LAS DIFÍCILES ELECCIONES
Había un programa en mi país que se transmitía todos los domingos, de siete a diez de la mañana, que era la delicia para los papás, porque eso significaba que los niños iban en pijama a verlo y ellos podían dormir un poquito más.
Y además, es un programa que se transmitió por muchísimos años, casi por cincuenta años. Me refiero a un programa de tele que se llamaba “En familia con Chabelo”.
Bueno, pues la verdad es que era muy sencillo y entretenido para los niños, porque era para jugar, jugar y ganarse bicicletas, balones, patinetas…
Recuerdo a Juan, mi primo, que se ganó una bici y bueno, ¡pues era la envidia de todos!
Y este programa tenía, casi antes de terminar, una cosa divertida que se llamaba ‘las catafixias’. Tú podías cambiar tus juegos, tus juguetes, por una sorpresa que estaba detrás de unas cortinas que se llamaban ‘las catafixias’.
Bueno, un juego un poco absurdo porque dejabas a la suerte todo lo que habías ganado, aunque es verdad que podías ganar, algo quizá más grande, como un equipo de sonido o una sala, también podías perderlo todo… A veces te tocaba una escoba vieja.
Y yo pensaba en la catafixia, al pensar un poco en las elecciones que hacemos en nuestra vida. Y es que a veces, parece que vamos por la vida como jugando a la catafixia.
Piénsalo bien, tú haces muchas elecciones en tu vida, y a veces no atinas porque te falta conocer un poquito más. Y a veces comprometes tu libertad sin saber nada de lo que eliges.
QUERER LO QUE SE CONOCE
Esa libertad que es un don extraordinario que nos ha dado Dios, para elegir entre lo bueno, lo mejor. Y solo se puede ejercitar razonablemente cuando se conoce el contenido del acto que se va a realizar cuando se sabe bien qué vas a elegir.
Hay una frase latina de los romanos que dice: ‘Nihil volitum nisi praecognitum’. ‘No se puede querer lo que no se conoce’.
¿Y por qué te cuento esto? Bueno, porque hoy en el Evangelio leemos cuando Herodes mandó a encarcelar a Juan Bautista, porque Juan le recriminaba que no podía tener por esposa a la mujer de su hermano a Herodías.
El precursor tiene frente a él dos posibilidades: dar gusto al rey, no decirle nada, callarse y así aprobar esa unión ilegítima con Herodías, o bien condenarla.
Juan Bautista prefirió arriesgarse a perder el favor del rey, antes que adularlo, olvidando los preceptos de Dios. Juan Bautista sí conoce el contenido de la catafixia y elige la mejor: ¡Te eligió a Ti, Señor!
Podemos preguntarnos, preguntarnos en este ratito de oración: Imagina que te lo preguntará un amigo ateo: —Oye, ¿cuál es la esencia del cristianismo? Porque a veces como que se da por hecho.
Un amigo que te pregunta — Oye, ¿tú eres creyente? Y le dices que sí, que eres creyente, que eres católico.
Y te has preguntado alguna vez: ¿Cuál es la esencia de eso? Porque veo que haces muchas cosas: que vas a misa, que haces oración… Pero, ¿esa es la esencia de ser cristiano? Y seguramente tú le responderías muy bien y le dirías: —No, mira, la esencia de ser cristiano no es hacer cosas, es seguir a una persona que es Dios, es Dios hecho hombre.
LOS ELIGIÓ Y LE SIGUIERON
Esa es la esencia del cristianismo, es Jesucristo. Cuando Jesucristo comenzó su vida pública -y hablaba de muchas cosas-, lo primero que hizo fue elegir a unas personas que se llamaban apóstoles. Ellos se adhirieron a Cristo y lo siguieron.
Y Cristo habló muchísimas veces de esto:
«Si alguno quiere seguirme»
(Mt 16, 24).
Porque él venía a eso, a comenzar un camino que no era ajeno a su persona.
«Él es el camino, la verdad y la vida»
(Jn 14, 6).
Por eso, la esencia de nuestra vocación cristiana es una opción por Cristo. No es solo que Jesús te elige, sino que tú eliges corresponder a esa llamada.
