¡Resucitó! Esa es la noticia.
“El mensajero que llega jadeando del campo de batalla a la plaza de la ciudad no cuenta ordenadamente cómo se han desarrollado los acontecimientos, ni se entretiene en detalles, sino que va derecho al grano, proclamando enseguida, con pocas palabras, la noticia que más le urge y que todos esperan, dejando para más tarde el resto de las explicaciones. Si se ha ganado una guerra, grita: «¡Victoria!» y si se ha logrado la paz, grita: «¡Paz!»”
(La vida en Cristo, Raniero Cantalamessa).
EL MÁS GRANDE DE LOS TESOROS
Hoy todos empezarán a gritar: ¡Resucitó! Uno detrás de otro. Es el grito que se transmiten los cristianos entre ellos y por los siglos. Tú y yo ahora: ¡Resucitó!
¿Cuándo? Esta noche, cuando apenas se convertía en día. Te comparto algunos relatos de los sucesos:
“La noche es clara, fresca y estrellada. La luna brilla en todo su esplendor. Los soldados alrededor de una hoguera. Sus rostros cambian de expresión a la luz del fuego o a las sombras de la noche. Más allá, el brillo de las llamas ilumina intermitentemente la gran piedra redonda que bloquea la entrada del sepulcro. La tumba cerrada y sellada.
Los legionarios esperan con ansia el nuevo día. Regresar a la fortaleza Antonia, olvidar al Nazareno y la absurda orden de custodiar su cadáver es su único deseo. Ya, volver.
El sepulcro, excavado en la roca de la montaña, guarda el más grande de los tesoros. En el nicho, el Cuerpo inmóvil de Cristo espera la llegada del nuevo día. Manos llenas de amor limpiaron y perfumaron el Cuerpo del Maestro, lo envolvieron en una sábana blanca, sujetaron el cuerpo con vendas y pusieron un sudario en su rostro. En sus manos y en sus pies, las llagas de los clavos. En el costado, la llaga de la lanza.
Nadie puede entrar”
(Acercarse a Jesús Pascua, Josep María Torras)
NO ERA NECESARIO TANTO
“Está todo tranquilo en el claro de luna.
Los guardias judíos se turnan en grupos de siete
fieramente vigilan al muerto contra sí mismo
en el interior del sepulcro bajo la mortaja
el cuerpo de Jesús yace rodeado por su propia luz.
A la cabeza y a los pies hay dos ángeles en adoración.
El alma de Jesús, que viene de los avernos
acompañada por las almas de los patriarcas y los profetas,
atraviesa la roca del sepulcro
y les enseña las heridas de su cuerpo muerto.
Cada herida se deja ver hasta el fondo de su propio abismo
los santos de Israel observan con amoroso espanto
se diría que elevan gritos inmateriales.
Ahora Jesús toma su torturado cuerpo
y sin moverlo de su sitio lo lleva a la cumbre de los altos cielos,
lo presenta a los amorosos ojos del Padre.
Se diría que el propio Padre está conmovido
al tomar en sus brazos esa hostia ardiente que viene del mundo,
ese dolor excesivo que es su Hijo consubstancial,
se diría que dice no era necesario tanto.
¡JESÚS RESUCITÓ!
Ahora el cuerpo muerto reposa sobre el sepulcro.
Antes de resucitar debe ser sometido a un tratamiento que bordea la gloria,los ángeles le restituyen la sagrada materia
que la pasión dispersó por los elementos del mundo.
Por los látigos, los puño, los harapos,
el madero, el velo de la Verónica. A los cuatro vientos
esa materia debe quedar dispersa para el bien del mundo,
debe ser difundida por los siete vientos
y al mismo tiempo serle restituida a su glorioso dueño.
