Dice san Marcos en su Evangelio que:
“Terminada la travesía hasta la costa, llegaron a Genesaret y atracaron. Cuando bajaron de la barca, al momento lo reconocieron”
(Mc 6, 53-54).
Estamos en la orilla del mar de Galilea, mar de Genesaret o mar de Tiberiades, como le quieras llamar. La verdad es que eso no importa ahora. Lo que importa es que ha llegado una barca… Tú y yo estábamos por allí, sabiendo que algún día Jesús tenía que volver. Hemos esperado con ilusión.
Hemos visto muchas barcas irse y volver. Pero resulta que esta vez alguien señala y dice: “Allí está Jesús”. Volteamos a ver y descubrimos su silueta. El corazón da un brinco, se nos eriza la piel…¡Te quiero ver Jesús! ¡Todos te quieren ver! Yo te digo desde lo más profundo de mi alma aquellas palabras de la Escritura: Vultum tuum, Domine, requiram: ¡Señor, deseo ver tu rostro!
Todo el mundo sale corriendo en dirección a la barca. Tú y yo también…Jesús avanza, se abre paso caminando en la playa y se detiene frente a nosotros. Nos mira…, sonríe…, le brillan los ojos…
En mi interior escucho aquellas palabras de san Josemaría:
“Jesús es tu amigo. —El Amigo. —Con corazón de carne, como el tuyo. —Con ojos, de mirar amabilísimo…”
(Camino 422).
Y aquí estamos tú y yo… Jesús te mira. Míralo. ¡Créetelo!
ESOS OJOS
No sé si viste la película “La Pasión de Cristo” dirigida por Mel Gibson, pero resulta que el actor que representa a Jesús tiene los ojos azules. Y decidieron cambiarle el color de ojos. Si te fijas los tiene marrones tirando a naranja… Dicen que lo que se buscaba era transmitir el fuego de su mirada.
Pues esos ojos te miran. Ahora, ¿tú, los ves…? ¡Quiero ver! Domine, ut videam: Señor, que vea. ¡Que te vea! ¿Por qué es que a veces no te veo…?¿Qué ensucia o entorpece mi mirada? A estas alturas todos conocemos bien la respuesta, es evidente: Cuando lo que veo es sucio, se me ensucia la mirada… Y eso me impide ver a Jesús…
Pensemos si sabemos elegir qué vemos y qué no vemos… No es andar con los ojos vendados por la vida… Pero sí cuidarme de, en ocasiones, ver sin mirar, de no ensuciar mi mirada…
¿En qué me fijo…? ¿Qué veo…? A todos nos puede la vanidad a veces… y parecemos la bruja de Blancanieves: “espejito, espejito…” Queriendo ser un Apolo o la Venus del Nilo (que eran el ideal de belleza para los griegos) o creyéndome el más fit de los fit…: y viene el postureo… espejito, espejito…
¡Qué absurdo! Pero no es el único espejito… Están también los que ahora llaman “espejos” negros (“black mirror”): las pantallas… ¿Qué vemos de series, películas, videos, redes sociales…? ¿Será que sabemos elegir qué no vemos…?
También está la cuestión de cuánto y cuándo vemos… sino estamos dando vueltas hasta altas horas de la noche y el teléfono se te cae de las manos… Hablando de cosas ya inútiles y viendo cosas ya inútiles…
Pero no sólo eso… ¿Qué vemos cuando no vemos la pantalla…? ¿En qué me fijo cuando voy por la calle, cuando me encuentro con una persona, cuando voy a una celebración…? La vista desparramada, volteando a ver a todos lados, curioseando…
Es impresionante, pero hay más espejos. Hay un espejo interior en el que puedo estarme viendo todo el día…
VENTANA DEL ALMA
Un brillante profesor universitario, C. S. Lewis, reconocía en una carta a un amigo:
«Sentado tranquilamente, mirando los pensamientos que se levantan… según aparecen… uno de cada tres es un pensamiento de auto admiración… Me sorprendo a mí mismo adoptando posturas ante el espejo, por así decir, durante todo el día.
Pretendo que estoy pensando cuidadosamente lo que voy a decir al siguiente alumno (por su bien, por supuesto) y entonces de repente estoy realmente pensando cuán terriblemente inteligente voy a ser y cómo me admirará… Y, cuando te esfuerzas en pararlo, te admiras por hacer eso»
(C. S. Lewis. Sin miedo).
Bueno, creo que nos hacemos una idea…Los ojos son como la ventana del alma… Y dejan que entre luz clara y limpia, brisa fresca… O que se meta polvo y suciedad… Es cierto que la impureza importa aquí, pero no es lo único… Y lo duro es eso: que los ojos se embotan y con ellos la imaginación y la cabeza…
La imaginación se alimenta a base de imágenes… Y si está enturbiada, pues hay que purificar… Tenemos que saber mirar… Necesito ver lo que sí vale la pena: A Jesús, que está allí, en la orilla, cerca de mí, en lo que hago, en donde estoy… Por eso tengo que cuidar mi mirada… Porque sino, no lo veo… Y, ojo, que la mirada también es oración…
Le decía santa Teresa a las persona que empezaban a hacer oración:
“No os pido ahora que penséis en Él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más que le miréis”.
Con esto, la santa decía que se daba cuenta: Él, mirándome está. Y, entonces, resume en una sola frase la actitud de Dios y del hombre: Mire que le mira.
Jesús, no hemos avanzado en la escena del Evangelio de hoy. Nos hemos quedado sólo con las primeras oraciones… Pero es que Tú te has acercado a nosotros y nos has mirado… y vale la pena que tomemos conciencia de este hecho: Que miremos que nos miras… Que miremos…
Con todo esto creo que vale la pena terminar este rato de oración diciéndole a Jesús aquellas palabras tan acertadas que escribió santo Tomás de Aquino en un himno dedicado a la Eucaristía:
“Jesús, a quien ahora veo escondido, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria”
(Adoro te devote).
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