Icono del sitio Hablar con Jesús

“NIÑOS, ¡A COMER!”

En aquel tiempo uno de los comensales dijo a Jesús.

«¡Bienaventurado el que coma en el Reino de Dios!» 

(Lc 14, 15)

Este es el contexto del Evangelio de hoy, uno de los comensales, es decir, un hombre anónimo sentado a la mesa con Cristo, no puede reprimir su gozo de estar con el Señor compartiendo la mesa.
Es totalmente humano, que es pasarlo bien en torno a la mesa, no tanto por lo que se come, que también es una manera preciosa de servir y de celebrar, sino sobre todo porque se comparte una intimidad.

AMOR FAMILIAR

Qué importante es entonces cuidar lo que ocurre en el hogar, en la mesa, ya sea al mediodía en el almuerzo, la comida o cómo le llamen, o la cena de la noche.
Que sepamos estar con los que nos sentamos a la mesa, a poner todos los sentidos en escuchar, participar, interesarse, amar.
Qué pena esa imagen que todos quizás alguna vez la hemos visto, de personas que van a un restorán y a veces son familias enteras, el padre, la madre e hijos y está cada uno con su teléfono móvil, viendo la pantalla, ¡es penoso!


Ojalá que no ocurra en tu hogar. Que la mesa sea un momento de intimidad familiar, de crecimiento, de alegría, de participar, de interesarse por las cosas del otro, de sabernos y sentirnos amados.
Necesitamos esa experiencia cotidiana del amor familiar.
Entonces este personaje exulta: «¡Bienaventurado el que coma en el Reino de Dios!» Como diciendo: si este gozo de estar contigo Señor, un par de horas, ¿Cómo será el permanecer contigo eternamente en el Cielo, en el banquete Celestial?
Vamos a pedirle al Señor, que nos ayude a todos a dirigirnos más directamente hacia el Cielo cada día.
No pensemos que vamos a alcanzar el Cielo en el último momento, al estilo del buen ladrón, -que puede ser-…
Pero ya que estás escuchando estos audios, en principio, eres una persona que tiene una cierta práctica cristiana.
No somos mejores que los demás, pero sí tenemos un hábito de trato con Dios, de tal manera, que el Señor nos está ofreciendo una experiencia de su amor eterno del Cielo, aquí ya en esta vida.

EL GOZO DEL CIELO

Por eso es que cada día es un caminar hacia el Cielo, cada día es un pregustar el gozo del Cielo. ¡Así debería ser!
Lo que ocurre es que luego, en fin, la condición humana que es débil, frágil, nos lleva a veces ensimismamiento.
Y podemos ver las cosas demasiado negativas o demasiado pesimistas, cuando la verdad es que estamos con el Señor.
Teniendo a Cristo sentado a la mesa, teniendo a Cristo en la barca de nuestra vida diaria, ¿Qué problema hay en que vengan las olas?
¿Qué problema hay que el Cielo se cubra y venga la lluvia, incluso la tempestad? ¡Estamos con Cristo, el Señor no se separa de nosotros!
Entonces este vivir con Cristo diariamente en las labores ordinarias, trabajo, vida en familia, dedicación a los hijos, dedicación al marido, a los amigos o a los hermanos, ese trabajo diario del universitario que estudia de verdad…
Todo eso es un camino auténtico, para recorrerlo con el Señor, esa es nuestra vocación.
Estamos llamados a vivir no solo de vez en cuando, unos encuentros esporádicos con Cristo, el Señor quiere que permanezcamos con Él.
Llamó a los que quiso para que estuvieran con Él. ¡Esa es nuestra vocación! Estar con Cristo a través de la vida de la gracia, a través de los sacramentos, de la oración y de la vida diaria.
Entonces nuestra vida se transforma en un banquete, por así decir, estamos de fiesta en fiesta, enfiestados, vamos de celebración en celebración.