El mundo es ya una reliquia pero el cuerpo debe estar íntegro
porque dentro de unos segundos ese cuerpo¡Oh Dios!
cuatro segundos,
tres,
¡Oh Dios, ese cuerpo! ¡Oh! Dos, uno
Ese cuerpo ¡Oh Dios,
ya resucitó!”(Libro de la Pasión, José Miguel Ibañez Langlois).
¡EL SEÑOR VIVE!
“Un trueno rasga el silencio y rompe la quietud del amanecer. En el cielo no hay nubes. La tierra se asusta y tiembla. (…)
El relámpago no cesa y brilla con intensidad a la entrada del sepulcro. Su luz ciega a los centinelas. Un joven hermosísimo, con vestidos resplandecientes, aparta —sin tocarla— la piedra del sepulcro. Se sienta sobre ella con aire triunfal. Es un ángel de Luz.
¡El sepulcro está vacío! ¡Ya no hay nada que guardar! ¡Cristo ha resucitado! Su Alma se ha unido nuevamente a su Cuerpo y, glorioso —rodeado de los Ángeles que le han custodiado—, ha vuelto a la Vida.
Los legionarios, como muertos vivientes, permanecen inmóviles en el suelo.
No hay nada que temer.
Me acerco al Ángel, que me mira con su rostro hermoso
«¡Jesús ha resucitado!» Son sus bellas palabras. [¡Resucitó!]
¡El Señor vive. Ha vencido a la muerte, al pecado!
¡Ha resucitado el Señor. Aleluya!
Miro al Ángel y le hablo: Dile a Jesús que le amo. Que perdone mis cobardías pasadas, mi poca fe. Que le espero, que deseo verle. Di a Nuestro Señor que gracias por haberme redimido, salvado, llenado de su amor. Dile que le espero, cada día, en la oración, para que me llene de su Vida”
(Acercarse a Jesús Pascua, Josep María Torras).
BUSCA A SU MADRE
Pero si Jesús no está aquí para verle ahora mismo ¿dónde está?
“Jesús busca a María la primera.
Qué violento, qué divino, qué humano deseo
de abrazar a su propia madre con su propia gloria.
Por este solo abrazo ya se moría de ganas de resucitar.
Era aún noche oscura cuando la Virgen salió a las calles
su hijo teledirigía esos pasos desde la muerte
desde la gloria su hijo los orientaba.
La Virgen iba creando el primer vía crucis para la historia
parecía buscar un objeto perdido
en diversos lugares se inclinaba tocando piedras besando el polvoeran las catorce huellas de Cristo los objetos de su adoración.
ENVUELVE CON SU INFINITA LUZ
Su corazón no se equivocaba nunca,
en tinieblas sus labios daban siempre con esa sangre
mejor que si brillara refulgente sobre el camino.
De pronto se hizo de día a su alrededor.
el día era Jesucristo que la rodeaba,
era el día rey de los días para su reina.
Jesús envolvió a su madre en su infinita luz.
La madre abrazó al Dios hijo como su madre,
como si toda la creación abrazara maternalmente a su Creador.
Ni los ángeles pueden medir lo que duró ese abrazo.
Los ángeles del Hijo se inclinaron ante su reina
mientras allá en el oriente despuntaba el pequeño sol
como un sol de juguete, como un pálido emblema de la verdadera luz”(Libro de la Pasión, José Miguel Ibañez Langlois).
Pocos minutos después aparezco yo por ahí. Llego corriendo y gritando: “¡Madre mía! ¡Resucitó!” María me voltea a ver y, con una sonrisa, me responde: “Sí. Resucitó”.
Esta es nuestra alegría, esta es la noticia que yo te comparto porque me han compartido y que tú debes compartir a todos los demás.
Si hay un día para celebrar, es este. Si hay un día que es el último y el primero, es este. Si hay un día del Señor, Dies domini, domingo, es este.
Celebrémoslo y compartamos esta noticia porque las buenas noticias no son nunca para reservarlas egoístamente sino para compartirlas a los cuatro vientos.