Celebramos hoy la fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago, un saludo entonces para todos los que lleven ese nombre: Felipe, Felipa, Santiago, Jaime, Jacobo, Jacoba.
Aprovechamos esta fiesta para encomendar a las personas que queremos, y pedirle al Señor por sus necesidades.
EL SEÑOR ABRE SU CORAZÓN
El Evangelio de hoy está tomado de san Juan, en el capítulo 14, es decir, que estamos de lleno en esa noche santa en la que Jesús compartió la última cena con los suyos.
¡Donde reveló misterios tan grandes! Con razón san Juan dedica un largo texto a contarnos qué ocurrió entonces.
Porque es un momento verdaderamente singular: la última cena con los suyos antes de padecer.
Esa misma noche, como bien sabemos, será apresado en el huerto de Getsemaní, y luego todo lo demás…
Ya no podría descansar, pasaría esta noche, la del jueves, en la mazmorra del Palacio de Caifás.
Entonces con todo lo que se le viene encima, el Señor abre su corazón, ¡tenemos un tesoro absolutamente insondable!
Estar presentes en la última cena, escuchar lo que Jesús dijo desde lo más profundo de su corazón en oración, abierto a la presencia del Padre, y abierto a la presencia de los Apóstoles.
Y entre ellos estamos también nosotros, cómo no va a ser maravilloso, emocionante, poder escuchar lo que Jesús dijo, lo que Jesús rezó.
El tono de las palabras de Cristo es muy íntimo, como quien tiene su última conversación con el amigo antes de morir, como quien se despide de su familia antes de partir.
Bueno, todo eso no es más que un pálido reflejo de lo que ocurrió entonces, en esa “cena santa”, en esa “noche santa”.
LAS ÚLTIMAS HORAS DE CRISTO
Si todo el Evangelio deberíamos leerlo de rodillas, o en puntillas, bueno, ¡Cuánto más estos textos!
A partir del capítulo 13 de san Juan, que nos cuentan las últimas horas de Cristo, en su entrega hasta el fin, por cada uno de nosotros:
“En aquel tiempo dijo Jesús a Tomás: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.”
(Jn 14, 6)
Nadie llega al Cielo sino por mí, incluso a quienes no conocen a Cristo, estas palabras también les van dirigidas.
Porque todos los que están en el Cielo, todos los que llegan a la bienaventuranza eterna de la contemplación de Dios, lo hacen por la puerta que es “Cristo”.
Nosotros tenemos la gracia inmensa de conocer a Jesús de amar a Jesús. Tenemos el Camino con total claridad, señalado por delante.
Y además contamos con su gracia:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.”
Cómo no llenarnos de gratitud ante este don, pensando también en tantas personas que van errantes, fuera del camino, por desvíos muchas veces miserables.
Y no porque nosotros seamos mejores, en absoluto, no porque ellos sean peores, es un misterio esto.
EL CAMINO QUE NOS LLEVA AL CIELO
Pero el camino que nos lleva al Cielo, a la felicidad en esta vida y en la otra, es: “Cristo”.
Él es la verdad, sobre Dios y sobre el hombre. Sobre cada uno de nosotros. Él es la Vida, ¿Qué vida? “La eterna.”
Tener vida sobrenatural, tener vida de oración, vida de gracia, que nos viene sobre todo a través de los “sacramentos”, es tener vida eterna, es ya comenzar a vivir en el Cielo.
Con todas las penas, dificultades y también alegrías, lógicamente, que conlleva el camino terreno.
Pero vamos saboreando pregustando la vida eterna, el amor de Dios en nosotros, la paz de Dios, la confianza en un Dios que no puede, ni quiere fallarnos.
“Nadie va al Padre sino por mí.”
Gracias Señor, gracias por el don inmenso de la fe, gracias por el bautismo que recibí de mano de mis padres, gracias por tantas veces en que me has perdonado en la confesión.
Gracias infinitas, gracias por las veces que te he recibido en la Sagrada Eucaristía, gracias por esos ratos de oración que he pasado junto a Ti.
