DIA DE SILENCIO
Sábado después de la Pasión del Señor. Un día tan peculiar. Un día de silencio. Un día vacío de Liturgia porque no se celebra la misa. Vacío de tu voz, Señor, de tu presencia viva que nos separa de tu cuerpo.
Una losa puesta en la entrada del sepulcro. Un día que nos lleva a mirar, a mirarte, Señor, con esas heridas y preguntarnos: ¿Qué hicimos? ¿Qué hemos hecho?
Y a la vez, junto con todo eso que podría ser tristeza, desazón y pesimismo, también es un día lleno de esperanza. Dónde está la esperanza en el corazón.
Una luz que ya casi despunta. Y también un día donde especialmente esta María, que tiene mucho que ver con esa esperanza.
Porque si bien no te tenemos Jesús enseñando, haciendo milagros, acompañándonos; hemos atravesado y procurado acompañarte en el dolor.
Si bien todo parece derrota, que no fuiste reconocido, que la gente finalmente en vez de aclamarte, en vez de aceptarte como rey, como parecía una semana atrás, pidieron tu crucifixión.
Sin embargo, sabemos que esto también tenía que cumplirse.
Y en este día, estamos como de la mano de tu madre. En ella se concentra la fe de la Iglesia.
Por eso, el sábado es el día de María. Porque ella cree, ella sabe que esto tenía que suceder. Ella no se desanima, no se desespera. En ella permanece, junto con el dolor, la serenidad y la confianza.
DAR TU VIDA
Y al mirarte, Señor, por eso, además de preguntarnos ¿qué hemos hecho? Además de no dejar de reflexionar en las consecuencias de los pecados, de mis pecados, también mirándote podemos preguntar: ¿que hiciste, Señor?… ¿Qué acabas de hacer?
Y es tremendo, lo que hiciste fue dar tu vida voluntariamente. Mostrarnos cuánto nos quieres, mostrarnos hasta qué punto está dispuesto a llegar para cumplir la voluntad del Padre.
¿Qué hiciste, Señor?… ¿Nos rescataste?… ¿Nos justificaste?… ¿Pagaste por la deuda de los pecados de todos los hombres? Y eso nos llena de esperanza.
En este año especial Jubilar de la Esperanza, el Papa decía en alguna ocasión que la esperanza es saber que Dios tiene cosas buenas preparadas para nosotros.
Y qué cosa más buena que nos espera ahora, lo sabemos, Señor. Tu Resurrección y una vida nueva. Una Vida con mayúscula.
Por eso, en medio de un día que es de recogimiento, de penitencia, de silencio, estar muy de la mano de la Virgen, acompañándola, pidiéndole que también nosotros tengamos fe y confianza.
Que no nos gane el pesimismo, ni ante nuestras miserias, ni ante las adversidades. Junto con todo eso, tenemos también como ese ya asomarnos a la luz de lo que viene.
DARTE LAS GRACIAS
Junto con todo eso, duro, triste. Una acción de gracias que surge del corazón hacia Jesús, hacia Vos, Señor, que nos probaste ese amor tan grande que no tiene nadie como quien da la vida por sus amigos y que Vos lo tuviste por nosotros.
Pero también gracias al Padre, gracias a Dios que recibe su ofrenda. Gracias por el perdón. Gracias por la vida de hijos de Dios. Gracias porque podemos volver a empezar.
Junto con el agradecimiento, la alabanza a este Dios que es más sabio, que tiene planes que superan lo que a veces nosotros nos parece que sería lo mejor.
Ya voy, Señor, y estamos a la vez, velando tu cuerpo y a la vez como golpeándonos el pecho por tanto rechazo por esa muerte cruenta.
Pero preguntando ya la resurrección en este silencio no está todo vacío. Ahí hay vida y meditación.
Hay unión con Vos, querer permanecer juntos en la Iglesia y saber que la fuerza de la resurrección y la victoria vendrá de nuestro Dios.
Por eso tanta esperanza y conscientes de que no sería todo lo mismo si no estuviera ese cuerpo Tuyo, Señor, sobre la losa en el sepulcro… ¿No sería todo lo mismo? Todo cambió.
SIEMPRE CONFIAR
Tenemos motivos para llenarnos de esperanza en el perdón, en la vida que nos espera también a nosotros. La seguridad de tu amor. Que sea ya quiere manifestarse esa vida con mayúscula, esa resurrección.
Parece que la Iglesia no es tan buena en matemáticas, que tiene toda la sabiduría y los medios para traernos la salvación. Pero esos tres días son de Jesús. Tuyos en el sepulcro.
No nos engaña. Porque si crees esta noche celebraremos que ya quieres venir, lleno de fuerza y de luz para salvarnos. Ya se asoma ese fuego que nos hace mejores, que nos purifica, que despierta nuestro deseo de cambiar de vida, de ser un poquito mejores, de poner más amor, de entregarnos también nosotros, de ser fieles.
Nada sería igual si no hubieras pasado, Señor, por todo lo que quisiste atravesar para salvarnos. Te lo agradecemos, y confiamos en ese amor Tuyo.
Confiamos en que Dios puede sacar cosas buenas de los males, incluso del peor mal, que es el pecado, que es haber rechazado el amor de Dios, que es todo ese maltrato.
Y no nos sumimos en el pesimismo, en la tristeza. Al ver, hay también tantas cosas malas en nosotros mismos, en el mundo, sino que nos unimos, Señor, a la voluntad del Padre.
NOS DAS TODO TU AMOR
Nos agarramos hoy de la mano de Santa María y confiamos, y nos llenamos de esperanza. Y sabemos que esa vida, Señor, por la que vos diste, tu vida terrena, llegará en plenitud en la eternidad.
La recibiremos como un don que nunca podremos alcanzar solos. Te acompañamos hoy, Jesús, con muchísimo cariño, con muchísimo agradecimiento y con deseos concretos de ser un poco más buenos, parecernos más a Vos. De que no nos deje indiferentes todo este amor.
Madre nuestra que tuviste de pie junto a la Cruz, que permaneciste fiel y confiada también en este día de silencio que no fuiste al sepulcro porque sabías que.
Que tu hijo resucitaría, que tu hijo volvería con vida y según una tradición, fue a vos a quien primero visitó ya glorioso.
Ayúdanos también, Madre nuestra, a aprovechar mucho estos días santos, estos días de gracia, a llenarnos de esperanza y a mostrarle a tu Hijo con muchas muestras de amor, de piedad, nuestro cariño y agradecimiento.
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