Hoy, día domingo, no es cualquier día, porque, además de que es el día del Señor -el día en el que celebramos la Resurrección del Señor, por lo tanto, diríamos que es el centro de toda la semana- coincide con un 25 de julio.
25 de julio es la fiesta de Santiago Apóstol, Santiago -hijo de Zebedeo- y, por un privilegio especial que data del siglo XII, cada vez que coincide la fiesta de Santiago apóstol -es decir, el 25 de julio con un día domingo, hay un Año Santo Jacobeo o Compostelano.
Lo cual, permite que podamos recibir esa gracia de la indulgencia que, tal vez no nos será posible cumplir a la gran mayoría -pensando en estos 10 minutos con Jesús América Latina (que seguramente la mayoría estamos en América Latina).
Porque uno de los requisitos es visitar la catedral de Santiago, donde está la tumba de Santiago el mayor junto con las otras condiciones para ganar indulgencias: rezar una oración por las intenciones del Papa además de confesarse y de comulgar.
LLEGAR AL CIELO
“Sin embargo, me llamaba la atención Señor cómo la Iglesia se preocupa para que todos nosotros podamos llegar al Cielo”. Esta es la Ley de la Iglesia, la Ley Suprema se le llama, lo que está en el corazón de la Iglesia, la preocupación de la Iglesia que es madre: que todos sus hijos se salven.
De ahí que hay muchos motivos por los cuales tú y yo podemos ganar indulgencias y, una de ellas, es esta: el Año Compostelano, el Año Santo por este apóstol que murió muy pronto.
Fue muerto por el rey Herodes en una persecución, aproximadamente, en el año 42 y así dio testimonio de fe: abrazó la Cruz de Cristo.
En el Evangelio de la misa de hoy, san Juan nos presenta una gracia especial; porque tenemos estas gracias como las indulgencias y otras tantas más Señor, que la Iglesia nos da, que Tú has dejado en Tu Iglesia.
LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES
Este pasaje del Evangelio de san Juan habla de una multiplicación de los panes. (Seguramente hubo otras multiplicaciones de panes; de hecho, se recogen. Aparentemente fueron dos). San Juan recoge una que es particular; es especial.
Nos dice:
“En aquel tiempo Jesús se marchó a la otra parte del Mar de Galilea o de Tiberíades”
y entonces
“lo siguen muchas personas que habían visto”
-nos dice san Juan-
“los signos que hacía con los enfermos”
(Jn 6, 1-2).
Por tanto, la gente no era tonta, decía: bueno, yo tengo un enfermo, yo estoy enfermo, quiero que me cure. Entonces Jesús, ya después de haber estado predicando, de haber estado curando, se va al otro lado de la montaña y ahí está con sus discípulos.
Entonces, Jesús vio que la gente le seguía, que lo rodean y se preocupa por ellos y les dice:
“¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”
“Qué bonito es ver cómo Tú Señor estás pendiente de cosas materiales, aunque de aquí va a salir algo muy grande, algo espiritual, real, muy grande. Pero preguntas esto:
“¿Dónde van a comer?””
Y Jesús podría haberse desentendido: “Que cada uno se compre algo de comer o habrán traído algo que comer. Nosotros los doce y Yo vamos a comer lo que tenemos, lo que hemos traído para el camino; que ya cada uno que se las arregle”.
No, el Señor quiere tener este detalle; es decir, hace Suya esta preocupación:
“¿De dónde vamos a sacar pan para que coman todos estos?”
(Jn 6, 5).
Y san Juan añade que es una prueba; el Señor quiere probar a sus apóstoles. Entonces Felipe viendo esta situación con ojos humanos (como nos podría pasar a ti y a mí) dice:
“Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo”.
Hay algo muy bonito, muy positivo en esta respuesta de Felipe y es ver que hace suya la preocupación del Señor. No dice: “y a mí qué me importa de dónde van a comer, que se las arreglen ellos”.
¡No! Piensa: en la bolsa de dinero que tenemos hay doscientos denarios y no creo que alcance eso Señor, no bastará para que cada uno pueda comer, aunque sea un pedazo.
“Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es eso para tantos?””
(Jn 6, 9).
Parece que quisiera desanimar al Señor: “Señor, lo que pides es demasiado porque son miles y aquí lo único que tenemos son doscientos denarios, cinco panes de cebada y dos peces; no lo podemos hacer”.
Jesús quiere probar la fe de sus apóstoles que, en ese sentido, tienen mucha responsabilidad, porque ellos han visto de primera mano los milagros, los signos que Jesús hace y no se les pasa -ni por un momento, ni por un segundo- que Jesús pueda solucionar ese problema.
Entonces, el Señor al ver que no reaccionan les dice:
“Decid a la gente que se siente en el suelo”
(Jn 6, 10).
Y, en efecto, Jesús aprovechando esos cinco panes y esos dos peces, da la acción de gracias, los reparte y todos comen.
Nos imaginamos cómo los apóstoles se quedarían sorprendidos. La gente, tal vez, al comienzo no se dio cuenta de eso, pero los apóstoles sí y algunos mirarían con incredulidad; otros se empezarían a reír.
¿Qué pasaría por la cabeza de Felipe y de Andrés que habían respondido de ese modo? Entonces, desde ese momento, todos comen; incluso sobró.
Adelantándonos un poquito en esta historia, porque el pasaje del Evangelio termina con que la gente que ha comido y ya se ha dado cuenta de que ha habido aquí un milagro. Algunos comentan:
“Este es verdaderamente el profeta que va a venir al mundo”
(Jn 6, 14).
Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo Rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo.
Lo que sucederá a continuación, es que el Señor les va a hablar de la Eucaristía porque esas personas han quedado contentas con el pan que han comido (seguramente, era un pan buenísimo).
Y entonces dicen: “Ese es el Mesías, el que va finalmente a arreglar todos nuestros problemas humanos y el Señor les dice: “No, yo he venido a traerles algo que no es un alimento que perece, sino algo que no perece; algo que nos lleva a la vida eterna”.
Con lo cual, san Pablo -más adelante- dirá a los colosenses:
“Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios”
(Col 3, 2-3).
“Habéis muerto” se refiere al Bautismo y que, por el Bautismo, se han incorporado a Cristo y hemos resucitado, hemos nacido a una vida nueva.
CONFESIÓN Y EUCARISTÍA
Por lo tanto, veamos si tú y yo buscamos, aspiramos esas cosas de arriba, empezando por cómo acudimos a esos medios sobrenaturales a través de los cuales nos llega la gracia: la confesión y la Eucaristía.
Pues ese pan del Cielo, ese pan que ha bajado del Cielo que eres Tú Señor, pensemos también cómo nos preparamos para comulgar; cómo nos preparamos para la confesión.
Y, así, el Señor hará cosas grandes en nuestra vida: hará que tú y yo nos convirtamos; hará que nuestra vida sea una vida con muchos frutos apostólicos, frutos de santidad.
Podemos encomendarnos a Santiago apóstol en su fiesta, para que también él nos enseñe a seguir el camino de Cristo.