El Evangelio de hoy nos presenta la historia de dos ciegos que, al encontrarse con Jesús, claman con fe:
«¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!».
Y este grito, que lo hemos escuchado ya varias veces en estas predicaciones de Hablar con Jesús, sabemos que es un grito lleno de esperanza y de necesidad.
Es algo que resuena con fuerza en nuestros propios corazones, especialmente cuando nos vemos abrumados por las dificultades de la vida. Al igual que estos ciegos, muchas veces nos encontramos en situaciones que no parecen tener solución.
Imagínense a estos dos personajes que dice el texto que «le fueron siguiendo».
El Señor acaba de hacer esos dos milagros increíbles de la hemorroisa y luego cura a la hija de Jairo, está saliendo de la ciudad (yo supongo que es Cafarnaúm). Dice que Jesús empieza a salir
«y le siguieron dos ciegos y van gritándole: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!”»
(Mt 9, 27).
UNA SITUACIÓN TRISTE
Estos dos personajes deben haber vivido una vida durísima, porque en el siglo I ser ciego, no tener esa capacidad de visualización y de saber las cosas como funcionaban, estaban destinados a la mendicidad.
Son dos personas que seguramente se acompañaban y ayudaban los unos a los otros. Tenían ese sello también de estar como castigados por Dios por alguna fórmula. La gente no les tenía especial aprecio.
No es como esta “onda” cristiana que estamos siempre cuidando por los que más lo necesitan; al contrario, se veía como unas personas que no habían cumplido todos los preceptos.
Recordemos que, si la ciudad es Cafarnaúm, adicionalmente no es una ciudad completamente judía, sino al revés, está llena de soldados romanos y de gente de otras ciudades donde hay mucho comercio.
En definitiva, una situación que ya prevemos de estos dos hombres un poco triste y ya no saben qué hacer. Por eso, cuando ven a Jesucristo, empiezan a gritar «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!»; les sale como del alma.
EXPRESAR LA FE DE UNA FORMA CONCRETA
Justo estas semanas me ha tocado estar con algunas personas que me cuentan sus problemas que no les veo solución y las frases “los tiempos de Dios son perfectos; Dios aprieta, pero no ahoga; o ten confianza…” a veces se vuelven obsoletas.
Por eso, me parece que lo que gritan estos ciegos es lo que hay que recomendar a la gente y hacer nosotros también:
«¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!»
¡Ten piedad de nosotros! A veces es la única forma de salir.
Recordemos esta actitud de los dos ciegos, que no nos avergoncemos. No es perder fe; al contrario, es expresarla de una forma concreta porque acudimos a Aquel que es el único capaz de sacarnos de donde estamos o de darnos la fuerza para continuar, para seguir con esos problemas.
Estos dos ciegos no se resignaron a su ceguera ni se conformaron con palabras de aliento superficiales, sino que con valentía y confianza se acercaron a Jesús, le suplicaron su ayuda y ahí es cuando el Señor, conmovido por su fe, les devolvió la vista.
Esta historia nos debe enseñar la importancia de acudir a Dios con humildad y con perseverancia, especialmente cuando nos sentimos abrumados por las dificultades.
No debemos tener miedo de expresar nuestras necesidades, nuestros miedos, nuestras angustias, porque Dios es un Padre misericordioso que siempre está dispuesto a escucharnos, a tendernos su mano.
Como a Pedro, cuando empezó a caminar por las aguas, empezó a hundirse y le estiró la mano a Jesús. Así nos hace también el Señor a nosotros, si es que le pedimos ayuda.
SAN NICOLÁS DE BARI
Hoy también nos acordamos de san Nicolás de Bari, que es el famoso Papá Noel. En realidad, el santo, san Nicolás, tiene una fiesta que nos ofrece también ese ejemplo de cómo la fe en Dios se traduce en acciones concretas, en servicio al prójimo.
Tal vez una de las historias más conocidas sobre san Nicolás es la de cómo ayudó a un hombre pobre que estaba a punto de vender a sus tres hijas como esclavas para poder pagar sus deudas.
Conmovido por la situación, san Nicolás -de forma anónima- arrojó bolsas de oro por la ventana a la casa de ese hombre y así les dio las dotes necesarias para poder casar a esas mujeres. Ese acto de generosidad y muchos otros se atribuyen a san Nicolás.