Por eso, pues, hay personas que no acaban de ser cristianos realmente, porque no han hecho una opción fundamental por Cristo.
Hay personas que no son fieles a Cristo porque no lo han hecho, no lo han elegido, no se han propuesto seguirlo realmente. Simpatizan con Él, dicen que hablan con Él, les gusta el cristianismo, pero no son personas que han vivido esto que cuenta el Evangelio.
«Como cuando Jesús, junto al mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, su hermano, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo: —Síganme, y los haré pescadores de hombres. Y al momento dejaron las redes y lo siguieron»
(Mt 4, 18-22).
QUE DESCUBRA A CRISTO
“Jesús, Tú también me elegiste a mí, y yo te dije que sí, pero no basta. Quiero también elegirte a Ti. Yo te he elegido a Ti. Y te digo ahora que quiero seguirte con todas sus consecuencias, con una lucha más decidida.
Te digo ahora que quiero amarte, que quiero parecerme a Ti, que quiero tomarme en serio tus enseñanzas. Quiero vivir como un cristiano auténtico que significa que los demás, cuando me vean, descubran en mí tu figura, tus enseñanzas, tu alegría”.
Que la gente descubra a Jesucristo en cada uno de nosotros, pues esa es efectivamente la esencia del cristiano.
Como decía san Pablo:
«Ya no soy yo el que vive, es Cristo que vive en mí»
(Gal 2, 20).
Vamos a fijarnos en el ejemplo del Evangelio de hoy. Juan el Bautista, a pesar de que le costó la muerte, eligió la vida con mayúscula. Salomé, la hija de Herodías, no eligió nada. Fue su madre quien eligió la muerte de Juan Bautista.
Y te lo leo:
«La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.
El rey le dijo a la joven: —Pídeme lo que quieras, que te lo doy. Y le juró: —Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.
Ella salió a preguntarle a su madre: —¿Qué le pido?
La madre le contestó: —La cabeza de Juan el Bautista»
(Mt 14, 1-12).
Es que cuando alguien no decide a dónde va, son otros los que deciden por él: las modas, las ideologías, lo que la gente dice, lo que la gente hace. O la gente se consuela y se justifica: Porque todo el mundo hace eso, ¿qué más da? ¿por qué va a estar mal? (…)
Y es un peligro real que tenemos nosotros en nuestra vida, porque nos falta determinación en nuestras decisiones.
QUE ELIJA A CRISTO
Por eso vamos a elegir conocer más a Jesucristo, que es el Camino, la verdad y la vida. Vamos a elegir hacer conocer también a Jesucristo. Vamos a elegir corresponder a este amor de Dios, porque en esto consiste la vida cristiana: en enamorarse de Jesucristo y seguirle de cerca.
Se lo decimos a Jesús ahora: “Señor, yo quiero seguirte, yo quiero elegirte por encima de todo. No quiero el consuelo que me dan las cosas de esta vida. Te quiero a Ti por encima de todo”.
Pues que no nos pase, lo que nos pasa, nos mimetizamos muchas veces, que nos escondemos entre la muchedumbre, que nos hacemos un poco ‘patos’, y en el fondo, es que, Señor, no te he dicho que sí totalmente.
Y a veces, estamos un poquito como calando hasta dónde sí y hasta dónde no; que si se puede esto, que si no se puede lo otro…
“Pues Señor, me has dado la libertad para que yo elija y quiero elegir la vida. Quiero vivir, quiero seguirte, quiero amarte, quiero ser santo. No quiero nada a medias en mi vida.
Y aunque tenga errores sacar fuerzas para recuperarme, para arrepentirme y para seguir adelante. Pero no quiero hacer de mi vida una catafixia”.
Vamos a pedirle a la Virgen que nos de valentía, la valentía de Juan Bautista de elegir a Jesús. Dile: “Madre, tú me conoces perfectamente y ves mis fallos y me das como Madre todo lo que tengo. ¡Ayúdame! ¡Dame la fuerza! Llévame a Cristo y ayúdame a decidir seriamente a seguirlo como los apóstoles.
A seguirlo como los santos y a tomarme muy en serio este camino de Jesús, porque quiero de verdad elegir la vida, elegir la vida para vivirla por Cristo”.