UN NIÑO ACOSTADO EN EL PESEBRE
Noche de paz, noche de alegría, todo es celebración en este día. Celebramos el amor que Dios nos tiene hasta el extremo de acercarse tanto al mundo, que ahora es uno de nosotros.
Sin perder su divinidad ha querido tomar nuestra humanidad. Ahora todos pueden apreciar a aquél que es perfecto Dios y perfecto hombre.
Por eso, en los próximos días vamos a aprovechar para hacer nuestros ratos de oración delante de ese niño recostado en un pesebre.
Vamos a pedirle a Dios que nos ayude a contemplar su divinidad escondida en esa humanidad que ahora ven nuestros ojos.
Un niño como cualquier otro, que ríe, que llora, que se cansa, que tiene hambre, que balbucea. Pero con los ojos de la fe también sabemos que no es un niño como cualquier otro.
Es ese Dios que nos ama con tanta locura que no puede permitir que no lleguemos al cielo. Vamos a maravillarnos en estos días de todo lo que está dispuesto a hacer Dios con tal de que seamos plenamente felices.
Este niño que ahora ves sonriendo y devolviéndote la mirada tiene una misión muy concreta: redimir a toda la humanidad –también a ti y a mí–.
ÉPOCA DE VILLANCICOS
Vamos a esforzarnos estos días para celebrar la Navidad por el mismo motivo por el que celebramos la Semana Santa: el Emmanuel es Dios que baja a donde la humanidad yace para elevar su pobre condición de pecado y brindarle la oportunidad de ser ahora hijo de Dios.
Se suele recordar que, sin la Semana Santa, la Navidad pierde gran parte de su brillo (por no decir todo). Es lo que nos recuerda aquel conocido villancico que pone en boca del niño estas palabras: “yo bajé a la tierra para padecer”.
Hablando hace poco con un amigo, me decía que había pasajes del Antiguo Testamento que le costaba mucho comprender y ponía como ejemplo aquel momento en que Dios le pide a Abraham que sacrifique a su único hijo, concebido milagrosamente ya en la vejez.
Este amigo que es muy inteligente decía que sus papás serían incapaces de hacer algo así y eso que aman muchísimo a Dios y que no tienen solo un hijo. ¿De verdad es capaz de pedir algo así de cruel?
¿Ese primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas es tan radical como para llevar a amar a Dios incluso por encima de la propia sangre?
FE SIN TITUBEOS
La pregunta de este amigo es muy válida. Dios le pidió esa prueba de amor a Abrahán y la prueba fue superada. Demostró que sí estaba dispuesto a renunciar incluso a lo más querido por amor a Dios.
En este caso no hizo falta terminar la prueba, porque un Ángel detuvo a Abrahán justo antes de consumar la muerte de su hijo. Pero ahora, al contemplar a este Niño recostado en un pesebre, volvemos a recordar a Abrahán y lo que no se consumó en aquel momento, Dios sí está dispuesto a cumplirlo con su propio hijo.
Así de grande es el amor de locura que nos tiene Dios: hasta el extremo de entregar a la muerte a su propio Hijo: “yo vine a la tierra para padecer”.
Ahora ya sabemos por qué es vital que en estos días cuando hagamos nuestra oración delante del pesebre, le pidamos ayuda a Dios para reconocer en este Niño al mismo hombre que por amor a ti y a mí, entrega hasta la última gota de sangre en el Gólgota. Así de grande es el amor de Dios por nosotros.
Este esfuerzo de la oración en estos días vale totalmente la pena. Si somos capaces de ver a Jesús en el pesebre (no a un niño genérico), será más fácil reconocerlo en la cruz.
EL NIÑO Y UN MADERO
Si somos capaces de ver también la divinidad de Jesús en este Niño recostado en un pesebre de madera, será más fácil reconocer a Jesús cosido al madero de la cruz.
Si nos conmovemos cuando María abraza y besa a este Niño que es Dios-con-nosotros, ¿cómo no se conmoverá aún más al recordar también a María recibiendo a su Hijo apenas descolgado del madero de la cruz, besando sus dolorosisimas llagas.
«El que reposó en el sepulcro excavado en la roca donde ningún hombre había sido puesto antes»
(Lc 23,53),
«fue el que se encarnó en el vientre de una mujer que no conocía varón alguno»
(Lc 1,34).