SUFICIENTE ES VER A DIOS
Aunque muchas veces quizá no he sabido captar Tu presencia, pero Tú estabas ahí, Tú estás ahí completamente atento a mi vida, porque me amas.
“Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre; ahora ya le conocéis y lo habéis visto. Y entonces Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta.”
(Jn 14, 7-8)
Como diciendo: “Viendo al Padre no te pido nada más”. Suficiente es ver a Dios.
Este movimiento tan profundo del corazón humano: ¡Ver a Dios! No nos conformemos con menos.
Podemos ver paisajes maravillosos, podemos escuchar música espléndida, podemos estar en buenas situaciones de vida… pero todo eso, todo eso es nada comparado con ver a Dios.
No es más que un reflejo pálido de ese: ¡Ver a Dios! Entonces, con razón Felipe, hay un momento como una especie de arranque, que brota de lo más profundo de su corazón, y dice:
“Señor, muéstranos al Padre y nos basta.” (Jn 14, 8)
Y con qué respuesta se encuentra este apóstol, Felipe, que hoy celebramos:
Le dice Jesús: «¿Hace tanto tiempo que estoy con vosotros y todavía no me conoces Felipe? Quién me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?
(Jn 14, 9-10)
Es esta frase de Cristo, estas palabras suyas, “la revelación más intensa de su divinidad”.
Revelación en cuanto palabras, porque luego vendrá la revelación en los hechos, que es: “la Cruz”.
CRISTO EN LA CRUZ
Nunca se ha expresado de una manera más absoluta, completa, total, el amor de Dios; como Cristo en la Cruz, como Cristo en la Eucaristía.
Pero en cuanto a palabras, estas:
“Quién me ve a mí, ve al Padre”
Ésta pregunta nos llega también a nosotros:
¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?
¿Cómo andamos de fe en la divinidad de Jesús?, ¿Qué tan conscientes somos? ¿Qué tan profundamente convencidos estamos de que nuestro Jesús es nuestro Dios?
Que cuando recibimos la Comunión, ¡tocamos a Dios! Que cuando hacemos oración, ¡es con Dios con quien hablamos!
Christus, perfectus Deus, perfectus Homo; decimos en el Símbolo Atanasiano, y asi lo ha confesado la Iglesia desde los comienzos y así lo confesamos también nosotros.
No seguimos a uno más entre otros, ¡seguimos a Dios! por eso es que nos sentimos seguros, confiados, llenos de alegría, porque pase lo que pase en nuestra vida, ¡estamos siguiendo a Cristo!
Y Cristo nos protege, nos cuida, nos guarda, y todo lo que ocurre en nuestra vida, Él lo sabe y lo ha previsto desde la eternidad.
Para precisamente conseguir, que esas circunstancias de nuestra vida y a veces pruebas difíciles, sean causa de grandes bienes para nuestra alma.
NOS HA AMADO HASTA EL EXTREMO
“Señor, creo en Ti, creo en que Dios es amor, y ese amor infinito se ha hecho carne en Ti, Jesús, y Tú, Jesús, nos has amado hasta el extremo. me has amado a mí.” ¡Esa es la madurez de la fe!
Quería leerles unas palabras de san Pablo VI:
Cuando comienza uno a interesarse por Jesucristo ya no le puede dejar. Siempre queda algo que saber, algo que decir; queda lo más importante. San Juan Evangelista termina su Evangelio precisamente asi. Es tan grande la riqueza de las cosas que se refieren a Cristo, tanta la profundidad que hemos de explorar y tratar de comprender (…), tanta la luz, la fuerza, la alegría, el anhelo que de Él brotan, tan reales son la experiencia y la vida que de Él nos viene, que parece inconveniente, anticientífico, irreverente, dar por terminada la reflexión que su venida al mundo, su presencia en la historia, en la cultura, y en la hipótesis, por no decir la realidad de su relación vital con nuestra propia conciencia, exigen honestamente de nosotros».
(Audiencia general Pablo VI, 20-11-1974)
El Papa nos está invitando aquí a adentrarnos en el mar inmenso que es el conocimiento, la meditación, la contemplación, de las palabras, las obras y la personalidad misma de Cristo Jesús.
¡Porque es Dios entre nosotros, el Emmanuel!