Icono del sitio Hablar con Jesús

ORACIÓN DE JESÚS EN GETSEMANI

ORACIÓN DE JESÚS EN GETSEMANÍ

EL ARTESANO QUE CAMBIA NUESTRO CORAZÓN

Hoy, como siempre, comenzamos pidiéndole al Espíritu Santo, concretamente después de haber vivido esta fiesta de Pentecostés: “Que trabaje en nuestro corazón”. El Espíritu Santo es ese artesano, ese alfarero que va transformando la arcilla de nuestro corazón en un en una vasija perfecta de porcelana. Va haciéndolo despacio, suavemente…

A veces tiene que volver a empezar una y otra vez, porque se desarregla, se descompone con nuestra libertad.

De pronto, tomamos una forma que no era la que el Espíritu Santo había previsto y agarramos un camino y tomamos un atajo que no son los que nos convienen… Elegimos cosas que no nos convienen.

Y ahí está el Espíritu Santo trabajando en nosotros exactamente como un alfarero: —Todos, todos, todos los días.

No hay un solo día, un solo minuto en que el Espíritu Santo no esté intentando trabajar en nuestro corazón, si le dejamos trabajar

Por eso es tan interesante, ser equipo con el Espíritu Santo, porque es todos los días, todos los minutos y todos los segundos de cada día.

Ahora el Espíritu Santo está trabajando en mi alma, si yo lo dejo trabajar. Le he pedido que me ayude a hacer este rato de oración. Le he pedido que me ayude a hacer ésta reflexión.

El Espíritu Santo trabaja en nosotros. Cada uno de los que estamos escuchando ésto, le pedimos: “Espíritu Santo, trabajá en mi corazón. Te ofrezco mi pobre corazón de barro, de arcilla, todavía sin forma, para que Vos lo trabajes y lo transformes en esa obra maestra de cerámica o de porcelana”.

HÁGASE TU VOLUNTAD

En el Evangelio de la Misa leemos un pasaje muy bonito que nos habla de la oración de Jesús, un pasaje duro.

Dice:

«Jesús se fue con ellos a un huerto llamado Getsemaní y dijo a los discípulos: —Siéntense aquí, mientras yo voy a allá a orar. Y se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, Juan y Santiago. 

Empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: —Mi alma está triste hasta la muerte. Quédense aquí y velen conmigo. 

Adelantándose un poco, cayó rostro en tierra. Y rezaba diciendo: —Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú. 

Volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Entonces le dijo Pedro: —No han podido velar una hora conmigo. Velen y recen para no caer en la tentación. El Espíritu está pronto, pero la carne es débil. 

De nuevo se abortó por segunda vez y oraba diciendo: —Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». 

En esta oración de Jesús en Getsemaní, aparecen muchos misterios interesantes. Por un lado estamos viendo a Jesús destrozado.

“Siento una tristeza hasta la muerte”,

una tristeza que me produce la muerte del corazón.

UNA TRISTEZA PROFUNDA

Cuántas veces, nosotros también hemos pasado por esas angustias, esos miedos, esas tristezas ante la pérdida de personas queridas cuando se enferman.

Yo recuerdo el cáncer de mi madre, la tristeza profunda que padecí cuando me enteré que tenía un cáncer irreversible y feo. Porque el cáncer de cerebro es un cáncer que va produciendo lesiones en la psicomotricidad, y es como muy duro de verlo.

Y recuerdo haber sentido estas angustias, esta tristeza, no digo hasta la muerte, pero una tristeza muy profunda. Y ese recuerdo me ayuda a entender la tristeza que sintió Jesús, que sería muchísimo más profunda, porque es la tristeza ante la decepción y el pecado de cada uno de nosotros…

Todas las veces que nosotros le hemos dado la espalda a Jesús, todas esas veces, a Jesús se le ha roto el corazón. Lo hemos arrastrado hasta esa tristeza que no tiene ningún tipo de consuelo, que lo va a llevar a pedirle al Padre

«Que pase de mí este cáliz»,

este dolor, que lo ayude, que lo libere de semejante angustia.

Así como hemos hecho nosotros, con toda lógica, cuando estamos padeciendo esas angustias y esos dolores ante la muerte de personas queridas.

En el COVID, todos hemos perdido, o pienso que casi todos, amigos, conocidos o personas muy queridas que nos han roto un poquito el corazón por verlas partir antes de tiempo, por decirlo de alguna manera, (aunque los tiempos de Dios siempre son los tiempos de Dios).

O de pronto, amigos que hacen un camino distinto y que también te rompen el corazón. Concretamente, en estos días un amigo ha tomado un camino que no es el camino que yo quería, que no me parecía el camino más correcto. Y te rompe el corazón. ¡Todas esas cosas rompen el corazón!

JESÚS NOS MUESTRA EL CAMINO

Sin embargo, Jesús nos ha mostrado el camino, porque a Él también se le rompió el corazón en esa oración de Getsemaní. A Jesús se le rompe el corazón hasta el punto de sentir angustia de muerte, que lo va a llevar a sudar sangre.

Y es interesante porque por tres veces reza al Padre pidiéndole que pase este cáliz. Tres veces. O sea, no le bastó una vez.

La primera vez que le pidió al Padre que lo ayude,

«Que pase de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad».

No sirvió, no lo terminó de confortar.

Volvió a pedir una segunda vez y tampoco terminó de confortar. Recién a la tercera recibió el alivio de la oración.

Esto nos puede servir a nosotros para repensar que probablemente a la primera no nos salga el alivio de la oración. No seamos consolados, no seamos confortados, no recibamos la respuesta que esperábamos en el corazón.

Tenemos que volver a insistir y volver a insistir y volver a insistir tantas veces como sea necesario.

Miremos la oración de Jesús tres veces, repitiéndole esa oración al Padre:

«Padre, haz que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».

Le muestro mi deseo, mi necesidad, y por otro lado, confío en que Él sabe más, me entrego a sus manos y bueno, si tengo que sufrir, voy a sufrir. Si tengo que pasar por este calvario, por este cáliz, pasaré por este cáliz. Cada uno de nosotros, todos los días, pasamos por estos cálices.

Esto que les contaba, de este amigo mío, sí me ha hecho pasar por este cáliz de no dormir, de perder un poco el sueño, imaginando el dolor y la cantidad de cosas que dejaremos de hacer en común.

Pienso que todos tenemos esta experiencia… Pidamos y pidamos y pidamos y pidamos y pidamos, todas las veces que sea necesario, para conseguir eso que necesitamos.

SIEMPRE REZAR

Y no nos olvidemos de esa última advertencia que nos hace Jesús:

«Que recen para no caer en tentación».

Los apóstoles no rezaron y cayeron en la tentación. La tentación de negar a Jesús, la tentación de darle la espalda a Dios.

Esa tentación de sacar a Dios de la propia vida, que hacemos tantas veces al día.

¿Cuántas veces al día le decimos a Dios que ‘ciao’, que no esté presente simplemente porque no lo tenemos en cuenta?

No le pedimos ayuda y hacemos las cosas por nuestras propias fuerzas sin contar con la gracia de Dios…

Contamos solo con nuestro esfuerzo, con nuestra cabeza, con nuestra voluntad. Ahí lo estamos dejando fuera y estamos cayendo en la tentación.

«Recen para no caer en tentación».

Tenemos que rezar todos los días, a la mañana y a la noche. La oración matutina de Jesús y la oración vespertina de Jesús, pidiéndole fuerzas para hacer lo que tenemos que hacer en el día…

Salir de la versión móvil