EL CAMINO A EMAÚS
Hoy es domingo, lo que significa que hoy es el día del Señor porque Jesús resucitó un día como hoy. Y, al ser domingo de Pascua, el Evangelio nos introduce en el mismísimo día de la Resurrección.
Para los que le acompañaban, es decir, para sus discípulos, todo ha sucedido como en cámara rápida. En cuestión de tres días fue apresado, condenado, sepultado y “olvidado”.
Hoy resucita, pero no todos se enteran que ha resucitado, porque las buenas noticias, desgraciadamente, no son noticia. Y la noticia no ha alcanzado a todos, aunque sea la mejor noticia y la más importante de la historia. Es más, algunos se han impacientado por no tener noticia… ¡Qué poca paciencia tenemos los hombres!
Entre los impacientes, hay dos que recogen sus cosas y emprenden el camino en dirección a Emaús. Van como pueden: arrastran los pies y arrastran su humanidad. Van desanimados, van en silencio. Hablan muy de vez en cuando y, cuando lo hacen, se nota que llevan una amargura en su interior. Por eso no se puede decir que hablen entre ellos, más bien discuten. Porque dice el Evangelio:
“mientras comentaban y discutían, el propio Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos” (Lc 24, 15).
Los famosos marines del ejército estadounidense tienen como lema “No man left behind” (ni un hombre se deja atrás) y ese es el lema de Jesús en este día de la Resurrección. “No estás dispuesto, Señor, a perder ni un hombre más. No dejas a nadie tirado, a nadie das por perdido. Y los sales a buscar”.
Pero no te creas que ese camino es cosa del pasado, que solo lo han recorrido aquellos dos hombres en aquel día concreto. Ese camino, el camino de Emaús, de alguna manera lo hemos recorrido todos. Es un camino que arranca con Adán y Eva y que, desde entonces, la humanidad ha recorrido arrastrando los pies cuando camina -cuando caminamos tú y yo-, desanimados, frustrados, apagados… Cuando se discute por el camino, cuando vamos de hombres que ya no están para sorpresas, de personas que ya no están para milagros, porque las cosas no han sido como pensaban, o porque ya lo hemos intentado y ya ven el resultado…
CONFIAR EN DIOS
Como dice un autor: “El camino de Emaús pasa por delante de mi casa, y a lo largo de él desfilan cadáveres ambulantes, ilusiones defenestradas (…). Por él veo pasar a hombres y mujeres cuyo matrimonio lleva roto desde hace muchos años, los mismos que han pasado desde que dejaron de luchar. (…) Otros han perdido la fe que tuvieron de jóvenes y desde entonces se han conformado con una triste piedad de mínimos, o se han apartado totalmente de Dios. (…) Todos esos caminantes tienen algo en común: no creen en los milagros o, al menos, no creen que pueda sucederles a ellos. (…) Es la vejez del alma, y se halla más cerca de la muerte que de la vida”.
Ahora pasa a afirmar este mismo autor, dice: “Conozco a verdaderos ancianos, hombres enamorados a quienes Dios ha concedido largos años de vida en esta tierra, y veo centellar sus ojos cuando se abre ante ellos un horizonte divino. Son hombres acostumbrados al milagro, porque han convivido con él durante mucho tiempo, a quienes el largo camino les ha enseñado a desconfiar de las criaturas y de sí mismos y a confiar plenamente en Dios” (José Fernando Rey Ballesteros, La Resurrección del Señor).
“Señor, yo te digo ¡ayúdame a confiar en ti! Ayúdame, porque yo voy también por este camino. Pero ayúdame -¡ya basta!- a salir de él.
