Hoy, la primera lectura de este miércoles de la primera semana de Cuaresma nos presenta un texto del libro de Jonás.
Ya después de que el Señor ha trabajado con Jonás, digamos, Dios le manda esa misión, él intenta huir. Viene ese episodio de la ballena. Al final, Jonás se decide a cumplir la voluntad de Dios. Dice el texto:
«La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a Jonás en estos términos: “Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad y anúnciales el mensaje que te indicaré”»
(Jon 3, 1-2).
Entonces Jonás partió para Nínive, dice la Escritura, era una ciudad enorme. Empezó a internarse por la ciudad y caminó todo un día diciendo:
«Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida»
(Jon 3, 4).
Este era el mensaje: “Nínive será destruida”, porque eso es lo que Dios le dijo.
Pero, sucede que los ninivitas creyeron en Dios y desde el rey decretó un ayuno y se visten todos con ropa de penitencia. El rey se quita la vestidura real y empieza a lanzarse ceniza en la cabeza (que era una forma con la que los orientales manifestaban su arrepentimiento).
Y, además, manda para todo el reino esto: un decreto por el rey y todos sus funcionarios que ningún hombre, ni animal, ni ganado mayor ni menor, deban probar bocado, que no pasten ni beban.
Vístanse con ropa de penitencia, clamen a Dios con todas sus fuerzas y conviértanse cada uno de su mala conducta y de la violencia en sus manos.
ARREPENTIMIENTO
Todo esto lo hace Dios a través de la predicación de Jonás. Y al ver todo lo que los ninivitas habían hecho después de la predicación de Jonás, que se habían arrepentido de su mala conducta, Dios ya no cumple esa terrible profecía.
«Dios no desprecia un corazón contrito y humillado»
(Sal 50).
Ese es el Salmo que también repetimos en la misa, porque un corazón contrito y humillado, Señor, Tú no lo desprecias y estos ninivitas se convirtieron.
Es interesante pensar que el papel de Jonás era un papel difícil. Al principio no lo quiso tomar, pero una vez que lo hizo, seguramente él estaba convencido de que en cuarenta días se iba a destruir Nínive, porque eso es lo que Dios le había dicho.
Sin embargo, Nínive no se destruye, sino que ellos se convierten a través sólo de la palabra de Jonás, porque no ven ningún signo, nada más que la palabra de Jonás.
Es interesante porque esto mismo aparece en el Evangelio. Jesús ve una multitud que está como súper apretujada que le están pidiendo signos y empieza a decir Jesús:
«Esta es una generación malvada, pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación»
(Lc 11, 29-30).
¿Cuál es el signo de Jonás? Jonás simplemente apareció en Nínive y empezó a decir: “¡Conviértanse, en cuarenta días esto se va a destruir!”
Es importante darnos cuenta de que Jesucristo no tenía que hacer signos, aunque hizo muchísimos milagros para que se le crea, porque tenían tal fuerza sus palabras.
Él es el Dios hecho Hombre, era lógico que la gente, por la calidad de su predicación, por la cantidad de milagros que hacía, le crea y, sin embargo, la gente duda.
A veces, Señor, perdón, porque también dudamos nosotros de que puedas realmente sacar bien de las cosas malas que nos suceden; dudamos de que Tú tienes el poder de la historia en tus manos; de que a veces quieres que suframos un poco más y que hagamos las cosas no sabiendo cuál va a ser el resultado.
NO PERDER LA ALEGRÍA
Fiarse de Dios implica la paradójica maravilla de no perder la alegría cuando las cosas no salen como quiero.
Esto es fundamental porque el Señor tiene sus propios caminos y nosotros simplemente somos obreros en su mies, que debemos estar atentos para hacer las cosas según su voluntad y a veces ni siquiera se van a terminar de cumplir.
“En cuarenta días se va a destruir esta ciudad” y no se destruye. ¿Por qué? Porque el Señor tiene unos planes distintos, pero nos utiliza como instrumentos para que funcione.
