Hoy estamos aquí, una vez más, para hablar con Jesús y lo hacemos a la luz del Evangelio. De hecho, acompañarle en las escenas del Evangelio es ser testigos de cómo la gente se acerca.
En este acompañar a Jesús estamos acostumbrados, tú y yo, a ver a muchos acercarse. Algunos lo hacen llenos de fe, otros por simple curiosidad y, lastimosamente, no faltan los mal intencionados.
Así se acercan hoy
«algunos de los saduceos que niegan la resurrección»
y te cuentan Señor aquella historia de la pobre mujer que se casó y enviudó, no una vez, sino ¡siete veces! Nunca pudo tener hijos y, al final, como nos pasa a todos, murió ella también.
«Entonces (aquí viene la pregunta mal intencionada), en la resurrección, la mujer ¿de cuál de ellos será esposa? Porque los siete la tuvieron como esposa».
Tú Señor conservas la calma, como siempre y aprovechas la ocasión para instruirlos a ellos y a nosotros.
«Jesús les dijo: “Los hijos de este mundo, ellas y ellos, se casan; sin embargo, los que son dignos de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos no se casan, ni ellas ni ellos. Porque ya no pueden morir otra vez, pues son iguales a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección.
Que los muertos resucitarán, lo mostró Moisés en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Pero no es Dios de muertos, sino de vivos; todos viven para Él»
(Lc 20, 27-38).
¡Es un gusto oír hablar al Maestro, oírte a Ti Señor! Y aquí ha quedado claro: esta historia (voluntariamente enredada) de aquella pobre mujer, lo único que intentan es negar la resurrección y en eso se equivocan de lleno, porque Dios es Dios de vivos; “Todos viven para Él”, incluso los que han muerto para nosotros…
Y es que la vida no es solo esta vida. Esta es la vida terrena, pero luego viene la vida eterna, esa que es Vida si se vive en unión con Dios.
CEMENTERIO
Los discípulos del Señor lo entendieron perfectamente y así lo transmitieron a los primeros cristianos. Es más,
“en su época, los cristianos de los primeros siglos habían conseguido cambiar la cultura de su tiempo. El lugar donde se enterraban los muertos pasó de llamarse necrópolis (ciudad de los muertos) a cementerio, que viene del griego y significa dormitorio”
(La historia de amor más grande jamás contada. Javier Aguirreamalloa).
Y nosotros seguimos llamándole así: cementerio, porque no han muerto, viven.
Se me venía a la mente aquel otro pasaje del Evangelio en el que Jairo (jefe de la sinagoga de Cafarnaúm) le pide a Jesús que ponga la mano sobre su hija que acaba de morir para que viva.
«Cuando llegó Jesús a la casa de aquel hombre y vio a los músicos fúnebres y a la gente alterada, comenzó a decir: “Retírense; la niña no ha muerto, sino duerme. Pero se reían de Él”»
(Mt 9, 23-24).
Tal vez alguno se podría reír de nosotros si nos escuchara decir que los muertos viven, pero es así, viven. Que los demás se rían si quieren, porque
“el que ríe de último, ríe mejor”.
Dios es Dios de vivos;
“todos viven para Él”.
Esta frase también me recuerda a ese sacerdote que formaba parte del grupo de los que nos ordenamos juntos aquel año.
“Mi Dios está vivo”, le dijo una compañera en el colegio hace ya muchos años y Damien (que así se llama) era pagano y aquella frase le impulsó a buscar a Dios.
Es originario de Singapur y creció en una familia budista-taoísta y aquella frase le cambió la vida.
LA VIDA QUE NOS ESPERA
Pues mi Dios, tu Dios, es el “Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob”. Está vivo y “todos viven para Él”.
Ahora, ¿cómo es esa vida que me espera Señor? ¿A qué la puedo comparar? O, ¿cómo me lo puedes explicar a mí?
«Los hijos este mundo, ellas y ellos, se casan; sin embargo, los que son dignos de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos no se casan, ni ellas ni ellos. Porque ya no pueden morir otra vez, pues son iguales a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección”»
Se ve que es muy difícil de explicar, porque aquí Jesús nos da algunos referentes, pero nos hace ver que no es exactamente así, solo sirven como referencia. Es algo parecido, pero no es exactamente así.
Aquí la gente se casa, allá no. Aquí la gente se muere, allá no. Allá vamos a ser iguales a los ángeles, pero sin ser ángeles (porque somos y seguiremos siendo seres humanos).
O sea, algo nos pueden servir las cosas de la tierra para entender las del Cielo, pero lo que nos espera, supera cualquier esquema terreno.
Me acordaba de una simpática historia narrada por un escritor alemán:
“En un monasterio medieval vivían dos monjes muy amigos. Uno se llamaba Rufus y el otro Rufinus.
En su tiempo libre no hacían otra cosa que tratar de imaginar cómo sería la vida eterna en la Jerusalén celestial.
Rufus, que había sido capataz, se la imaginaba como una ciudad con puertas de oro, constelada de piedras preciosas; Rufinus, que era organista, como todo resonando melodías celestes.
Al final hicieron un pacto: el que de ellos muriera primero, volvería la noche siguiente para garantizar al amigo que las cosas eran precisamente como las habían imaginado.
Bastaba una palabra. Si era como habían pensado, diría simplemente: ¡taliter! (latín); es decir, precisamente así;
Si -aunque cada uno lo consideraba imposible- fuera otra cosa, diría: ¡aliter!; es decir, distinto.
Una tarde, mientras estaba al órgano, el corazón de Rufinus se paró. El amigo veló tembloroso toda la noche, pero nada; esperó con vigilias y ayunos durante semanas y meses y nada.
Finalmente, en el aniversario de la muerte, de noche, en un halo de luz, el amigo entró en su celda. Viendo que estaba callado, es él quien le pregunta, seguro de la respuesta afirmativa: ¿taliter? Es así, ¿verdad? Pero el amigo sacude la cabeza en signo negativo.
Desesperado, grita: ¿aliter? ¿Es diferente? De nuevo un signo negativo con la cabeza.
Y, finalmente, de los labios cerrados del amigo salen, como en un soplo, dos palabras: totaliter aliter. ¡Totalmente distinto!”
(La historia de amor más grande jamás contada. Javier Aguirreamalloa).
Me gusta esta historia porque nos podemos hacer una idea de la Vida que nos espera. Algo sirve lo que nos imaginamos, las descripciones que hacemos, incluso los anhelos que guardamos en el corazón de felicidad, de amor, de inmortalidad, de gozo, de unión.
Algo se parece (taliter), pero no es exactamente así (aliter). La verdad es que es totaliter aliter: totalmente distinto.
LOS MUERTOS VIVEN
¡Ni te lo imaginas! ¡Ni yo me lo imagino! O más bien, siempre te lo imaginas pobremente, aunque te lo imagines muy grande según tus parámetros terrenos. Todo lo que sirva de comparación en esta tierra, es como una imitación barata…
Nuestro Señor, Tú Señor hablas y
«tomando la palabra, algunos escribas dijeron: “Maestro, has respondido muy bien”»
(Lc 20, 39).
“Por supuesto que has respondido bien Señor. Eres el único que sabe qué es la Vida”.
Acudimos a nuestra Madre, Puerta del Cielo -así le llamamos en las letanías del Santo Rosario- Madre nuestra, ábrenos las puertas del Cielo, condúcenos a esa Vida que no tiene punto de comparación.
Queremos resucitar a la vida eterna en unión con Jesús y contigo. Así vamos a vivir, aunque hayamos muerto, porque los muertos viven.
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