Pero volvamos a la escena y te la voy a relatar más o menos como la relata un poeta que a mí me gusta mucho. Estamos otra vez en la escena. “Jesús – ¡pero qué enamorado! – ha salido a los caminos disfrazado de forastero que se marcha de Jerusalén. Anda de incógnito; como un rey que entre sus propios súbditos pretende averiguar la situación de su monarquía. La situación es mala… Jesús tira de la lengua a dos discípulos de Emaús. Los caminantes van tristes, van hundidos en el agnosticismo y se sorprenden de la ignorancia del forastero: – ¡Pero hombre, es que no supiste lo de Jesús! – ¿Qué Jesús? pregunta Jesús. Y se hace contar su mismísima historia desde el punto de vista del agnosticismo. ¡Sí, Jesús! Ese sueño tan hermoso que se nos murió en la cruz…
“Y resulta que “el sueño” -o sea, Jesús- camina con ellos y quiere ir de a poco. Primero, un tirón de orejas: hombres tardíos de corazón. Después, las Escrituras: “Estaba escrito… es que no leen las cartas que les envía el Espíritu Santo”. Y por último, el itinerario de la salvación, ese camino que está claro que al paraíso se entra por una cruz, como estaba escrito” …
“Pero han llegado a Emaús y “quédate pues a comer con nosotros. Quédate en este alojamiento. Total, ya es de noche en los caminos… Vemos que eres profeta…” Y Jesús, – ¡pero qué actor! – hace como que sigue hacia no sé dónde y después de hacerse de rogar acepta la hospitalidad.
“Se sientan pues a la mesa y cuando Jesús bendice, cuando parte… “¡Eres tú! ¡Eres Jesús resucitado! ¡Nadie en el mundo puede partir un pan como lo haces tú!”. Y, de súbito, Jesús desaparece. ¡Qué profeta ni qué ocho cuartos si tenía que ser él mismo! ¿Acaso no nos ardía el corazón dentro de nosotros?”
Por supuesto, les ardía, sí, el corazón y les ardía todavía cuando llega la dueña de la casa y les pregunta “¿En qué quedamos son dos o tres para la comida? ¿Pero cómo? ¿Y también ustedes desaparecen? Sí, señora. ¡Una noticia urgente qué comunicar! ¡Ha ocurrido lo más importante de la historia universal, aunque usted no se dé cuenta! ¡Nos vamos a Jerusalén! ¡Gracias! ¡Adiós!”
(cfr. Libro de la Pasión, José Miguel Ibáñez Langlois).
JESÚS ESTÁ VIVO
El camino que les separa de Jerusalén es de unos diez kilómetros, más o menos. Y estos hombres volvieron en la oscuridad, corrieron, volaban, batieron todos los récords posibles. Llevan una noticia que les llena interiormente al punto que tienen que compartirla.
“¡El Señor ha resucitado realmente! (…) Ellos se pusieron a contar lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan” (Lc 24, 34-35).
Emaús es el mundo. Jesús nos acompaña en todas las circunstancias de nuestra vida y cuenta con nosotros para que los demás también lo descubran. Transmitir esperanza y fe a nuestro alrededor.
Estos discípulos se han dado cuenta que Jesús no es un simple personaje del pasado. Ya lo consideraban así, porque al responder a la pregunta del forastero hablan en pasado. “Él fue” dicen, él fue. Pues ahora es parte del eterno presente: ¡Jesús ha resucitado, Jesús está vivo!
Que nos demos cuenta que para nosotros también vive, que la vida puede más que la muerte. Que no nos cansemos, que no nos desanimemos, que no nos frustremos.
Como dice el Papa Francisco: “Puede suceder que el corazón se canse de luchar (…); entonces, uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección. Así, el Evangelio, que es el mensaje más hermoso que tiene este mundo, queda sepultado debajo de muchas excusas…” Hay que creer, “creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad (…) la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva!” (Evangelii Gaudium).
Pues nosotros queremos estar ahí de lleno en ese camino, el camino de la esperanza viva Señor. Y tú y yo sabemos que ha resucitado y compartimos la noticia con Santa María. Nuestra Madre se alegra de vernos alegres. Se alegra de vernos llenos nuevamente de ilusiones, llenos de resurrección.