EL SEÑOR HARÁ JUSTICIA A QUIENES LE CLAMAN
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse. Comienza así esta escritura que nos propone la Iglesia en la misa el día de hoy:
«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él diciéndole:
—Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo:
—Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».
Es increíble, pero el mismo Señor saca la conclusión de esta parábola. En algunas ocasiones no lo hace, pero en esta sí. Dice:
«Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que les dará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
(Lc 18, 1-8).
Ay, ay, ay. Esta última parte es fuerte ¿no? Porque cuando venga el Hijo del Hombre sobre la tierra ¿encontrará fe? (…)
Vemos que en el mundo hay cada vez más gente corriendo, alejándose de Dios; se aprueban leyes injustas e inmorales; los comportamientos de muchos grupos se han radicalizado, y ahora mismo vemos guerras y vemos sobre todo ofensas a Dios, que no respetan a la naturaleza ni respetan a las otras personas.
El aborto se ha difundido en muchos ambientes como una práctica usual; las mismas cosas tan horribles como la eutanasia en algunos países -en siete en concreto- ya se han aprobado y en otros se están discutiendo…
Uno podría decir, ¿encontrará luego fe sobre la tierra? Pero también nos encontramos con esa frase que dice:
«Les hará justicia a los santos que claman a él día y noche»
(Lc 18, 7).
“Señor, queremos creer cada vez más en tu palabra, que tenemos que orar y no desconfiar de Ti; que tenemos que estar claros que aunque no entendemos las cosas llegarán de una forma mejor, porque las harás Tú. Tú siempre lo haces, Señor.”
ORAR Y NO DESCONFIAR
Es como esta historia de Betty -no sé si alguna vez ya lo he contado aquí- que era una señora que llegó a ser cristiana a una edad mayor, y aunque era muy pobre, era una mujer muy activa en un pueblito de aquí de Ecuador.
Visitaba a los enfermos, hacía lo posible por dar a los pobres; pedía dinero cuando necesitaba ayuda y cuando se le daba, hablaba con otras personas para luego llevarle a los más necesitados y también les hablaba de Jesús.
Al final quedó en cama por meses porque le dio un reumatismo, supongo -un dolor. Y alguna vez otra persona -no era yo-, le preguntó si era difícil soportar ese cambio de una vida tan activa por el Evangelio, ahora a una vida tan, digamos, inmovilizada.
Y ella respondió: —De ninguna manera. Cuando estaba bien solía pensar que Jesús me decía: —Betty, ve para allá; Betty ven para acá; Betty haz esto; Betty haz eso. Y solía hacerlo tan bien como podía.
Ahora pienso que Él me dice: —Betty, quédate aquí y tose.
Y esto es lo que muchas veces nos tocará. Quédate aquí y tose, porque no hay cómo hacer muchísimas más cosas.
Pero es que el Señor, de ese tosido, de ese seguir sus instrucciones y de ese aceptar nuestras limitaciones, sacará muchos, muchos bienes.
Vale la pena. No te dejes vencer. Vencer por esa tontería que a veces nos desanima y hace que nos sintamos poco útiles. No. El Señor hace que nuestra oración tenga siempre sentido, aunque las cosas no se den como nosotros esperamos, que eso es importante.
LOS TRES ÁRBOLES Y SUS SUEÑOS
Hay una anécdota -bueno, es un cuentito- que cuenta que había una vez tres árboles en una colina de un bosque y estos tres árboles hablaban acerca de sus sueños y de sus planes para el futuro.
El primer árbol decía: “Algún día seré un cofre de tesoros, estaré lleno de oro, plata y piedras preciosas y todos verán mi belleza”.
El segundo árbol decía en cambio: “Algún día seré un gran barco donde viajen los más grandes reyes y reinas de todos los océanos. Todos se sentirán seguros de mi fortaleza y de mi poderoso casco”.
Finalmente, el tercer árbol dijo: “Yo quiero crecer, crecer para ser el más alto de todos los árboles en el bosque y así estaré cerca de Dios. Seré el árbol más grande de todos los tiempos y la gente siempre me recordará”.