Por eso, misericordia Dios mío, reconozco mi culpa, tengo siempre ante mí mi pecado. Crea en mí un corazón nuevo.
Señor, que cuando dude de Ti me acuerde de estas palabras, que sé que Tú eres Omnipotente y que las cosas que permites realmente son las mejores para mí y son las mejores para mi prójimo. El Señor es claro, quiere que sigamos su voluntad.
En ese sentido, ahora que estamos cerca de la fiesta de san José, podemos pensar cómo san José también hace la voluntad de Dios. José no vacila. Su obediencia es siempre estricta, rápida.
Para comprender mejor esta lección que nos da siempre el santo Patriarca, es bueno que consideremos que su fe, la fe de José, es activa y que su docilidad no presenta la actitud de la obediencia de quien se deja arrastrar por los acontecimientos.
Porque la fe cristiana es lo más opuesto al conformismo, al ser “pasota”, a la falta de actividad o a la falta de energía. No, al contrario.
COHERENCIA DIVINA
Dice san Josemaría que José se abandonó sin reservas en las manos de Dios, pero nunca rehusó a reflexionar sobre los acontecimientos y así pudo alcanzar del Señor ese grado de inteligencia de las obras de Dios, que es la verdadera sabiduría.
De ese modo aprendió, poco a poco, que los designios sobrenaturales tienen una coherencia divina, que está a veces en contradicción de los planes humanos.
Claro, hay cosas que no entendemos. Hay cosas que nos gustaría que funcionen de manera distinta, pero el Señor tiene sus planes. No tienen coherencia humana sus planes, pero tienen coherencia divina.
Por eso, en las diversas circunstancias de la vida de san José, él no renuncia a pensar ni hace dejación de responsabilidades. Al contrario, coloca al servicio de la fe toda su experiencia humana.
“Cuando vuelve de Egipto, oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, dice el texto: «Temió ir allá» (Mt 2, 22)”.
Y apunta, de nuevo san Josemaría:
“Ha aprendido a moverse dentro del plan divino y como confirmación de que, efectivamente, Dios quiere eso que él entrevé, recibe la indicación de retirarse a Galilea (…)”
(San Josemaría. Meditaciones: lunes después de Epifanía).
LA FE DE SAN JOSÉ
Y es que así fue la fe de san José: plena, confiada, íntegra, que se manifestaba en una entrega eficaz a la voluntad de Dios, en una obediencia inteligente y con la fe, la caridad y el amor.
La fe de san José se funde con el amor, con el amor que Dios, que estaba cumpliendo las promesas que había hecho a Abraham, a Jacob, a Moisés, con el cariño de esposo hacia María, con el mismo cariño de padre hacia Jesús.
Fe y amor en la esperanza de la gran misión que Dios, sirviéndose de él, un carpintero de Galilea, estaba iniciando en el mundo. Era la redención de los hombres. Impresionante. Y san José no es consciente de todas estas cosas.
Nosotros después de siglos, al ver todo armado, nos damos cuenta de que realmente san José hizo posible esto. ¿Cómo? Aceptando la voluntad de Dios, haciendo lo mejor que podía, poniendo su inteligencia para que las cosas funcionen.
No se revela cuando tiene que huir a Egipto o cuando tiene que volver de Egipto; no se revela al tener que recibir a su esposa que está embarazada. Él hace las cosas, acoge lo que no entiende.
Señor, que seamos siempre como san José: obedientes.
Que no tengamos esas ganas de que todo funcione según nuestras ideas, nuestros preconceptos. Que no perdamos la alegría cuando las cosas no salen como quisiéramos, que siempre veamos tu mano santa detrás de todo, que nos ayuda a ser cada vez mejores hermanos.
Ponemos estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen y de san José para que tengamos en esta Cuaresma, ese corazón cada vez más convertido al Señor para no dudar nunca de su santa voluntad.