Sacaremos más provecho a nuestros ratos de oración en estos días si nos esforzamos por contemplar la línea que une el portal de Belén con el Gólgota de Jerusalén.
Por eso, vamos a pedirle a Dios que la alegría típica de estos días tenga un fundamento más teologal. Lo que nos alegra es que ha empezado la recta final de nuestra salvación: nació el Redentor. Dios está cerca, muy cerca de cada uno de nosotros.
Lo que Dios hizo por nosotros en el Gólgota comenzó en Belén.
VINO A LA TIERRA A PADECER
Cuenta el evangelista un detalle que puede parecer insignificante:
«María envolvió al Niño en pañales»
¿Por qué el evangelio se toma la molestia de mostrar este detalle tan poco importante?
La tradición de los íconos, basándose en la teología de los Padres, ha interpretado también teológicamente el pesebre y los pañales. El Niño envuelto y bien ceñido en pañales aparece como una referencia anticipada a la hora de su muerte: es desde el principio el Inmolado.
Por eso el pesebre se representa como una especie de altar.
«Yo vine a la tierra para padecer».
¿Por qué hablar de cosas tristes ahora que lo que toca es alegría? ¿Es que a Dios le interesa que seamos masoquistas que se alegran en el dolor? Nada de eso. A Dios lo que le interesa es que seamos personas enamoradas.
Y para eso, Dios nos demuestra su amor constantemente. No podemos darle las gracias por la Navidad sin agradecer también la cruz.
Nos alegramos al saber que Dios nos ama y que, además, nos lo demuestra.
Ojalá en este tiempo de Navidad, al contemplar al Niño que ha nacido, le dejes que te hable más con la mirada que con el ruido de palabras con un reproche cariñosisimo: aquí estoy porque te amo hasta el extremo. ¿qué estás dispuesto a hacer tú por amor a mí?
DIVINIDAD ESCONDIDA
Ojalá nos asombremos por la insistencia en redimirnos. Este Niño que ahora vemos, vino a este mundo a abrazarse a una cruz para que tú y yo podamos soltar ese cactus al que tontamente nos mantenemos abrazados.
Para que tú y yo soltemos los sentimientos de soberbia y orgullo y todos los demás pensamientos que nos dan falsas seguridades: la envidia, la venganza, la murmuración, el chisme, la calumnia, etc.
Es esa la paz que ha venido a traer este Niño: la paz de quien ama tanto a Dios que quiere lo que quiera Él y rechaza lo que aborrezca Él.
Maravíllate, además, porque no quedará espacio libre de dolor en el cuerpo purísimo de este bebé cuando crezca, con tal de que tú y yo aprendamos a despreciar las seducciones de la carne.
En la Navidad recordamos que Dios ha tomado para sí un cuerpo, para después poder donarlo a toda la humanidad en cada Eucaristía.
Bendito este Niño Dios-con-nosotros, que reposa plácidamente en un pesebre. Tal vez para recordarnos su divinidad escondida. Sólo Dios, que es Señor de la historia, goza de la tranquilidad de quien tiene la victoria asegurada ante el mal en el mundo. ¿Cómo no confiar en un Dios así y en su amabilísima providencia?
¡Qué asombroso cómo Dios ha cuidado hasta el más mínimo detalle pensando en lo que más nos conviene!
Hay mucho de lo que agradecer y de lo que alegrarnos en estos días. Contemplaremos las mismas escenas que todos los años, pero con la visión del amor que renueva todas las cosas.
Vayamos y veamos al Niño que nació en Belén para demostrarnos cuánto nos ama. Oculto bajo estas apariencias, yace nuestra redención.
Altamente agradecidos, apreciado P. Rafael.
¡Feliz y santa Navidad!
Gracias P. Rafael por comentar el sacrificio que Dios pidió a Abraham! Nunca aprecié el sacrificio de Dios Padre que entregó a su hijo por nosotros!! Recién ahora entiendo lo que parecía una crueldad.
Gracias P. Rafael por comentar el sacrificio que Dios pidió a Abraham! Nunca aprecié el sacrificio de Dios Padre que entregó a su hijo por nosotros!! Recién ahora entiendo lo que parecía una crueldad.
Altamente agradecidos, apreciado P. Rafael.
¡Feliz y santa Navidad!