HACIA LA ETERNIDAD

Esto en medio de las cosas más normales, más rutinarias, comunes y corrientes y sin embargo, ahí hay un brillo, una aventura nueva cada día.
¿Quieres vivirlo todo eso con el Señor? Señor, por Ti quiero recorrer esta etapa de mi vida y todas las que me queden, orientado, orientada hacia Ti, hacia la eternidad que me espera.
Es muy bueno que pensemos en el banquete celestial, es muy bueno que se te vaya la imaginación, porque siempre nos queremos cortos frente a ese regalo que el Señor nos quiere dar y que tiene preparado para cada uno de nosotros.
¡Qué maravilla llegar al Cielo! ¡Qué maravilla llegar a contemplar a Dios!
Sabernos y sentirnos absolutamente rodeados, abrazados por el amor, la belleza, la bondad infinita, la ternura sin límite de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La humanidad santísima de Cristo, la presencia de la Virgen nuestra madre en cuerpo y alma, la presencia de san José, de los ángeles y los santos y eso en un para siempre.
Que no es una sucesión cronológica indeterminada, que al final terminaría siendo insoportable, en palabras de Benedicto XVI, en la encíclica “spe salvi”.
Es un tiempo divino, es un eterno presente, es todo posesión, fuera del tiempo, es un gozo sin límite, más allá de toda temporalidad.

UNA DOCTA IGNORANCIA

No lo podemos ni siquiera imaginar, pero vale la pena. Sabemos que san Agustín tiene una intuición muy clara, respecto del Cielo, diciendo que tenemos o experimentamos una docta ignorancia.
Es decir, docta porque es segura, porque está bien fundada en la palabra de Dios, e ignorancia porque no sabemos cómo será el Cielo, pero sabemos que será.
Sabemos que será el gozo eterno y perfecto que Dios nos tiene preparado, pero no sabemos cómo será.
Es bueno que nos dejemos sorprender cada día por este Dios que nos acompaña en nuestro camino al Cielo y así participemos del banquete.
No posterguemos esta vida buena que el Señor nos quiere regalar a cada uno y no nos quedemos en las excusas.
No nos quedemos pegados a los problemas, como si no tuvieran sentido, si estás sufriendo por algo, por algo será, -es decir-, algún bien habrá detrás de ese sufrimiento y con la ayuda de Cristo lo descubrimos y vamos avanzando.
Bienaventurado el que coma en el reino de Dios, Jesús le contestó:

“Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los invitados: «Venid, que ya está todo preparado.» (Lc 14,16-17)

¡Está todo preparado, está todo dispuesto! Dios ha puesto todo lo que está de su parte, ha puesto a fuego toda su capacidad creativa, para conquistar nuestro pobre corazón.

PERDÓN SIN LÍMITE

Se hizo hombre, nació en Belén, esa vida maravillosa de Jesús en Nazaret durante 30 años, con su madre santísima y san José.
En la normalidad misma, que nos resulta tan encantador, tan atractivo ese ejemplo divino de naturalidad, de normalidad, de amar a Dios en lo de cada día.
Y luego esos tres años de vida pública, su Pasión y Muerte en la Cruz, su Resurrección gloriosa, su presencia viva en la Eucaristía. Su perdón sin límites en la Confesión.


¿Qué más queremos? Como que Dios nos pregunta, te pregunta a ti y me pregunta a mí: ¿Qué más necesitas que haga para conquistar tu pobre corazón?
¿Qué otra cosa tengo que hacer? Dime, porque si me la dices y no la he hecho, lo haré por ti.
Ese es Dios, un Dios que lo ha hecho todo para conquistar nuestro pobre corazón. Somos nosotros los que dejamos que nuestro corazón, de alguna manera se deje opacar por filtros.
Filtros de orgullo, de pereza, de sensualidad, de egoísmo, que impiden que esa luz preciosa de Cristo, de la imagen del rostro amabilísimo del Señor, llegue a cada uno de nosotros.
Que sepamos limpiar nuestros filtros para que entre la luz de Cristo y nos sepamos y nos sintamos llamados a vivir con Él.
Entonces, en este texto Jesús dice:

Venid que ya está todo preparado. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: «He comprado un campo y tengo que ir a verlo, dispénsame por favor. «Y otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.» Otro dijo: «Me acabo de casar, y por eso no puedo ir.»
(Lc 14,17-20)

Son razones digamos importantes; uno compra un campo, no es menor, la yunta de bueyes un poquito de más categoría, pero también tenía su importancia para la época, casarse…
Sin embargo, frente a este relato de la parábola, son excusas, ¡excusas! Porque en todo eso, en el trabajo, en los negocios, en el matrimonio, tenemos que poner al Señor en primer lugar.
Que esté presente el amor de Cristo en nuestra vida diaria y así, en vez de ser una excusa, se transforma en una ocasión de santidad.
Buscar, encontrar, tratar y amar a Jesucristo, en lo de cada día.

Salir de la versión móvil