“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le respondió: «Sí, Señor, Tú sabes que te amo.» Le dijo: «Apacienta mis corderos.»
De nuevo le pregunta por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Le respondió: «Sí, Señor, Tú sabes que te amo.» Le dijo: «Pastorea mis ovejas.»
Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿me amas?» y le respondió: «Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo.» Le dijo Jesús: «Apacienta mis ovejas»”
(Jn 15, 17).
Jesús, en este trozo del Evangelio que es el final que se lee en la misa de hoy, se quiere seguir apoyando en sus apóstoles, se quiere seguir apoyando en Pedro, en los sucesores de Pedro y en cada uno de nosotros…
Y de la Resurrección, tenemos que sacar fuerzas para saber responder a lo que nos pide, sin dejarnos llevar por la idea de que somos pocos o que conseguimos hacer poco…
A Pedro le deben haber parecido trallazos las preguntas de Jesús, la misma pregunta tres veces, como queriendo borrar con cada una, cada una de sus negaciones…
Le parecen trallazos, pero resultan ser el empujoncito que necesitaba: le llevan a saber que Jesús lo conoce (porque le dice: “Señor, Tú lo sabes todo”) y que Jesús, conociéndolo, se quiere seguir apoyando en él (“Apacienta mis ovejas”).
APOYARSE EN JESÚS
Lo único que Pedro tiene que hacer ahora es: aprender a realmente apoyarse en Jesús… no en sus propias fuerzas. Nosotros pongámonos en el lugar de Pedro…
Yo pensaba que nos pueden servir unas palabras que el Papa nos dejó en la Evangelii Gaudium:
“Este es el momento para decirle a Jesucristo: ‘Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores.’
Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría.
No huyamos de la Resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase”
(Evangelii Gaudium, 3).
Eso es lo que aprende Pedro en la escena del Evangelio de hoy y eso lo que nosotros, tú y yo, también queremos aprender: No declararnos muertos, pase lo que pase, ahí está Jesús delante que nos conoce perfectamente y que quiere seguir apoyándose en nosotros, ¡confía en nosotros!
Tú Jesús nos rescataste del pecado, hiciste posible la vida de la gracia, pero nosotros sabemos que los frutos de tu redención deben ser aplicados a cada alma y que esta labor se la confiaste a los apóstoles y nos la confiaste a cada uno de nosotros.
Uno ve… y dice: Jesús eligió a unos cuantos… los formó y después los envió por todo el mundo. No era cuestión de masas, Jesús se dedicó a formar a unos pocos, que eran fermento, testigos, eso sí… pero fermento. Y es una apuesta fuerte, porque eran ¡doce hombres para el mundo entero! Eran poca cosa…
¿QUIÉNES SON?
Pescadores, un recaudador de impuestos, algún librepensador tipo Natanael; o alguno que conocía alguna otra lengua como Felipe, que parece que hablaba griego; o microempresarios, como los hijos de Zebedeo; y ¿por qué no?, “una mujer”, de la que había expulsado siete demonios y un perseguidor de los cristianos, que se les va a sumar más tarde, Pablo.
Humanamente es una locura, es una empresa que está destinada al fracaso… De todos ellos, nadie ha salido de Jerusalén con excepción de Pablo. No tienen recursos económicos, no son influyentes.
La ciudad y el pueblo al que pertenecen no es nada en el gran mundo del Imperio Romano, en donde ha habido gestas de emperadores, la conquista de las Galias, grandes edificaciones, calzadas que recorren Europa entera, termas enormes, “el circo” que, en pocos años, va a acoger a los de esa “secta que dicen seguir a uno que se llama Cristo”.
Dice san Josemaría:
“Id, predicad el Evangelio… Yo estaré con vosotros…” -Esto ha dicho Jesús-… y te lo ha dicho a ti
(Camino, 904).
A ti y a mí nos lo han dicho y ¿qué pasó? ¡Los apóstoles se lanzaron! En la primera lectura lo vemos:
“¿No les habíamos mandado expresamente que no enseñaran en ese nombre? Pero ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina y quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese Hombre. Pedro y los apóstoles respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres””
(Hch 5, 28-29).
Y es que Jesús actúa, el Espíritu Santo actúa, Dios actúa… y la barca de la Iglesia empieza su navegación a lo largo de la historia… En esta escena, Tú Jesús le das ese empujón a Pedro y metes, de alguna manera, la barca de su alma, a navegar por la historia de los hombres. Y vas a ser Tú el que la vas a guiar… ¡y esa barca sigue…!
¡Todos estamos unidos en torno a Pedro! Y ojalá que todos estemos unidos, fuertes, firmes, entregados, decididos, así como ellos. Doce hombres y algunos acompañantes… amigos, conocidos… pero doce hombres de cara al mundo… Y resulta que al final, a todos los matan… solo Juan llega a viejito.
Uno podría decir: ¿y los apóstoles de Jesús? Y nos responderían perfectamente: asesinados… o enterrados en cementerios comunes… ¿Cuánto le das a un mensaje transmitido así? ¿Cuánto tiempo sobrevive? ¡Que nosotros sepamos ver lo que ve Jesús!
A TRAVÉS DE NOSOTROS
Ayúdanos a ver Señor lo que Tú ves… porque no ves lo poco que valemos, sino lo mucho que puedes hacer a través de nosotros. Que no seamos nosotros los que reaccionemos como algunos de los paganos en Roma cuando vieron a los cristianos: pensar nosotros que era una secta temporal, una rebelión momentánea… tal vez algo “bonito pero ilusorio”…
San Josemaría lo dice:
“Son muchos los cristianos persuadidos de que la Redención se realizará en todos los ambientes del mundo y de que debe haber algunas almas —no saben quiénes— que con Cristo contribuyen a realizarla. Pero la ven a un plazo de siglos, de muchos siglos…: serían una eternidad, si se llevara a cabo al paso de su entrega. Así pensabas tú, hasta que vinieron a «despertarte»”
(Surco, 1).
Todos necesitan que se les ayude, que se les hable de Dios, que se les acerque a Dios de alguna manera… y eso es responsabilidad nuestra… Que nosotros recibamos, con Pedro, ese empujoncito… y empujemos y despertemos a otros… a los que nos rodean…
Claramente pensaba… que nos podían servir las palabras de un autor, que nos dice:
“Para llegar a tus amigos… se quiere servir de ti. Así como hace años ‘se vistió’ de tercer Hombre para hablar con los dos discípulos que marchaban camino de Emaús, de sediento se disfrazó para poder charlar con la samaritana junto al pozo; de fantasma que anda sobre las aguas se vistió Cristo, para que los apóstoles se asustaran y acudieran al Poderoso. De ladrón aparece en la Cruz para poder salvar a Dimas en el último momento. Le vemos de caminante entrando en Naín para levantar a la vida, al adolescente muerto, hijo único de la viuda.
Jesús marchaba sin fuerzas por la vía dolorosa para que se le acercara el padre de Alejandro y de Rufo. Te vestiste Señor de jardinero, para que no se asustara la Magdalena el día grande de la Resurrección. Y hoy quiere vestirse de ti, para llegar a los tuyos, se quiere vestir de amigo para poder zarandear la vida de los que trabajan contigo, de los que viven en tu propia casa, de los que descansan junto a ti, de los que contigo viven”.
Pues Jesús, ¡dame el empujón que le diste a Pedro, que yo también lo necesito!