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P. César

5 min

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NO TE DESCUIDES

Jesús nos ayuda a reconocer nuestras faltas y nos invita a la conversión en esta cuaresma.

Llegamos a este tercer domingo de Cuaresma y para estos diez minutos quería fijarme en el texto del evangelio, tomado del apóstol san Juan:

“Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Haciendo un azote de cordeles los echó a todos del Templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas. A los que vendían palomas les dijo: -Quitad esto de aquí: no conviertan en un mercado la casa de mi Padre.” (Jn 2, 13-16).

Es interesante la escena; vamos a fijarnos en dos puntos en concreto. Primero, en el corazón de aquellas personas que estaban comerciando en medio del Templo, en el atrio del Templo.

Piensa, por ejemplo, en la parroquia a la que asistes habitualmente a misa. ¿Imagínate que diría el párroco, que diría tu familia, tus padres, que pensarías tu? Si de pronto, el atrio de la Iglesia, la entrada se convirtiera en un mercado y empezaran a vender, ropa, comida o lo que sea… una especie de mercadillo en la entrada de la Iglesia.

A cualquiera nos daría indignación. ¿A quién se le ha ocurrido? Por supuesto, el párroco estaría, tremendamente, enfadado. Pues, claro, eso no debe hacerse. No esta para eso la Iglesia, es casa de Dios y por tanto ha de respetarse, no es un lugar adecuado y eso no duraría ni un solo día. ¡Es lo natural!

EL TEMPLO ES UN LUGAR SANTO

Piensa ahora, aunque esté muy distante en el tiempo, en los judíos de esa época. Sabemos muy bien la importancia que tiene el Templo en el mundo judío, por supuesto. Tanto, como se nos ha heredado también al catolicismo.

Bueno, pues, para ellos también el Templo desde luego que era un lugar santo. Importante, allí está Dios. Sin embargo, han llegado este punto, de convertirlo en un mercado. ¿No que era para ellos importante? ¿Cómo se descuidaron tanto que llegaron a este punto?

Bueno, pues quizás, la historia comenzó -nos imaginamos Jesús- de modo muy inocente. De repente, se empezó como, sin querer, a ponerse allí; a ni siquiera vender, de repente repartir algunos recuerdos, pero de pronto alguien se interesó por el producto y quiso comprarlo… Y de pronto, ya no fue solo una tiendita, fueron dos y de pronto fueron tres… Pasaron, de repente, de cosas muy sencillas a cosas grandes y al final empezaron a traer animales para vender.

Y poco a poco, muy poco a poco, podría decirse casi inocentemente se llegó a convertir el Templo en un mercado. ¡Que descuido! ¿Cómo hemos llegado hasta este punto?

Increíble, pero todo debe haber comenzado, como son los grandes desastres y las grandes caídas, con un pequeño descuido, con una pequeña concesión. ¿A qué te suena esto? ¿También, a tu propia experiencia y a la mía? Claro que sí.

Las caídas, los alejamientos de Dios, Señor, la infidelidad que a veces manifestamos comienza por un pequeño descuido. El gran drama de nuestra vida, Señor, que si no luchamos, si no tenemos en nuestra mente y corazón ese convencimiento de que mi vida es lucha, me ganan la batalla.

Pasamos del pequeño descuido, al mercado. De la pequeña falta a la gran infidelidad. Por eso piensa despacio en tu oración, pon tu corazón delante de Jesús y dile: -¿Señor, yo dónde he llegado ya a mercados? ¿Dónde tengo que convertirme a fondo?

TIEMPO DE CONVERSIÓN

 

Aprovecha que estás en Cuaresma y estamos como de oferta de la conversión. La conversión, por decir así, es más barata en esta temporada; Dios está especialmente dando gracias para convertirse. En realidad, esto pasa siempre. Pero el acento de esta Cuaresma está en la conversión.

Señor, ¿dónde tengo esos grandes descuidos? Ayúdame, Ayúdame. Y también, Señor, ¿dónde estoy empezando a descuidarme? De repente, estoy sin querer retrasando mi oración o permitiendo un detalle de flojera, alguna mentirilla por allí. De repente, no son pecados graves, pero estoy dejando que crezca.

Y también eso es una gran conversión, una hermosa conversión.

Pero pensemos ahora en el corazón de Jesús. Hemos hablado de ese corazón fácilmente descuidado de los mercaderes del Templo, pero ahora pensemos en el de Jesús.

Jesús, Tú tienes un corazón fino, detectas con toda su verdadera dimensión una falta, grande o pequeña. Y, claro, un corazón fino y sensible como el del Señor se indigna.

Suena quizá feo decirlo, pero es verdad, Señor, es que te enfadas y te enfadas con razón; no sólo porque han hecho mal. Porque desde luego, es un mal, una falta de cariño y de respeto y reverencia a Dios vender en su Templo, convertirlo en un mercado.

Sino también se enfada por -pienso yo, señor, me gusta pensarlo así- por el daño que se hacen ellos mismos de no respetar a Dios y no respetar su casa.

Es importante esto, cuando cometemos un pecado, cuando tenemos ese triste final Señor, de serte infieles, el Señor, no sólo se fija en el mal que hacemos y que hemos hecho. Sobre todo, lo que le duele es que nosotros seamos quienes hemos hecho eso porque nos quiere tanto.

UN CORAZÓN COMO EL DE JESÚS

el corazón

Y sabe, sabes además Jesús, lo infelices que nos hace pecar. Como si nos dijeras, Señor, es que yo no quiero eso para ti. Y por eso la actitud de Jesús de hacer un azote con cordeles y echarlos a todos. No sólo es castigar lo que han hecho, sino hacerlos despertar, reaccionen, reaccionen. No es bueno que hagan esto. Ni para Dios ni para ustedes.

Señor ya nos gustaría que, a veces, nos sacudas un poco para despertar y reaccionar y que nos convirtamos. En realidad, el Señor respeta tantísimo nuestra libertad, pero es bueno que le demos confianza.

Señor, si me tienes que decir alguna cosa, dímela. Es que necesito ser feliz, necesito convertirme, es la misma idea. De repente, Señor, otra vez, hagas un azote con cordeles, pero dímelo en la oración, házmelo ver.

A través de otra persona, de repente, que me que me haga una corrección fraterna, que me que me de algún consejo, que de repente me pica un poco, pero que bueno…

Tú, Señor, me estarás haciendo reaccionar para evitar esas pequeñas o grandes faltas. El corazón nuestro y el corazón de Jesús, qué distancia, ¿verdad? Qué diferencia. Pero no te aflijas, porque el Señor nos ha dado todo su corazón. Lo ha vaciado en la Cruz por nosotros y nos lo regala.

Le pedimos a Nuestra Madre que nos de un corazón como el de su Hijo. Nunca será posible realmente del todo, pero que se asemeje. Madre Nuestra, ayúdanos a tener un corazón fino que reconozca esos puntitos de conversión. Sobre todo, consíguenos la gracia para que así sea, para que en esta Cuaresma nos convirtamos nuevamente.


Citas Utilizadas

Ex 20, 1-17

Sal 18

1Cr 1, 22- 25

Jn 2, 13-25

Reflexiones

Jesús, ayúdanos a reconocer nuestras faltas y a podernos convertir en esta cuaresma.

Predicado por:

P. César

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