En estos días, en la estación de tren, se me acercó una señora con aspecto de alguien que está pidiendo y necesita ayuda e hice ademán de sacar algo de la billetera para darle una limosna. Y me dijo: No, no me des plata, no me des plata. Comprame un sándwich.
Entonces, nos fuimos a comprar un sándwich. Después me decía muy segura:
-Dios te lo va a devolver por mí -con mucha seguridad- Dios te lo va a devolver.
Me hacían acordar esta anécdota las lecturas de este domingo, porque hay dos mujeres que dan todo lo que tienen, lo que les queda. Aparentemente con mucha confianza en que Dios, de alguna manera, se ocupará de ellas, les restituirá.
Una de ellas es la viuda de Sarepta a la que se acerca Elías en tiempo de sequía. El profeta iba sediento y hambriento y le pide de beber a una mujer que encuentra, que está buscando un poco de leña, para poder cocer pan con la poca harina que le quedaba y el aceite.
Y cuando ella va a buscar el agua, dice:
“-Por favor, tráeme en tus manos un trozo de pan”
(1R 17, 11).
Ella le explica cuál es su situación y le dice tráeme igual el pan y que no se va a vaciar el recipiente de harina, no se va a acabar el aceite hasta que otra vez llueva. Porque había una sequía que todavía duraría bastante tiempo.
Y la otra es la viuda del templo era una mujer que dio unas moneditas, como ofrenda en el templo. Aunque quizá no se dio cuenta, el mismo Jesús, vos Señor, la estabas mirando y te quedaste admirado, porque los demás daban de lo que les sobraba, pero ella todo lo que tenía para vivir.
AGRADAR AL SEÑOR
Estas dos viudas consiguen agradar a Dios. Esta última y la primera seguramente también, ya que consigue, además, tener el sustento durante todo ese tiempo de sequía, porque en su perspectiva era comer ese pan con su hijo y morir. Y en cambio, se hizo perdurable la harina y el aceite, hasta que acabó la sequía.
Podría parecer una imprudencia lo que hacen: dar la única seguridad, lo único que les queda, darlo por Dios, por el profeta, en el templo con una ofrenda al Señor. Y lo que para algunos le puede parecer imprudente, vos Señor, Jesús, lo alabas, te admiras, le decías a los apóstoles:
“…esta dio lo que tenía”
(Mc 12, 44).
Te alegra el corazón por la confianza que tenía en su Dios, por el amor que muestra. Y pienso yo, porque está también dando espacio, Señor, para que pueda recibir más bendiciones, porque confía.
Pareciera, así le pasa también a la otra viuda, al confiar pueden ser bendecidas, pueden recibir más de lo que dieron. Qué bueno, si nosotros, Señor, también fomentamos esa confianza y esa generosidad.
Si tenemos también esa experiencia, puede ser que no nos pase de una manera tan extrema, de tener que dar lo último que nos quedaba. Pero, quizá, en el día, día sí que podemos dar. Por ejemplo, de nuestro tiempo: para ir a misa el domingo o para rezar, aunque tengo muchas cosas que hacer… El tiempo es un recurso, tantas veces, escaso.
Recuerdo escuchar un podcast, un testimonio de una mujer que tenía cáncer y sabía que no le quedaba muchísimo tiempo de vida. Ella decía, con tanta gente que la quería, la ayudaba y la acompañaba: – Están dando de su tiempo… Yo me doy cuenta, ahora, que es nuestro recurso más escaso. Ella se daba cuenta que se le iba la vida.
CONFIAR MÁS EN DIOS
Dar de nuestro tiempo a Dios y a los demás, puede ser un acto de entrega y de confianza y de generosidad. A veces, perdonar o hacer un acto de confianza, confiar más en Dios.
Lo que vos nos enseñas, Jesús, en las leyes del mundo: de ser prevenidos, de guardar rencor, hacernos duros, fuertes ante los demás. También dar plata, para ayudar algo, quizá, directamente relacionado con el culto con la Iglesia o también, puede ser ayudar a algún necesitado.
Qué bueno, si tenemos, Señor, esta confianza y ojalá que podamos comprobar también que vos sos buen pagador.
Cuando te dejamos espacio, cuando ponemos en vos nuestra confianza, nos entregamos, vos sabes cuidarnos y sabes recompensarnos ante esos actos de abandono.
En el fondo se trata de ver dónde tengo puesta yo mi seguridad: si en los medios materiales, si en mis capacidades, si en mi prestigio, mi trabajo o si lo tengo puesto en Dios.
A fin de cuentas, no podemos dominar todo. La vida se nos va a ir… De la eternidad, no somos dueños, es un regalo el cielo.
Y si nos fijamos en las dos mujeres que aparecen en las lecturas de la misa. Y ellas hubieran decidido guardarse lo que tenían, una hubiera hecho lo que dijo, comido el pan que le quedaba y hubiera muerto, porque era lo último. La otra sí se quedaba sus moneditas, tampoco le iba a cambiar mucho la existencia unas poquitas monedas con muy escaso valor.
En cambio, al confiar en Dios, la perspectiva es mejor todavía. Que podamos hacer, Señor, también nosotros, esa experiencia de tener nuestra esperanza puesta en vos. Porque probablemente nos lleguen momentos en la vida en que nos damos cuenta de que no dominamos todas las variables. Solos no podemos.
EL SEÑOR NOS RECOMPENSA
En el fondo que pongamos la confianza en que la felicidad la tendremos si somos y vivimos como Vos querés que vivamos, Señor, si te seguimos. Por eso, ayúdanos a fomentar esa confianza, a tener nuestra seguridad y nuestra felicidad que, sabiendo que sos vos Jesús quien nos la puede dar, fomentarla en el día a día en esas cosas pequeñas en que uno puede confiar o tomar decisiones en que, no me aseguro todo yo, no hago depender todo de mis capacidades, en lo que tengo en lo que puedo. Sino que me entrego esperando que sea Dios quien recibe con tanta alegría, como recibió Jesús esas moneditas de la viuda del templo.
Que lo recibas y que seas vos quien me sostenga y quien me recompense.
Vamos a pedirle ayuda a la Virgen, Nuestra Madre, que hace como un cheque en blanco para Dios.
“He aquí la esclava del Señor, que se haga en mi según has dicho, que se haga tu voluntad”
(Lc 1, 38).
Ella tiene esa disposición y Dios obra, a la que entrega todo, Dios hace cosas grandes en su vida.
Ayúdanos, Madre Nuestra, a encontrar las oportunidades que tenemos de confiar, entregarnos y también así de que Dios pueda bendecirnos en esta vida y con la vida eterna.
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