ORACIÓN Y CONTEMPLACIÓN CON JESÚS
Estamos ya en el primer domingo de Cuaresma y la liturgia de la Misa de hoy nos presenta una versión corta de las tentaciones de Jesús en el desierto, la del Evangelio de san Marcos. Pero para nuestro ratito con Jesús, tomaremos también a san Lucas para completar la escena.
“Jesús, normalmente te veo en el evangelio, casi siempre rodeado de mucha gente. Pero también hay momentos en los que te encuentro solo cuando vas a rezar, y esta es una de ellas. No estás acompañado por tus discípulos, aún no has comenzado tu vida pública, pero ni siquiera tienes a María a tu lado. Te has retirado cuarenta días y cuarenta noches para estar a solas con tu Padre y prepararte junto a Él para la misión que te espera, que es la misión de mi redención. Es la misión de la liberación de los hombres del pecado. La misión de mi adopción como Hijo de Dios”.
La Soledad
Y ¿cómo aprendo yo también de esa soledad acompañada de Jesús? ¿Cómo me ayuda también a mí retirarme todos los días, aunque sea unos poquitos minutos, para estar a solas con Dios? Que más que una técnica es un don, es un regalo tuyo, Jesús, porque es en esos encuentros diarios Contigo, con el Padre y con el Espíritu Santo, de donde saco luz, fuerza, paz, alegría, para afrontar luego todos los desafíos de mi vida. Es de donde saco la fuerza y la luz para la misión a la que a mí también Dios me ha destinado en esta vida. Porque, ¡ojo! que esto de tener una misión, que suena como a película de Tom Cruise, no es algo sólo de las películas. Es una realidad, para ti también, que me escuchas -y yo también. Todos tenemos un papel que desempeñar en este mundo querido por Dios, una tarea, una misión.
LAS TENTACIONES DE JESÚS
Pero volvamos a la soledad acompañada de Jesús. En este estar a solas con Dios pasa cuarenta días y cuarenta noches, y al final siente hambre.
“Entonces el diablo se le acerca y le dice: Si eres el Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre […]”
(Lc 4, 3-4).
Sigue relatando el Evangelio:
“Después, llevándolo a lo alto el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo. Y le dijo: Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. [¡Mentira! Y le sigue diciendo el diablo:] Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Pero Jesús, le respondió: Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo darás culto”. (Lc 4, 5-8)
Y sin embargo el diablo no se da por vencido. Y entonces, dice el Evangelio, finalmente
“lo llevó a Jerusalén, lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y también te sostendrán en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras. Respondiendo Jesús le dijo: Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios. Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión”. (Lc 4, 9-13)
Bueno, el demonio intenta hacer caer a Jesús porque no tenía la seguridad de que Él era el Cristo. Pero tú y yo sabemos que sí lo es, por tanto el esfuerzo del diablo es inútil. Y, sin embargo, cómo nos ayuda ver a Jesús con una naturaleza humana como la nuestra, “cómo nos ayuda Jesús verte padecer hambre y sed, y también -por desconcertante que parezca-, ver cómo eres tentado. Tú también, Jesús, has pasado por lo que yo tantas veces paso: las tentaciones”.
Y estas tres tentaciones que sufriste son las tres grandes tentaciones que se presentan también al ser humano: la tentación de buscar la admiración, la tentación de querer tener siempre más y la tentación de vivir para los placeres.
ESCLAVOS DEL PLACER
Estas tres tentaciones se presentan en la vida como tres falsos amigos porque nos prometen felicidad y, sin embargo, lo único que hacen es esclavizarnos. Y eso es algo que todos en cierta manera experimentamos. Somos esclavos de los placeres, de la comida, de la bebida, de la sensualidad… Y son esas cadenas que atan nuestro cuerpo. Somos también un poco esclavos de las cosas materiales, de tener la última moda en la tecnología, los tenis que están de moda, la playera de mi equipo de futbol de la última temporada porque la anterior ya está pasada de moda, o de esa bolsa de moda, o ese vestido que no me hace falta porque ya ni me cabe en el clóset pero está de moda y lo quiero.
Y somos también esclavos del propio éxito. Y me meto a Insta y veo que la última publicación que subí no tiene demasiados likes y me deprimo, me entristezco, o siento envidia cuando alguien despierta más admiración que yo.
Al final son tres tentaciones que buscan quitar a Dios de nuestra vida para poner en su lugar un ídolo. El ídolo del placer, el ídolo de las cosas materiales, el ídolo del propio yo. Pero ninguna de estas tres cosas consigue colmar el corazón humano.
San Agustín
Qué razón tenía San Agustín cuando después de buscar y buscar muchas veces en estas cosas, acabó descubriendo esa verdad tan profunda. “Nos hiciste, Señor, para ti. Y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en ti”.
Qué razón tiene también la Iglesia cuando nos dice esto que “somos la única criatura a la que Dios ha amado por sí misma y que solo vamos a encontrar la realización en el don sincero de sí”. (Gaudium et Spes 24)
“Ayúdame a convencerme, Jesús, que si te dejo entrar en mi vida, no pierdo nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sino que solo con tu amistad se me abren las puertas de la vida. Que solo con tu amistad experimento lo que es bello y lo que es liberador. Que Tú no quitas nada, sino que lo das todo. Y que nada que no seas Tú, Jesús, será capaz de saciar mi corazón. Pues con tu ayuda, Señor, quiero dejar de frecuentar la compañía de estos tres falsos amigos que mucho me prometen pero poco me dan, para buscar la felicidad donde realmente está, que es en ti”.
TRES ARMAS CONTRA LAS TENTACIONES
Para lograrlo, la Iglesia, que es madre y quiere lo mejor para cada uno de nosotros, nos invita en esta Cuaresma a hacer uso de las tres armas que combaten estas tres tentaciones. El arma del ayuno para vencer la tentación de los placeres, el arma de la limosna para vencer la tentación del egoísmo y el arma de la oración, para vencer la tentación de ser admirado a toda costa.
Mediante el ayuno aprenderemos a no dar al cuerpo todo lo que nos pide para ser señores de nosotros mismos, impedir que los placeres nos dominen. Mediante la limosna aprenderemos a cambiar lo mío por lo tuyo, a comprender que la verdadera riqueza del corazón del hombre no está en poseer, sino en compartir; que donde hemos de acumular tesoros no es aquí en la tierra, sino en el cielo. Y, por último, mediante la oración, aprenderemos a poner a Dios en el centro de nuestra vida en vez del propio yo. Porque la oración destierra la tentación de la autosuficiencia para posicionarnos como lo que somos: hijos muy amados de Dios.
Por eso. Jesús, en estas semanas de Cuaresma, me gustaría tener en estos cuarenta días que ya van corriendo, cada día un reto, un reto -aunque sea chiquito- en estos tres campos. Un reto en la oración, un reto en la limosna, un reto en el ayuno. Y así con tu gracia, terminar la Cuaresma sabiéndome más hijo tuyo, siendo más señor de mí mismo y mejor servidor de aquellos que pones a mi lado. Le pedimos a María que nos ayude a lograrlo.