Empezamos este rato de oración, como siempre, con un acto de presencia de Dios. “Nos damos cuenta de que estamos delante de Ti, Señor Jesús.
Pero hoy nos tomaremos la libertad de hablarte de otra persona…”
Bueno, porque la Iglesia quiere que consideremos hoy la grandeza de nuestra Madre, pero de un modo peculiar.
NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
Hoy es la memoria de nuestra Señora de los Dolores, que en tanto sitios está unida -como es lógico- a la fiesta de la Exaltación de la Cruz, que celebramos ayer.
En este día podemos hablar con propiedad del “martirio de la Virgen”, -esta es una idea que se repite en los Padres de la Iglesia- porque el amor la unió tanto a Ti, Señor, que verdaderamente sintió que moría al mismo tiempo que Tú en la cruz.
Hoy es un día para quedarnos impresionados con esa fortaleza de María. Aunque los evangelistas no recogen nada al respecto, podemos suponer que también ella pasó por una agonía similar a la tuya, Señor, una agonía como la de Getsemaní.
Y hoy por eso la admiramos rota de dolor, traspasada por una espada, como profetizó el anciano Simeón en el templo tantos años antes.
Ella está rota de dolor, pero de pie. En aceptación total a está difícil decisión del Cielo.
“Señor Jesús, hoy queremos compartir contigo ese orgullo santo, al ver la fortaleza de nuestra madre.”
UN CORAZÓN INMENSO PARA AMAR
Se dice tantas veces, que sólo una mujer que ha sufrido la agonía de los dolores de parto, es capaz de comprender el inmenso suplicio por el que pasa un hombre con 38° de fiebre.
Bueno, porque en tantas cosas las mujeres nos superan en fortaleza. Pero lo de nuestra madre, no es solo por ser mujer, es por tener el corazón grande, un corazón inmenso para amar.
¡Qué admiración sentimos por María! Lo de ella junto a la cruz no es rebeldía, no es ni siquiera resignación.
Al contemplar esta escena somos testigos del dolor profundísimo de madre, pero también del amor, que es mucho más fuerte.
“Y Señor, pues no da también dolor, el contraste tantas veces con nosotros sus hijos. Es que ya quisiéramos tener la fortaleza de ella. Por eso, Señor, ayúdanos a parecernos a ella.
Te pedimos en primer lugar, que nos hagas ver la amabilísima voluntad de Dios en todo lo que nos sucede.”
También en lo doloroso, que nos purifica, que nos despoja de la soberbia, que nos da esa posibilidad de parecernos más a Ti, en la cruz.
Pero no nos basta con “ver” la mano de Dios en todo, te pedimos también, Señor Jesús, la valentía de nuestra Madre, para querer como propia, esa voluntad del Cielo, que a veces es sumamente oscura.
IMITEMOS LA FIDELIDAD DE MARÍA
Si llegase el momento, Señor, quisiéramos imitar la fidelidad de nuestra Madre al pie de la Cruz.
Pero ¿Cómo pretendemos serlo, si despreciamos la fidelidad en lo de cada día?
“Tú mismo, Señor, nos lo adviertes”:
“Quien es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho”
(Lc 16,10).
Por eso te pedimos hoy, no solo la fidelidad para las grandes batallas de la vida, que también esa la necesitamos, sino también para esas miles de pequeñas batallas de cada día.
Que, como María, no me aparte de la “cruz” de la puntualidad, de la cruz del orden, de la del servicio desinteresado y alegre a los demás, de la laboriosidad con rectitud de intención, del cumplimiento del deber de cada instante, esas cruces de las contrariedades que vienen inesperadas…
Que no me aparte de tu cruz, Señor, y a veces no tanto porque sea muy dolorosa sino por incómoda.
Decía san Josemaría, en Camino:
“¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! —Piensa, entonces, qué es lo más heroico”
AMAR LA CRUZ, DEL MODO QUE VENGA
“Señor, sabemos que tu pasión en el Gólgota no fue por masoquismo, y tampoco se nos ocurre pensar que nuestra madre sea masoquista y entendemos que tampoco esperas que nosotros lo seamos.
