SIBILA DE CUMAS
Cuenta la mitología griega que la Sibila de Cumas era una mujer joven, bellísima, admirada y deseada por todos. De hecho, la vida de la ciudad de Cumas giraba alrededor de ella.
En la antigüedad se la consideró como la más importante de las diez sibilas conocidas. Aunque ella era humana, se le llamaba también de Ifá, que era como decirle casi deidad.
Y Apolo, resulta que se enamoró de ella, y le dijo: —Pídeme lo que quieras, pídeme un deseo. Estando ella con Apolo en una playa, sin pensarlo dos veces, se agachó, cogió un puñado de arena y le dijo: —Muy bien, mi deseo es que quiero vivir tantos años como granos de arena tengo en mi mano.
Apolo le preguntó— ¿Lo has pensado bien? Y ella le respondió: —Sí, sí. Quiero que me concedas ese deseo. —De acuerdo, que sea como tú lo deseas, le dijo Apolo. Y en efecto, a la Sibila de Cumas se le concedió vivir casi eternamente.
Eran muchos años, pero se le olvidó un pequeñísimo detalle: pedir también la eterna juventud. Rápidamente comenzó a envejecer. Su vida era poco placentera porque notaba el desaliento y comenzó a sentir también el hastío de la vida.
Comenzó a odiar la vida, recorría las calles, ya no era el centro de las miradas y recorría las calles gritando: ¡Quiero morir! Pero no podía, no podía… Debía pasar muchos años en ese triste estado.
La mitología cuenta que vivió nueve vidas humanas de 110 años cada una. Imagínate más de mil años. ¡Qué horror! Su existencia fue muy triste y lamentable.
La mayoría de los retratos la representan como una mujer anciana, desgraciada y encorvada.
De hecho, algunas representaciones la muestran en una jaula, símbolo prácticamente del fracaso, del hastío y la tristeza. Apolo, muy pronto ya no estaba enamorada de ella y la abandonó.
MARÍA DE PALESTINA
Y todo lo contrario ha sucedido con otra mujer joven también, como la Sibila de Cumas, joven pero ésta realmente fue una mujer histórica, no mitológica. ¿Cómo se llama? Tú lo sabes: Miriam o María.
Nació hace más de dos mil años en un pueblo desconocido de Palestina. Sus papás se llamaban Joaquín y Ana, judíos, practicantes.
Ella no fue famosa en su juventud, no era el centro de las miradas de sus vecinos o de sus paisanos, como la Sibila. Era hermosa, pero con una belleza que pasaba oculta. Porque era una mujer sencilla y humilde.
Su vida tenía el encanto de la naturalidad, de la verdad. No estaba centrada en sí misma. Al contrario, su existencia se orientaba exclusivamente a Dios y a los demás.
Cuando se fue para donde Isabel, después de que el Ángel le anunciara que sería la Reina del universo, la Madre de Dios, se fue corriendo a visitar a su prima, que era una mujer anciana, y le dijo:
«He aquí la esclava del Señor»,
así le había dicho al Ángel.
Ella no pedía nada, no exigía nada, y a su vez lo daba todo. Su gran alegría era servir a Dios y a los demás con todas sus fuerzas, sin buscar honores ni gloria.
Externamente su vida era normal, semejante a las demás jóvenes de su edad, de su condición.
La normalidad era muy propia de ella y las personas notaban un especial candor, una modestia, y eso los atraía a ella por su sencillez. Su naturalidad brillaba en una era un brillo auténtico. No era brillo de maquillaje, de una simple apariencia, era un brillo auténtico.
Su sonrisa era genuina. Es genuina… En este momento creo que se está riendo.
Podríamos decir que tuvo una vida normal, como la de cualquier mujer judía de su tiempo, pero centrada del todo en cumplir la voluntad de Dios, eso la hacía hermosa.
DOS MUJERES MUY DISTINTAS
Si comparamos la proyección histórica de la vida de estas dos mujeres, de la Sibila de Cumas y de María, advertimos que fue muy distinta.
La Sibila estaba centrada en sí misma, en su belleza, en su honor y quería ser el centro de la atención de todas las personas. Y resulta que al final se convierte en una pobre mujer que da pena, lástima y pesar. Sin embargo, qué paradojas.
La vida, la figura de María, a pesar de haber tenido una vida normal y corriente en apariencia, se ha perpetuado y se ha magnificado a lo largo de los siglos. Magnífica, la llamamos así los cristianos. No ha habido ninguna persona tan alabada como ella en toda la historia de la humanidad.
¿Cuántos músicos la han ensalzado y compuesto las melodías más hermosas en su honor? Poetas, pintores que han retratado su bellísimo rostro en multitud de cuadros.
Los poderosos y los nobles de la Tierra acuden a su intercesión. Al igual también que los pobres y los menesterosos que imploran su auxilio. Los jóvenes y los ancianos suplican su ayuda.
No ha habido ninguna persona que haya sido tan querida y venerada como María. Hay millones de mujeres que la llevan con alegría en su propio nombre.
Los templos y santuarios del mundo, ermitas levantados en su honor, se cuentan por millares.
¡Cuántas personas, al entregar su vida al Señor, han invocado su nombre! María… María. ¡Cuántas mujeres imitan su virginidad y entrega! ¡Cuántas súplicas recibe cada día y cuántas alabanzas merece su nombre!
INMACULADA CONCEPCIÓN
Por eso podemos unirnos al clamor del coro de tantos devotos que la han alabado. Cantando: “Salve, Salve, cantaba María, qué más pura que tú, solo Dios. Y en el Cielo una voz repetía: «Más que tú, sólo Dios”.
Esto que te acabo de leer es la introducción al libro “Vida de María”, de don Juan Luis Ballestero, sacerdote teólogo. Estuve con él hace unos días.
Me dio su libro, y cuando pude hablar con él me dijo: —Chico, lee el prólogo del libro. Lee la introducción. Léela, léela. Entonces empecé a leerla en voz bajita. Me dijo: —No, leela fuerte, leela fuerte.
Y se quedó todo el tiempo escuchando esa lectura.. Es un libro que escribió en el 2014 publicado por editorial Rialp-Vida, de María Juan Luis Ballestero). (Espero que este audio te sirva para preparar estos días).
Faltan cinco días para celebrar la Inmaculada Concepción. Que honremos a nuestra Madre.
Que la miremos con mucho cariño y que nos sintamos plenamente orgullosos al reconocer que es el orgullo más grande de la especie humana. Ella, María, que es tu Madre y Madre mía.
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