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DEL MUNDO, PERO NO MUNDANOS

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San Juan, el apóstol joven que entregó su vida a Cristo a los quince años, según la tradición muy antigua en la Iglesia, que supo ser fiel en el momento durísimo de la Cruz, se le compara con el águila, como quien más altamente voló en la comprensión del misterio de Dios encarnado.

Este apóstol, a la hora de escribir su Evangelio, dedica nada menos que cuatro capítulos -del 13 al 17- a contarnos lo que ocurrió ese Jueves Santo en el Cenáculo.

Parte de ese relato impresionante, es un arsenal maravilloso que tenemos que aprovechar (a lo mejor lo tengo todo en esta vida), alimentar nuestra alma de esa oración de Jesús, de lo que Él hizo y dijo.

Parte de ese texto recoge la oración sacerdotal; es decir, Jesús que reza directamente al Padre en voz alta.

En el Evangelio de hoy, tomado del capítulo 17, leemos:

“Padre santo, guárdalos en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros somos uno”

(Jn 17, 11).

Es bonito pensar que el Padre ha confiado al Hijo -a Jesús- cada uno de nosotros; nos ha confiado, como diciendo: Hijo mío, guárdame a este, guárdame a esta, cuídamela…

Y ese encargo divino del Padre ha sido asumido completamente por el Hijo hasta derramar su sangre por nosotros; entregarse completamente a cada uno en la Eucaristía.

Jesús nos guarda; Jesús nos cuida.  No vamos solos por la vida, estamos respaldados por el amor de Jesucristo que no puede fallar.  Un amor que ha sido demostrado hasta el extremo.

NO TENEMOS DERECHO A DUDAR

En este sentido, podemos pensar que no tenemos derecho a dudar, no tenemos derecho a inquietarnos, porque el amor de Cristo nos cuida, nos protege y todo lo que podamos experimentar a lo largo de esta vida, está llamado a ser vivido con Él.

Vivir tu vida con Jesús, sea lo que sea, porque Él te guarda. Es el encargo recibido del Padre y nos sigue guardando para que lleguemos finalmente a la meta del Cielo.

Jesús reza por la unidad, para que todos sean uno como nosotros somos uno.  Lógicamente, de aquí sacamos un propósito de rezar también nosotros por la unidad de la Iglesia que, tristemente, se encuentra dividida.

Quizás como pocas etapas en su historia dos veces milenaria, la Iglesia está muy dividida y pensamos especialmente lo que está ocurriendo en Alemania.  Es tan doloroso ver esta desorientación por parte de algunos pastores.

Recemos con fe, es muy valioso a los ojos de Dios esa oración desinteresada -podríamos decir- en que le pedimos al Señor que se restauren esas heridas, que se recupere la unidad en el amor y en la verdad de Jesucristo.

¿Cómo no dar gracias a Dios por el Catecismo de la Iglesia católica de san Juan Pablo II? Es un milagro, es un tremendo regalo de Dios para encontrar ahí respuesta a todas las cuestiones fundamentales.

¿Tienes una duda, hay algún aspecto que no sabes explicar? Ir al catecismo, meditar ese texto y encontrar luz, seguridad, orientación en medio de este mundo tan relativista que apuesta absolutamente todas sus fichas al bienestar.

Nosotros, como cristianos, estamos dispuestos a dar la cara por el Señor.  No nos avergonzamos de su Palabra, de sus enseñanzas y, por lo mismo, estamos dispuestos también a pasar un poquito de incomodidad; si es el caso, incluso incomprensión.

En este mismo Evangelio de hoy, Jesús, dirigiéndose al Padre, dice:

“Yo les he dado tu Palabra y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo”

(Jn 17, 14).

SOMOS DE CRISTO

Tenlo presente: somos de Cristo.  El Reino de Cristo es, en parte, un Reino que se realiza en nosotros y en la sociedad, pero también es un Reino que solamente tendrá su plenitud y la tiene en el otro mundo, en el de Dios.

No nos puede desconcertar que el mundo -y a esto se refiere Jesús-, la mundanidad, la mirada o la visión del hombre como un ser meramente terrenal, sin ningún sentido de trascendencia, esa mundanidad choque contra nuestra vida cristiana.

Estamos llamados a vivir cara a Dios y cara a la eternidad y esto a veces significará un desconcierto, quizás, en otras personas.

Pensaba, precisamente, en términos de fidelidad, estar en el mundo sin ser mundanos, la importancia que tiene corregir al que yerra, siempre desde la humildad, desde la caridad, con una dosis generosa de comprensión, pero también de valentía.

Tenemos que estar dispuestos, a veces, a pagar un precio por ser fieles a la verdad.

Les tengo unas palabras que a mí me ayudan mucho de Benedicto que decía hace algunos años:

“Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto de la responsabilidad espiritual para con los hermanos.

            No era así en las iglesias de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no solo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. (…)

            Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana”. (…)

¡Qué urgente es esto! Continúa el Papa:

“Frente al mal no hay que callar.  Pienso que en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien”

(Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma 2012).

SER FIELES A LAS ENSEÑANZAS DEL SEÑOR

 

Recemos por los sacerdotes, para que seamos valientes; por supuesto que hay que hacer las cosas con amabilidad y decir cosas que, a veces, incomoden, pero con muchísimo cariño.

San Josemaría ponía ejemplo de una masa de hierro, sólida, firme, pero envuelta, acolchada, en una funda de terciopelo; es decir, la dulzura de la caridad, de la comprensión; pero, por otro lado, también está la solidez de la verdad que hemos heredado.

Pidámosle a la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, que nos ayude a todos a ser fieles a las enseñanzas del Señor y lo hacemos en medio del mundo al que amamos.

Que tengamos una visión muy positiva respecto de todo.  Siempre hay un fondo de bien en las personas e, incluso, quienes están más equivocados y de ellos también nosotros podemos aprender.

Y, en miedo de esta realidad, de un mundo descristianizado, vivir la alegría de la fe; la alegría de Jesús.

Qué seguridad nos tiene que dar esto: estar en el Señor, tener a Jesús con nosotros, estar en este amparo maravilloso de un Cristo que nos guarda con su Amor infinito, que es el Espíritu Santo y nos mete en lo más profundo del corazón del Padre.

Estamos resguardados en el corazón de la Santísima Trinidad.

Se lo pedimos a la Virgen, para que vivamos siempre, en este tiempo Pascual, con la alegría de Jesús.

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