Hoy nos encontramos con un evangelio que es bastante típico y que, a veces, nos puede dejar un poco confundidos:
“Había un hombre rico que tenía un administrador al cual acusaron de malgastar sus bienes. Le llamó y le dijo: “¿qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración porque ya no ocuparás más este puesto””
(Lc 16, 1-2).
Sabemos el resto del Evangelio, este hombre dice: “¿Qué haré? Porque efectivamente me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer”. Empieza a llamar a la gente, a los deudores de su Señor y les pregunta:
““¿Cuánto le debes?” “Veinte barriles”, le responde uno. Entonces le dice: “toma un recibo y anota como si fueran solo diez” y lo mismo hace con otro”
(Lc 16, 5-6).
Termina este Evangelio diciendo que
“el Señor alabó a este administrador deshonesto por haber obrado tan hábilmente, porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás, que los hijos de la Luz”
(Lc 16, 8).
Este último tiempo le he estado dando vueltas a qué es lo que el Señor quiere de nosotros. O sea, qué es lo que Dios quiere de nosotros.
NO TENER MIEDO
Yo creo que Señor Tú lo que quieres es que confiemos plenamente en Ti. Eres como el administrador que de repente entra y nos dices: “Oye, dame cuenta de tu administración, cuánto has confiado en Mí”.
Aquí cada uno puede decir: “es que Señor, en realidad no he confiado tanto en Ti; en realidad he tenido miedo y como he tenido miedo he confiado en las cosas del mundo y he confiado en las cosas que me daban más seguridad: el dinero, el prestigio, mi seguridad física…
El miedo es algo real; de hecho, Woody Allen decía que:
“el miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro”.
Siempre ha estado cerca… Franklin Roosevelt decía que:
“la única cosa a la que le debemos de temer es al miedo mismo”.
Efectivamente, el miedo está siempre presente y es un miedo al imprevisto, un miedo a no tener controladas todas las cosas, un miedo que a veces se presenta con distintas caras, un miedo que, en definitiva, nos aleja de Dios, porque el Señor lo que busca es que tengamos confianza en Él.
Qué importante es tener confianza en Dios y que, aunque las cosas no funcionen, aunque nos parece que el mal está ganando batallas o que el mal se presenta con más fuerza, que nos demos cuenta, que confiemos en el Señor.
“Señor, quiero ser ese administrador que realmente use bien los recursos”.
Ya nos dice el Señor:
“Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarán ni te abrazarán las llamas. Yo estoy contigo”
(Is 43, 2).
“Señor Jesús quiero tener esta confianza en mi corazón especialmente cuando vienen las cosas un poco más duras”.
CONFIAR EN EL SEÑOR
Estas semanas me ha costado un poco también, personalmente, porque he tenido que acompañar a personas que están sufriendo algunas cosas especialmente dolorosas: una traición, les han hecho daño a sus hijos o han perdido la esperanza de que se solucione un problema que se les está haciendo muy pesado o los hijos que se portan mal y no saben qué hacer…
Muchas veces, en estos casos, lo único que se puede hacer es acompañar en el dolor y decir: “tranquilo, esto pasará, tienes que tener más confianza en Dios de que esto va a pasar, de que esto no se va a quedar habitando en tu vida.
Luego tendrás unos ojos distintos con los que verás esto mismo y te parecerá que, aunque fue muy duro, al terminarlo tienes más fuerza, tienes una visión distinta de la vida, es más sobrenatural, te has juntado mucho más a Dios.
Hoy que convivía con una pareja me decía eso uno de los que estaban ahí, que ha pasado un momento bastante duro en su vida y que eso había resultado positivo, en que se había unido más a su pareja y que, en definitiva, estaban los dos buscando más abiertamente a Dios.
Claro, es que Dios, a veces, no le queda más que darnos estos sustos para que nosotros aprendamos a tener confianza, ¡confianza!
Decía santa Teresita del Niño Jesús:
“La confianza y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor”.
