Por pura coincidencia, me tocó hacer este rato de oración otra vez contemplando el mar Caribe, plácido, cálido, desestresante.
Las olas van acariciando periódicamente la dorada orilla. Se puede descansar tranquilamente en una hamaca que se mece entre dos cocoteros.
Y en cambio, lo que vemos en el Evangelio de hoy, es todo lo contrario, un escenario totalmente distinto, dice:
“Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas”.
(Mt 8, 23-24)
Esto sucedió en el mar de Galilea, nada que ver con el paisaje caribeño que acabo de describir.
Lo que sí tienen en común, es que Jesús duerme plácidamente en la popa de la barca, como si estuviera meciéndose plácidamente en una hamaca, entre dos cocoteros.
“Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?»”.
(Mt 8, 25-26)
Esta última pregunta parece una crueldad. Es cierto que algunos de estos hombres eran pescadores, pero en general el pueblo judío le tenía mucho respeto al mar.
Se atrevían a navegar el mar de Galilea, pero porque en realidad este no es el mar, es un lago.
¿POR QUÉ TIENEN MIEDO?
Nada que ver con las culturas vecinas que sí se aventuraban a comerciar en el inmenso e impredecible mar mediterráneo.
En la mentalidad judía, el agua es al mismo tiempo vida (ellos viven en una zona que es bastantes árida), les da vitalidad, pero no es que haya mucha.
Pero al mismo tiempo el agua es muerte, porque no siempre se puede controlar. Especialmente las grandes masas de agua.
“Por qué tienen miedo?”; Es lógico que tengan miedo. ¿Cómo no tenerlo, si el mundo se les viene encima?
¿Dónde está el Dios que salvó a Israel de las aguas del mar Rojo? ¿Dónde está ese Dios al que Jesús pidió por las curaciones que acaban de ver en Cafarnaúm?
Acaban de ver la sanación del criado del centurión, también como le bajó la fiebre peligrosísima a la suegra de Pedro. ¿Dónde está Dios?
Tú y yo, que conocemos esta historia del Evangelio muy bien, es un episodio muy conocido.
Nosotros tenemos la respuesta: ¡Dios está junto a ellos! Duerme plácidamente en la popa de esa barca.
“Jesús “se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma”.
(Mt 8, 26)
¡Qué despiste estos pobres hombres! ¡Bastaba con acudir a quien está con ellos a menos de un tiro de piedra!
Y qué despistes también los nuestros, porque nos pasa exactamente lo mismo.
A medida que pasan los años, nos damos cuenta de que este episodio del Evangelio de hoy se ha repetido muchas veces en nuestras vidas.
El miedo, la incertidumbre, la sensación de que Dios está lejos, que no se ocupa de nuestros problemas y nos deja solos en la tormenta de la vida.
¡Y resulta que estaba más cerca de lo que pensábamos!
Ahora, después de que ocurre el milagro, estos discípulos se asombran de la grandeza de Jesús, hasta el punto de que:
“Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».”
(Mt 8, 27)
Y lo que han visto no es nada en comparación con la majestad de Dios.
Para un judío, (eso lo podemos recordar de otra meditación que hemos hecho aquí también en Hablar con Jesús), el dominio sobre las aguas era un atributo solo de Dios.
¿QUIÉN ES ESTE?
Y aquí, es precisamente esto lo que hace Jesús. Por eso el asombro absoluto: ¿Quién es Este?
Y resulta que lo que han visto, no es nada en comparación con la grandeza de Dios.
En estos días, apareció una publicación en la página en inglés del Opus Dei, recoge también un podcast de la página de Youth, que intenta explicar la fe a la gente joven.
Y el ejemplo me parece espectacular, decía algo asi:
“Imagina que tienes un amigo que nunca ha estado en el océano y quieres demostrarle que sí existe.
Así que vas a la playa, llenas un cubo de agua, colectas unas ostras y un poco de arena, y tal vez haces una foto.
Luego llevas la evidencia a tu amigo.
Al mirar esa evidencia, tu amigo no va a entender todo sobre el océano.
Sin embargo, habrá suficiente evidencia para que pueda creer que el océano existe” (tomado de la página ‘Youth’).
Todo lo que vemos que Jesús hace y todo lo que dice, son como este cubo de ‘evidencias’, que nos sirve de adelanto a ese momento en el que nos sumergiremos en el océano infinito de Dios.
Por supuesto que con la evidencia que tenemos ahora, no vamos a comprender todo sobre Dios.
Pero sí que nos vamos preparando para ese momento en que nuestros propios ojos podrán ver ese océano de Dios, es más, sumergirnos en ese océano de Dios.
VERDADERAS TORMENTAS
Por lo pronto, le pedimos en este rato de oración, que aumente nuestra fe, no solamente nuestra fe en que Dios existe, sino que está a nuestro lado de continuo.
Protegiéndonos de las verdaderas tormentas, no de las tormentas que nosotros quisiéramos que Dios no nos pusiera, sino de las tormentas de verdad.
Esas tormentas que si nos está esquivando Dios, las que sí son peligrosas para nuestra salvación.
Le pedimos que aumente nuestra fe, de modo que, si quiere resolver nuestros problemas con un milagro, lo agradeceremos, pero si no, igual confiamos en Él, porque tenemos fe.
Por aquello de que “para el que cree, ningún milagro es necesario; pero para el que no cree, ningún milagro es suficiente”.
Todo lo que vemos es evidencia de que Dios existe y que Dios es inmenso, que es la bondad máxima, la belleza incomparable.
Por eso el ejemplo del amigo que nunca ha visto el océano es estupenda, porque por mucho que eche a volar su imaginación a partir de la evidencia que le trajeron en ese cubo, seguramente se quedará corto, con lo que es el océano.
Del mismo modo, lo que Dios permite que veamos de Él aquí en la tierra, se queda corto en comparación con lo que podremos contemplar si, por misericordia divina, llegamos al cielo.
Ya lo advertía san Pablo:
“Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar, lo que Dios ha preparado para los que lo aman.”
(1Cor 2,9)
Dios es totalmente trascendente, no se confunde con lo creado, con la creación, -como piensan los panteístas- pero, aun así, Dios está como oculto, escondido en tantos detalles cotidianos…
MILAGROS COTIDIANOS
Que la vida del cristiano consiste en la aventura de ir encontrando sus vestigios, e imaginarse cómo será ese océano de amor en el que podremos descansar plácidamente para toda la eternidad.
“¿Quién es este?”, se preguntan los apóstoles después de este milagro de las aguas que se calman después de la tormenta.
Y también nosotros podemos asombrarnos después de cada milagro cotidiano: ¿quién es éste que me despierta cada mañana y me regala un nuevo día? –tremendo milagro.
¿Quién es este que es capaz de construir las cumbres de Los Andes, que podeos apreciar en casi toda Sudamérica o la inmensidad del Mar Caribe, o del Océano Pacifico?
¿Quién es éste que me regala tanta paz después de cada comunión o de cada confesión?
Ese es Dios, que puede darse el lujo de estar tranquilo, también en la popa de nuestra barca, porque todo está en sus bondadosas manos: nuestras vidas, nuestras historias, nuestros destinos.
Decía santa Teresa:
“Todo pasa / Dios no se muda”.
El episodio que recoge la liturgia en el Evangelio de hoy es muy conocido. Ya sabemos cómo es el final.
Y para quien tiene fe, es más fácil confiar en la Providencia divina, con la tranquilidad de quien se mece en una hamaca en una playa del Caribe.
Porque, como sucedió en el episodio de hoy, el tiempo siempre le da la razón a Dios.
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