En aquel tiempo decía Jesús a sus discípulos:
“No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. Porque no se cosechan higos de las zarzas ni se vendimian racimos de los espinos”
(Lc 6, 43-45).
Cuando leía este pasaje del Evangelio, me acordé de Kung Fu Panda. Es una animación en la que, en una escena, el padre del protagonista que es un oso panda, procura entusiasmar a su hijo con el oficio que tienen en la familia de generación en generación, que consiste en preparar fideos con un ingrediente especial que los hace únicos.
Al oso no le entusiasmaba tanto y le dice a su padre: – A veces, incluso, dudo de si soy en verdad hijo tuyo. Claro, como no va a dudar si su papá es un pato y él es un oso panda.
Entonces el padre le dice que le va a contar algo que quizás se lo debería haber revelado hacía mucho tiempo… El protagonista abre los ojos grandes: – ¿qué es?, dice, quiere saber.
Pero su padre no le dice nada de su origen, sino que le habla de esa sopa de fideos que hacen, que en realidad no tenía un ingrediente secreto. El secreto era que, para ellos, esa sopa era especial y entonces eso la hacía especial.
De un pato no sale un oso panda, pero para hacer que algo sea especial, uno mismo debe ser especial.
DAR FRUTOS BUENOS
“Tus palabras Jesús -que hoy escuchamos- nos pueden llevar a dos reflexiones, entre tantas luces que nos podrías dar.” La primera es que busquemos dar frutos buenos.
En ocasiones nos puede suceder que no nos vemos como especialmente buenos o útiles o que seamos un gran ejemplo o que estemos aportando demasiado con nuestra vida para mejorar el mundo.
Nos podemos sentir bastante insignificantes, incluso mediocres, seguramente con algún motivo real, pero también con una buena carga de subjetividad, de algo que en el momento quizás nos puso tristes.
Ese estado de ánimo nos podría llevar a paralizarnos, a quedarnos sin hacer nada, que uno se tire en la cama o se quede viendo videos en el celular mientras que lo que de verdad querríamos es ser buenos, ser útiles. Pero no vemos bien cómo hacerlo.
Es el momento de pensar cuál es el fruto bueno que yo puedo dar ahora. Quizá no sea una sandía un super fruto; tal vez me tengo que conformar con un quinoto o una uva, alguna fruta más chiquita o modesta. Pero es lo que ahora mismo puedo hacer, un fruto bueno que viene de mi corazón bueno, de mi deseo bueno, de dar, de aportar, de ser bueno.
“Señor, que mis buenas intenciones se traduzcan en buenas obras, aunque sean modestas.” Que me anime también, a conocerme a través de mis obras, porque es un parámetro objetivo para saber cómo somos y es bueno conocerse.
SER UN ÁRBOL SANO
De otra manera, uno podría pensar que uno es sus proyectos, sus buenas intenciones, sus sueños, pero se queda todo en el nivel de lo pensado, de lo que imagino y tal vez mi vida va por otro lado.
Como ese chiste, ¿qué haría si tienes dos casas? ¿Qué harías? ¿O si tienes dos autos? Una para mí y una para el partido, decía; y dos autos, uno para mí y uno para el partido. ¿Y si tuvieras dos vacas? Ah, no, esas no, porque esas sí las tengo, entonces las dos para mí, ¿no?
En las ideas, en las intenciones, lo que no era real sí repartía para los demás. Pero después, en la realidad, no; lo que tenía se lo quedaba para él.
Y al final del día, si solemos hacer un poco de examen o si tenemos, por ejemplo dirección espiritual, qué bueno que nos miremos, que le demos importancia a nuestras obras, no solo a nuestras intenciones. Conocernos por nuestras obras y tratar de tener buenas obras, aunque sean pequeñas lo que podamos a cada momento.
La segunda enseñanza que pensaba que podemos sacar de este Evangelio, es la siguiente: “Jesús, vos decís que no hay árbol sano que dé frutos dañados”.
Nosotros queremos dar frutos buenos, sanos. Frutos de unidad de paz, de consuelo, de alegría, llevar luz a quienes nos rodean y a nuestro ambiente, llevar a nuestro Padre Dios toda la creación.
Para eso que seamos un árbol sano. Un árbol sano fue plantado en un buen terreno, recibió agua, abono, quitaron las malezas, quizá mataron las pestes que lo podían enfermar. Si creció, en cambio, donde no había nutrientes, le faltó el agua, estaba en medio de maleza, se llenó de pestes, no va a hacer un árbol sano y fuerte.
CUIDAR LO QUE LE DAMOS A NUESTRO CORAZÓN
Para ser sanos cuidemos lo que dejamos entrar en nuestro corazón, que no esté lleno de malezas y pestes. Si las cosas que leo, que veo en Internet, que converso son todas superficiales, materialistas, si es pura satisfacción de curiosidad y deseos morbosos… mi corazón no va a ser sano. Lo que después yo esté buscando y lo que diga y lo que haga, no van a ser frutos sanos.
Si, en cambio, es tierra fértil donde mi corazón puede crecer porque hay espacio, porque recibe agua, el agua que necesita, entonces, será como ese árbol que da frutos sanos.
“Y ahí que, usemos la prudencia para buscar lo que nos alimenta en la cercanía con Vos Jesús. Por ejemplo, con estos 10 minutos que procuramos conversar con Vos, mirarte, conocerte, escucharte, aprender tu palabra, decirte algo…”.
La manera en que elegimos descansar, los ambientes que procuramos fomentar en casa o con amigos, que lleven a tener el corazón sano, para que los frutos sean sanos.
Leí un testimonio que pienso que podría ser otro pequeño ejemplo. Se trata de una persona que se encontraba enojada con Dios, porque estaba su mujer embarazada, estaba esperando un hijo y lo perdió. En el embarazo tuvo un aborto espontáneo y estaba enojado con Dios.
En esa circunstancia resulta que vio la película La Cabaña que tiene una interpretación o modo bastante particular de mostrar a Dios, pero toca el tema del dolor, de la misericordia de Dios y del perdón. Y eso le ayudó, le ayudó mucho a reconciliarse con Dios. A ver de otra manera lo que estaba atravesando, esa situación dolorosa.
Fue algo que se puede decir que fue a través de esa película, algo que le ayudó al corazón. Quizá habría otras películas o series que no le hubieran ayudado, al contrario. Por eso también cuidemos eso que le damos a nuestro corazón para que sea sano.
Vamos a pedirle a nuestra Madre que ella nos ayude a cuidar nuestro corazón, para que esté lleno de Dios, como el suyo y que así nos impulse a las obras buenas.