Esto resume su espiritualidad.
Yo te pregunto: “¿tienes esa confianza? Porque uno puede decir sí, “amarás a Dios sobre todas las cosas”, ese es el primer mandamiento, uno tiene que amar a Dios sobre todas las cosas. Pero ¿cómo manifiesto mi amor?
Tratando bien a los demás, portándome bien, intentando tener presencia de Dios… de acuerdo, todo eso está; pero ¿tengo realmente confianza en Dios? Porque la confianza y nada más que la confianza nos conduce al amor.
APRENDER A CONFIAR
Nos derretimos por Dios cuando realmente tenemos confianza en Él, pero confianza ciega, confianza como tuvieron los santos que no esperaban ver los milagros, sino que estaban dispuestos a pasar por cualquier cosa, por dura que fuera, porque sabían que era la voluntad de Dios.
Esa es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios, que,
“si pedimos conforme a su voluntad, Él nos oye”
(1Jn 5, 14).
Esto nos tiene que remover el corazón, porque el Señor nos oye, pero si nos oye no quiere decir que inmediatamente nos oye, pero nos da lo que conviene.
Qué importante es que pensemos de esta manera, porque si pensamos que solo lo que nos gusta es lo que nos conviene, entonces dejamos de ver a Dios detrás de las cosas. Empezamos solo a que “no nos ha cumplido”.
Yo a veces escucho eso con alguna frecuencia y me río, “no nos ha cumplido Dios, le rezo, le rezo y no nos ha cumplido…”
¡No puede ser! Hay que aprender a tener confianza en el Señor, como decía santa Teresita, pero confianza de a de veras, ¡confianza!
Y esa confianza que nos lleva a pasar por encima de cualquier obstáculo y que, aunque las cosas estén negras, vamos a pasar también por esto.
La confianza plena se vuelve abandono en el amor y eso nos libera de los cálculos obsesivos de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz.
Fuera esos temores de: me voy a quedar solo, cómo voy a quedar delante de los demás, esto que estoy haciendo me va a separar de, me van a poner un mote, un apodo…
PONER LAS COSAS EN MANOS DE DIOS
Realmente, cuando uno pone las cosas directamente en manos de Dios, entonces las cosas funcionan de forma distinta.
“Señor, dame esa fuerza para tener siempre presente que tengo que tener esa confianza en Ti, una confianza que no se deja ganar por tonterías, sino que inmediatamente recorre de nuevo el camino a tener esa presencia de Dios.
Señor, Tú sabes más, tú sabes que esto pasará o sabes por qué has dejado que me venga a mí”.
Porque el Señor sabe más y tenemos que tener esa conciencia.
Cuando nos venga a preguntar, como ha hecho en este evangelio: “Dame cuenta de tu administración”, yo voy a decir: ¡chuta! Me da vergüenza, porque no he tenido confianza en el Señor.
“Señor, danos esa confianza que nos conduce al amor; que, aunque veamos las cosas a veces negativas, negras, que sepamos salir adelante porque tenemos confianza en Ti porque te tenemos realmente amor.
No porque las cosas van a salir según lo que nosotros ansiamos, sino porque al final del camino será siempre mejor ese camino que Tú nos haces pasar, será siempre mejor esa respuesta que Tú nos tienes”.
Uno tiene que estar dispuesto a pasarla mal. La misma santa Teresita nos dice:
“los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza”.
“Señor, no quiero faltar a la confianza, no quiero faltar a tu Amor. Dame esa fuerza para tener claridad de que tengo que confiar en Ti sobre todas las cosas y que esto no es un extremismo”.
No, para nada, esto es lo que necesitamos para que la vida tenga más sentido, para que las cosas funcionen mejor.
Vamos a acudir a nuestra Madre la Virgen para pedirle que nos ayude a ser más confiados. Confianza en el Señor, que tengamos esa presencia de Dios, que nos lleve a tener esa confianza concreta como lo tenía santa Teresita de Jesús.