madre Teresa de Calcuta montaba un nuevo oratorio (una nueva capilla) en una de sus casas, ponía un crucifijo, y al lado, un rótulo que decía:
¿Tú y yo, tenemos sed de Eucaristía? ¿Tenemos hambre de Eucaristía? ¿Queremos estar así de unidos a Jesús?
PRIMERAS MISAS
Imagínate las primeras Misas. Imagina a los apóstoles celebrando por primera vez; un Juan, un Pedro, un Tomás. Con el amor que le tenían a Jesús.
Cómo deben haber temblado mientras pronunciaban aquellas palabras: esto es mi cuerpo , esta es mi sangre. Y cómo deben haber comulgado ese pan, ese cáliz.
Dicen que:
“San Felipe Neri tenía el cáliz mordido y arañado por sus dientes, por el ansia con que consumía la sangre de su amado”
(José Pedro Manglano, La Misa: el beso de Dios).
NO PERDAMOS LA OPORTUNIDAD DE ESTAR CERCA DE JESÚS
Pues imagínate cómo deben haber comulgado los apóstoles.
Es más, ¡imagina qué habrá hecho nuestra Madre Santa María cuando sabía que alguno de ellos iba a celebrar Misa! Seguro que no se perdía ni una oportunidad, para estar allí, para estar cerca de “su Jesús” cuando bajara al altar en el pan y el vino recién consagrados.
¡Su Jesús!
¡QUÉ DICHA LA DE MARÍA!
¡Imagina cómo habrá comulgado! Cómo habrá experimentado esa unión con su Jesús, cómo le habrá hablado en la intimidad de su corazón; solo comparable a aquellos nueve meses de embarazo en los que lo llevó en su interior.
¡Qué dicha la de María! ¡Qué dicha la de nuestra Madre! ¡Y qué dicha la de Jesús de unirse así a Ella! ¡Y qué dicha la nuestra de poder hacerlo también!
COMUNIÓN ESPIRITUAL
No por nada reza aquella comunión espiritual que san Josemaría aprendió de pequeño:
“Yo quisiera Señor recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos”.
Díselo tú, yo se lo digo también…
¡QUIERO TENER SED DE EUCARISTÍA!
¡Quiero tener sed de Eucaristía! ¡Quiero tener hambre de Eucaristía! ¡Quiero nutrirme de este alimento que me hace unirme a mi Jesús! Y me gustaría hacerlo como los apóstoles o como tú Madre mía.
Por eso, voy terminando esta meditación con un texto que bien podrías recitar alguna vez justo después de comulgar:
ORACIÓN PARA DESPUÉS DE COMULGAR
“Señor mío y Dios mío: creo firmemente que me transformo en Ti.
En tu Carne.
En tu Sangre.
En tu Alma.
En mi Dios.
Consuma nuestra identidad sin que mi distracción te limite, sin que te frene la pobreza de mi respuesta… sigue, sigue ahora haciéndome ser Tú, con tu infinita fuerza y con tu infinita suavidad.
Señor mío y Dios mío: creo firmemente que me transformo en Ti.
Con esta Hostia el prodigio.
Por mi carne tu Carne, por mi sangre tu Sangre, por mi alma tu Alma.
Por mi nada tu Yo.
Uno contigo hasta disolverme en Ti: de mi gota tu río, de mi chispa tu hoguera, de mi rayo tu sol.
Señor mío y Dios mío: creo firmemente que me transformo en Ti.
¡Es maravilloso que en este instante Tú y yo seamos uno! ¡Los dos un solo latido, un solo deseo, una sola respiración, una misma mirada! ¡Una sola persona, idéntico ser!
Señor mío y Dios mío: creo firmemente que me transformo en Ti.
No deseo nada más; dejo en tus manos cuanto soy y cuanto tengo.
Ahora solo quiero perderme en tu Ser, porque tu Ser está en el mío, actuándome con su poder infinito, llenándome de su presencia salvadora, redentora, transformante.
Resuelve, Señor, hasta el final nuestra disolución, enciende más y más el fuego de amor que me hace Tú en esta comunión.
Así María será mi Madre, pues en Ti me reconocerá como hijo. Y siendo Tú y yo uno y el mismo, mi carne será la de ella, su sangre la que corra por mis venas y ella me querrá con el mismo amor inefable con que te quiere a Ti»
(Treinta y Tres Oraciones para Después de Comulgar, Ricardo Sada Fernández).