En estos 10 minutos con Jesús, que son de Él y con Él procuramos hacer oración, hablar con Jesús.
Lo más importante, como siempre, es que le digamos algo a Jesús: que lo queremos, que lo esperamos, que nos encantaría que venga a nuestro corazón; que queremos parecernos un poco más a Él.
Que queremos que esta Navidad deje en nosotros una huella indeleble, una huella que no se borre; que nos cambie la personalidad, que nos cambie la identidad. Por eso, necesitamos pedirle ayuda como siempre.
Estamos mirando en estos días, ya ante la inminencia total de la Navidad, el pesebre.
Vemos ahí a María y José esperando el nacimiento del Niño y preparando todo lo necesario para recibirlo con lo poquito que tenían, porque no habían podido llevarse previamente nada de Nazaret; esa cuna que va a recibir al Niño Dios,
SANTA MARÍA LA MAYOR
En la iglesia romana de Santa María la Mayor, una de las cuatro basílicas mayores, debajo del altar se veneran, se guardan, las reliquias del pesebre.
Son cuatro tablas de sicómoro que, puestas de dos en dos de cada lado, hacen una especie de caballete donde ponían al Niño, le pudieron poner un poco de paja y una pequeña mantita para que no le pique.
Era la cunita improvisada que pudo hacer José con cuatro tablones.
Gracias a los primeros cristianos, esos peregrinos que iban con mucha frecuencia a Tierra Santa y por eso trajeron tantas reliquias de allí.
Iban por todos los lugares santos y se traían todo lo que podían. Entre otras cosas, trajeron la cuna. Esa cuna que se ve que guardaron y que se venera hoy.
En esta iglesia de Roma, Santa María la Mayor, hay un relicario en el altar principal. Hay un Niño y, debajo, uno ve el relicario con esos tablones de madera que, según las pruebas que se han hecho, son efectivamente del siglo I.
Es de fiar, porque hay una gran tradición. Ya san Jerónimo hablaba de ello en el siglo IV.
Orígenes también de esas maderas del pesebre original que se habían guardado y que se ha venido transmitiendo y que fueron a parar a Roma como lugar más seguro, se encuentran hoy debajo del altar mayor.
EL PESEBRE
Esas maderas, ese pequeño pesebre, fue el primer cáliz, la primera patena, el primer altar que recibió la carne de Dios encarnado, de Dios hecho Hombre.
Por eso lo veneramos con cariño, lo miramos con una especial ilusión. Deseamos que ese lugar que pisó Dios por primera vez, porque después del seno de María fue a parar a ese sitio.
Probablemente haya estado primero también en los brazos de José y después lo hayan hecho descansar sobre ese pesebre que se guarda en Santa María la Mayor.
Todos tenemos la ilusión de que nuestro corazón sea ese pesebre en el cual Dios pueda nacer. Allí donde comenzó la historia de nuestra redención, de nuestra salvación, de nuestra libertad.
En ese lugar queremos recordar cómo nos gustaría que nuestro corazón fuese igual a ese primer pesebre.
Yo cuando pienso en ese primer pesebre, lo que se me viene a la cabeza es: cómo me gustaría que mi corazón fuera así, donde Dios pudiera nacer, donde Dios pueda habitar, donde Dios se pueda ver.
QUE JESÚS NAZCA EN NUESTRO CORAZÓN
A veces me da mucha pena que tantos amigos míos, tantos alumnos en la facultad, no puedan encontrarse con Dios tan fácil.
A veces me entra como ansiedad, dolor, porque no ven a Cristo, porque no conocen a Cristo, porque no terminan de verlo a través de lo que enseño, a través de lo que digo, a través de lo que explico… a través de mi vida.
Claramente, no soy esa cuna, ese pesebre en el cual Dios sí se podía ver, sí se podía mostrar a todos aquellos hombres de buena voluntad que querían verlo.
Sabemos que Herodes lo quería matar; o sea, hay gente que es mala y que por más que tenga el milagro delante de los ojos, son incapaces de ver el bien, de ver la belleza, de ver la bondad… y obra el mal.
Pero nosotros queremos que Jesús nazca en nuestro corazón para que sea visible a los demás para que nuestro mundo sea mejor, para que deje de haber violencia, para que haya paz, para que haya concordia, amistad, solidaridad…
Que no haya más gente que sufra y que los sufrimientos sean aliviados porque entre nosotros hay caridad y buscamos llevar los unos las cargas de los otros y así hacer de este mundo un mundo mucho más habitable.
Pero, para eso, necesitamos que nuestros corazones sean esa cuna de Belén en la cual Dios puede nacer y puede hacerse visible, puede hacerse presente.
Por eso le pedimos ahora a Jesús en este rato de oración: “Señor, dame un corazón nuevo”.
LA NAVIDAD
Hace poco, un amigo me decía que los cristianos no éramos muy conscientes de lo que significaba el pesebre que es tan valioso.
Es tan bonito que mantengamos viva esta tradición de armar pesebres y a la gente que a veces se molesta por la presencia de los pesebres, habría que decirle que es como que se molesten por los derechos humanos.
Este amigo me decía: “mira, ustedes desde hace más de 2020 años que festejan su fiesta principal: la Navidad, con un grupo de personas en los cuales hay un negro africano (uno de los magos es un negro africano; estos que dicen que a veces discriminamos…).
Está lleno de pobres, el protagonista de la historia es una mujer, no es un varón. El Niño nacido, no es nacido de José, es nacido de María, es María la protagonista número uno, después de Jesús, lógicamente, que es Dios encarnado”.
Pero la protagonista de toda esta historia es una mujer, ¿cómo no vamos a ser feministas en el buen sentido si la protagonista de nuestra historia es una mujer? ¿Cómo vamos a discriminar? Si de entrada uno de los que vinieron a adorar eran personas de distintas razas: africanos, asiáticos… de todas las razas.
UN PUEBLO CON LOS BRAZOS ABIERTOS
Los pastores eran gente de lo más frágil, de lo más vulnerable, de los más analfabetos, los más abajo en la escala social y estaban ahí presentes junto con esos hombres ricos que venían de oriente.
Incluso, una antigua tradición, cuenta que el hijo del posadero era un chiquito con Síndrome de Down y que estaba ahí, que era el que más tocó y el que más jugó con Jesús.
Por eso, cuando vemos todo esto decimos: “¡Qué bonito Señor! De entrada, hemos sido siempre un pueblo con los brazos abiertos a todos”. Pidámosle a Jesús que nos ayude.
Pidámosle a María que nos dé esa fuerza, que nos transmita esa caridad, que nos lleva a tener los abiertos de par en par a todos los hombres de buena voluntad del mundo entero como siempre hemos hecho desde hace más de dos mil años y que se refleja tan claramente en esos pesebres que armamos para Navidad.
Le pedimos que nazca en nuestro corazón, el Señor.