MOISÉS Y LA ALIANZA DEL SINAÍ
En las Sagradas Escrituras, sobre todo en el Antiguo Testamento, encontramos muchos personajes que realizaron grandes obras. O, mejor dicho, que Dios realizó grandes obras a través de ellos.
Y uno de esos personajes es Moisés. Incluso encontramos películas, como las que se ven en Semana Santa, como “Los 10 Mandamientos” y tantas otras sobre Moisés -la historia de este niño que es rescatado de las aguas.
El contexto es la persecución del faraón contra los hebreos porque ve que es un pueblo que crece. Entonces empieza a esclavizarlos más, a poner sobre sus hombros tareas más pesadas y, por supuesto, da la orden de que a todos los niños varones que nazcan se les mate.
Y en ese contexto es donde la madre de Moisés, al ver al niño, busca salvarlo: lo pone en una cesta y lo pone en el rio, con esperanza de que lo encuentre alguien.
Y así empieza esa historia porque Dios había elegido a Moisés, quería contar con Moisés para liberar a Su pueblo del pecado, de la esclavitud del pecado. Ya no únicamente la esclavitud de Egipto, sino la esclavitud del pecado y así llevar a la salvación a todos nosotros; tú y yo que estamos haciendo este rato de oración, estos 10 minutos con Jesús.
Y así, a través de Moisés, llegará esa alianza; esa alianza del Sinaí. Y Moisés recibe la Ley: los 10 Mandamientos junto con todos los puntos -digamos- de esa alianza entre Dios y Su pueblo.
Pero por supuesto Moisés murió. Vivió muchos años, no llegó a entrar a la Tierra Prometida; sí la vio desde lejos, pero murió. Y murió también profetizando la llegada del Mesías.
JESÚS, EL PROFETA REVOLUCIONARIO
Y ahora, tú y yo que (podemos decir) estamos en tiempos del Mesías, cuando Jesús nuestro Señor ya ha llegado para liberarnos. Y es así como lo encontramos en el pasaje del Evangelio de la misa de hoy, el pasaje de san Mateo.
Nuestro Señor es un gran profeta, así lo ven algunos, hace milagros. No todos creen en Él, creen que es uno de los profetas, no necesariamente creen que es Dios. Entonces, Jesús es considerado como alguien que viene a marcar un cambio, un revolucionario.
Y en un momento les dice:
“No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles su plenitud”.
(Mt 5, 17)
Por tanto, Jesús, nuestro Señor, es la Plenitud de la Ley. Y en algunas ocasiones nos hablará que la plenitud de la ley es el amor.
Es por eso que en este discurso que estamos leyendo, que recoge San Mateo, nuestro Señor empieza a traer a colación unas enseñanzas que se encontraban en la antigua Ley, en el Antiguo Testamento.
Empieza diciendo:
“Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”.
(Mt 5, 43-44)
Y así va una por una:
“Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no repliquéis al malvado”.
(Mt 5, 38-39)
Y esta es la gran revolución del Señor. Pero me llama la atención (al menos cada vez que leo este pasaje), la autoridad con la que Dios dice, con la que Jesús dice:
“pero Yo os digo, Yo les digo”.
Esto nos hace ver lo que tú y yo ya sabemos y creemos: que Jesús puede decir eso porque Él es Dios, porque es el Mesías, que puede interpretar la Ley y darle sentido pleno.
AMAR CON TODO EL CORAZÓN
Cuando, por la dureza de corazón del pueblo elegido, se han ido -diríamos- amoldando las cosas a sus pasiones, a sus puntos de vista, a rebajar poco a poco lo que Dios les pedía. ¿Y qué es lo que Dios les pedía? Lo mismo que nos pide a ti y a mi: amar con todo el corazón, con toda el alma y con todas nuestras fuerzas.
Y para algunos de los que oyen al Señor, esto puede ser un poquito difícil, porque amar no es fácil. ¿En qué sentido? Todos podemos amar: estamos hechos para amar y ser amados.
Es difícil porque amar implica olvidarnos de nosotros mismos y pensar en esa persona amada. O en las personas que tenemos a nuestro alrededor, que no siempre serán como nosotros queremos que sean y ese es un error, Señor, que a veces podemos cometer: querer que todos sean como nos parece, como queremos que sean de este modo o como nosotros mismos. Cuando justamente el amar consiste en querer a la persona tal como es.
Como nuestros padres no han pedido unos hijos con unas características -físicas y psicológicas, como ese temperamento o carácter ¿no? digamos que vienen así: venimos así, de fábrica y así nos han querido, no nos han dejado a la intemperie, como algunos pueblos de la antigüedad; nos quieren así.
Hay algunas películas, algunas adaptaciones cinematográficas, en las cuales en un futuro no muy lejano, se habla de la posibilidad de que los padres puedan querer que sus hijos vengan con unas características, físicas, para poder también eliminar algunas enfermedades que se puedan presentar.
Y está justamente ese deseo de querer controlarlo todo y, sobre todo, de no aceptar a los hijos como son.
Por eso tenemos el ejemplo de Dios nuestro Señor que nos ama como somos. Y podemos decirle: “¡Señor, qué paciencia tienes con nosotros!”.
Consideremos en este rato de oración cuánto nos ama el Señor, cuánto Dios ha hecho por ti y por mí. Agradezcámosle la vida que nos da y aprovechemos cada minuto que tenemos a nuestra disposición, vivir cristianamente ese carpe diem, ese aprovecho el día, pero no porque mañana moriremos, como nos advierte san Pablo:
“comamos y bebamos que mañana moriremos”
(1Co 15, 32)
justo criticando alguna visión pagana.
Aprovechemos cada día, cada cosa que tenemos que hacer en nuestras manos, en esa agenda, en ese estudio. Porque allí encontramos a Dios, allí ponemos el corazón y qué distinto es todo.
También en esa conversación con alguien en nuestra familia, es muy importante también que en casa sepamos escuchar. Porque hoy en día vamos muy rápido y a veces, incluso en casa, podemos estar con el celular y no escuchar a los demás. Escuchar también a nuestros amigos. Escuchar a Dios, como estamos haciendo en este momento tú y yo: escuchando a Dios que nos habla.
Y pidámosle que nos enseñe el secreto para amar al prójimo.
«Pero yo os digo,»
dice el Señor:
«amad a vuestros enemigos y rezar por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que haces salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores».
(Mt 5, 44-45)
Tal vez para esto nos pueda servir sacar propósitos, pensar: ¿qué puedo hacer yo para verdaderamente amar a mi prójimo? A lo mejor empecemos por ver si guardamos algún resentimiento hacia alguien, si somos susceptibles, si nos cuesta servir a los demás cuando nos piden algo en casa, cuando un amigo nos pide algún favor…
Esto también es muy importante: los amigos hacen favores, no con la idea de que luego se los vamos a cobrar, sino porque como lo queremos, estoy dispuesto a hacer algo por él y seguramente luego me ayudará. Pero lo hago porque me interesa, porque me importa.
Amar al prójimo, amar a los demás empezando por los que tenemos cerca.
Pidámosle ayuda a nuestra Madre santísima, que su vida fue un total entregarse a Dios. Un constante pensar en los demás y no en sí misma. Y ahí la vemos: al lado del Señor en la Cruz, en el momento más duro.
Pidámosle: Madre mía danos ese secreto. Y Ella nos dirá: quédate ahí, al lado de mi Hijo; míralo. Estate al lado de Él en la Cruz, en las dificultades y en las alegrías.