Durante años los tres árboles oraron a Dios para que sus sueños se convirtieran en realidad. Pero fue pasando el tiempo y un día un leñador los taló y los vendió a unos carpinteros.
Con el primer árbol, estos carpinteros hicieron un cajón de comida para animales, y fue puesto en un pesebre y llenado con paja. Se sintió muy mal este primer árbol, pues eso no era lo que él había pedido tanto.
El segundo árbol fue cortado y convertido en una pequeña barquita de pesca, fue puesto en un lago pequeño y sus sueños de ser esa gran embarcación, con ese casco poderoso también llegaron a su fin.
Mientras que el tercer árbol fue cortado en largas y pesadas tablas y lo abandonaron en la oscuridad de un almacén. Al verse así, los tres árboles sintieron que sus planes habían fracasado terriblemente.
Sin embargo, una noche José y María llegaron al establo y pusieron al Niño Jesús en el pesebre. Entonces el primer árbol descubrió que había contenido el mayor tesoro de la humanidad.
Años más tarde, Jesús y algunos de sus discípulos subieron a la pequeña barca para cruzar el lago de Galilea y durante la travesía, una gran tormenta se desató y el árbol pensó que no sería lo suficientemente fuerte para salvarlos.
Pero Jesús se levantó y calmó la tempestad. Y el segundo árbol descubrió que llevaba al Rey de todos los reyes, al Señor de todos los señores y que había estado en la más terrible tempestad.
Finalmente, alguien cogió dos de las tablas que estaban en el almacén y sobre ellas crucificaron a Jesús. Cuando llegó el domingo, Jesús resucitó y el tercer árbol sintió que había estado más cerca de Dios de lo que nunca pudo imaginar.
EL PLAN DE DIOS SIEMPRE ES EL MEJOR
Qué preciosas historias. Pero eso es lo que hace Dios con sus elegidos. Porque cuando parece que las cosas no van de acuerdo a tus planes, debes saber que siempre Dios tiene el mejor plan para ti.
Cada árbol consiguió lo que había soñado, aunque no de la forma que había planeado. No siempre sabemos lo que Dios planea para nosotros, solo sabemos que sus planes siempre, siempre, siempre son mejores y solamente Él los conoce.
Por eso, orar y no desconfiar de Dios. No desconfiar de su Palabra, no desconfiar de su fuerza. Él hace que las cosas funcionen.
Aunque no lo veamos, aunque parezca que hemos fracasado, Dios siempre puede dar la vuelta a todo. Es experto en hacer milagros y Jesucristo toca los corazones.
Estos días -uno en concreto-, di en la mañana como tres clases a las chicas de bachillerato. Y claro, las chicas en mi colegio son bastante ‘relajeras’, por así decirlo.
Entonces, a veces uno tiene la sensación de que no están entendiendo mucho o de que la fe no les permea. Y después tuve una experiencia similar con los niños del club y la sensación es un poco de ‘looser’, de qué estoy haciendo con mi tiempo…
Sin embargo, cuando hice la oración de la tarde, me vino como una tranquilidad decir: “Señor, yo estoy poniendo esas pequeñas semillas que Tú harás florecer; estoy dando lo mejor de mí y Tú harás cosas mejores, porque Tú eres Dios y no voy a desconfiar.
Yo lo que hago es rezar. Y me puse a orar; orar y no desconfiar de Dios”.
Te animo a que hagas lo mismo y di conmigo -dilo ahora mismo en tu corazón: “Señor, no quiero desconfiar de ti. ¡No quiero desconfiar de ti! No quiero ser una persona que solo tiene esperanza en que las cosas salgan según sus planes.
Quiero poner esa parte en tus manos Señor. Quiero entregar completamente eso en tus manos.
Danos, Señor, esa fuerza para confiar siempre en Ti. Auméntanos la fe. Eso es lo que también te pidieron los apóstoles cuando vieron que se les hacía un poco más cuesta arriba”.
Y vamos también a nuestra Señora, Ella que nos conoce tan bien y conoce nuestras flaquezas. A Ella también le pedimos que nos aconseje siempre estar cerca de Ti, que no nos suelte nunca para que siempre confiemos en Dios como lo hizo Ella.