De hecho, se piensa que esas bolsitas de monedas de oro cayeron dentro de las medias y por eso esas medias rojas que se ponen en las navidades cerca de la chimenea, son como para recibir los dones de san Nicolás (eso no tiene un origen pagano, sino completamente cristiano).
Pero san Nicolás no se limita a rezar por los necesitados, sino que actúa con decisión para aliviar su sufrimiento.
SOMOS LAS MANOS DE DIOS
Yo creo que es lo que tenemos que hacer también nosotros cuando escuchamos gente que la está pasando mal, ver qué es lo que podemos hacer.
No se puede limitar nuestra ayuda a decir: “rezo por ti o te encomiendo; ay, no sabes la pena que me da…” ¡No! A veces hay que ver qué podemos hacer, porque somos las manos de Dios.
Dios, a veces, nos pone una idea, algo de creatividad o, simplemente, nos ayuda a que sigamos cerca de esas personas para que no se sientan solas; a veces, no es decir una cosa.
Mi mamá me contaba que ahora está leyéndole a una tía. ¡Perfecto! No puede hacer absolutamente nada más que leerle un libro a una tía. Es una fórmula concreta de vivir la caridad cristiana.
Cada uno tiene que buscar su forma, al igual que san Nicolás que encontró esa fórmula concreta de lanzar esas bolsitas de monedas para ayudar.
Y nosotros igual, cuando veamos a gente que la está pasando mal, que les enseñemos: “oye, grita: ¡ten piedad de nosotros, Hijo de David! Y yo te ayudo también a gritar”. ¿Cómo? Rezando, acudiendo al Señor.
“Señor, hoy que estamos haciendo este rato de oración, aprovechamos para acudir también a Ti, para pedirte por tantas necesidades, por tanta gente que sufre”.
¡TEN PIEDAD DE NOSOTROS, HIJO DE DAVID!
Esta mañana me escribía una persona que a una amiga suya le van a hacer una traqueotomía y tiene dos hijas pequeñas…; y la de más allá que tiene un cáncer…; y las de más acá, que el esposo no le atiende…
O sea, todo el mundo tiene cosas y lo importante es saber acudir al Señor para pedirle esa fe que nos lleva a tener confianza en que todo lo que nos sucede viene de las manos de Dios.
“Señor, ayúdame a gritar muchas veces: ¡ten piedad de nosotros, Hijo de David. A decirte muchas veces estas palabras, porque sé que Tú las escuchas, Señor”.
En estos días, en los que tal vez te has encontrado con situaciones difíciles y te has sentido impotente para ayudar, recuerda también estas palabras de los ciegos del Evangelio:
«¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!»
y no dudes en clamar a Dios con fe y con confianza, pidiéndole su ayuda y su guía.
Y, al igual que esos ciegos que no se dieron por vencidos hasta encontrar a Jesús, persevera en la oración, busca la cercanía de Dios, Él conoce tus necesidades y tus anhelos más profundos y te responderá con su amor y con su misericordia.
Que la fe en Dios y el ejemplo de san Nicolás te inspiren a vivir esta generosidad y esta compasión y a confiar siempre en la Providencia Divina.
AYUDAR A LOS QUE SUFREN
El Señor siempre está expectante de nosotros, pero quiere que nos manifestemos con ese amor concreto de acudir a Él para pedirle las cosas.
Que no pensemos que se desentiende; no, al contrario, está muy cerca y también pone en nosotros ese deseo de ayudar a los que sufren. Somos, a veces, sus manos -como decía antes.
Que no te olvides de esta idea, porque muchas veces las cosas que haremos tendrán más sentido cuando ayudamos y sirvamos a los demás.
¿Quién es experta en estas cosas? La mayor experta en estas cosas es la Virgen María.
En este tiempo que nos estamos preparando para la fiesta de su Inmaculada Concepción y estamos en medio de la novena, es un buen momento para pedirle que nos ayude y que nos dé esas luces intelectuales para saber ayudar a los demás, para saber acudir a su Hijo y gritarle cuando tengamos necesidad:
«¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David! Ten piedad.»