Pero, si quieres que amemos la cruz del modo que venga.”
Una recomendación del santo Cura de Ars:
“Hemos de pedir el amor a las cruces; entonces es cuando son dulces. Yo lo he probado; he sido muy calumniado y objeto de contradicción. Llevaba cruces, tal vez más de las que podía. Entonces pedí el amor a la cruz y fui dichoso; ahora me digo: verdaderamente no hay felicidad sino en eso”
Si nos lo recomienda uno de los más grandes santos de la Iglesia, podemos intentar al menos, pedírtelo ahora mismo: “Señor, dame ese amor a las cruces, a las que quieras enviarme, a las grandes y las pequeñas.
A las que creo que puedo soportar, pero también a las que pienso que me superan totalmente.
A esas que vienen sin esperarlas y también a las que veo venir y siento la tentación de salir corriendo, que no les tenga miedo, Señor.”
Y no porque confíe en mi propia fuerza, sino porque tengo claro, que en la cruz puedo encontrarme Contigo. Que me esperas en esas cruces grandes y pequeñas de cada día.
ABRAZAR LA CRUZ POR AMOR A ÉL
“Ahora en estos ratos de oración, Señor, me preguntó ¿Qué dolores, que contrariedades o qué dificultades en mi vida aún no sé ver como la cruz que Dios quiere que abrace por amor a Él?”
¿En qué cosas, me cuesta ver esa amabilísima voluntad de Dios para mi santidad y de la de los que me rodean?
Y es verdad que no siempre es fácil ver las cosas así, Pero, ¡Qué bien nos hace trasladarnos a esa cumbre del Gólgota, contemplarte en tan grande suplicio, Señor, y darnos cuenta de que no podemos dejarte solo en la cruz!
Tampoco podemos dejar sola a nuestra Madre, que se une en amargura a ese inmenso dolor Tuyo.
Miramos la cruz y miramos a María, y nos reconforta saber que, ante las dificultades y dolores de nuestra vida, no estamos solos.
Es más, nuestra vida también puede ganar en generosidad, bajo esta clave del amor, bajo esta clave de donación total, de querer lo que quiere la persona amada.
Miramos la cruz y miramos a María, y nos damos cuenta de que quejarse es tantas veces el camino fácil, -quejarse lo puede hacer cualquiera-, pero no siempre ese es el camino del amor.
NUESTROS PROBLEMAS, VERDADERAS TRAJEDIAS
Especialmente cuando nuestra soberbia nos hace ver nuestros problemas como verdaderas tragedias.
Todo se agranda cuando nos ponemos al centro de nuestros pensamientos, cuando le damos demasiadas vueltas a las cosas, cuando la soberbia hace que se active de modo desesperante nuestra susceptibilidad.
Se mete en nosotros ese complejo de víctima. ¡Cuando la única víctima inocente eres Tú, Señor!
Y ante la cruz no podemos quedarnos indiferentes: o salimos corriendo del Gólgota huyendo de la cruz, o un amor como el de María nuestra madre, nos mantiene junto a Ti, con esa mezcla de dolor y de alegría por haberte encontrado.
A ti que me escuchas en estos 10 minutos con Jesús, si te parece, ya que estamos en el Gólgota junto a Jesús y a María, paladea conmigo ese famoso poema que lleva por título: Oración al Cristo del Calvario.
Se consigue fácilmente en internet y si tú lo quieres anotar, pues yo creo que te haría muchísimo bien:
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Si ante esa cruz de cada día, pues nos cuesta ver ese rostro Tuyo, Señor, por fortuna sabemos que este corazón nuestro no puede resistirse ante el cariño de nuestra madre.
Si nos mantenemos junto a ella, al pie de la cruz, sabremos ser más fuertes.
Ella nos va a enseñar, qué es lo que significa un amor con obras, un amor concreto, un amor generoso.