Hoy es un día de fiesta, la fiesta de dos grandes de la Iglesia. Podemos decir que son las columnas de la Iglesia: San Pedro y san Pablo.
El Señor escogió a un pescador y a un perseguidor, ambos tenían su vida bien marcada en distintos rumbos, pero Dios interviene en ellos y les cambian la vida.
Esto sucede cuando Dios busca a una persona para que sea su instrumento: le da una vocación para que deje lo que está haciendo y le siga.
La llamada de Dios es:
“Ven y sígueme”
(Mt 19, 21).
No hay mayor explicación, no hay un razonamiento, simplemente una voluntad: Tú, ven y sígueme. La respuesta debe ser inmediata; y es inmediata porque se trata de Dios quien llama.
Si Dios me llama, no se equivoca, es Dios. Entonces vamos a dejarle a Dios que haga conmigo lo que quiera.
Y ¿qué hará Dios? Nos preparará para poder cumplir con esa misión que nos encarga, para eso nos llama.
Eso hizo con Pedro y Pablo, los preparó y les encargó la expansión de la Iglesia junto con los demás apóstoles. Ellos no solo dejaron lo que estaban haciendo, sino que tuvieron que convertirse, tuvieron que pedir perdón por sus pecados.
En el Evangelio de hoy aparece Pedro perdonado. Pedro, que lo había negado tres veces,
“se arrepintió y lloró amargamente”
(Lc 22, 62).
Y el Señor, ya resucitado, le pregunta tres veces también:
““Pedro, ¿me amas?” y Pedro contesta: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo””.
Tres veces le pregunta lo mismo y cuando Pedro le dice “Tú sabes que te amo”, el Señor inmediatamente le dice:
“Apacienta mis corderos”
(Jn 21, 15).
O sea, si tú me amas, cuida a tu gente, cuida a tus ovejas que no se vayan del rebaño, que estén en el rebaño. Cuida a la gente para que estén en el camino de Dios, para que estén en el camino que lleva al Cielo.
DIOS ESCOGE A SUS INSTRUMENTOS
Eso tienen que hacer los instrumentos de Dios: cuidar ese rebaño, esas ovejas, para que estén en el camino correcto.
A Pablo, que era el perseguidor, lo bota del caballo y lo deja ciego por un tiempo y luego el Señor manda a Ananías para que le diga a Pablo lo que debe hacer y Pablo se convierte en el apóstol de las gentes.
Cuántos viajes hizo para catequizar, cuánto tuvo que sufrir, cuánto tuvo que pasar para cumplir con su misión. Es impresionante la vida de este gran santo: san Pablo.
En la vida de ambos se ve cómo actúa Dios para escoger a sus instrumentos.
A lo largo de la historia el Señor llama a sus instrumentos de la misma manera: se acerca sin pedir permiso a nadie y le dice al que llama:
“Tú, ven y sígueme”.
La respuesta debe ser inmediata, nos cambia la vida con la entrega. Cuando uno renuncia a lo que estaba haciendo -como Pedro que era pescador- el Señor le dice:
“Ahora te haré pescador de hombres”
(Mt 4, 19).
Tanto Pedro como Pablo no se consideraban grandes estrellas. Ellos tuvieron que sufrir tribulaciones, muchos sacrificios. Los ignoraban, los perseguían, los maltrataban, no les creían… tuvieron que superar muchísimos obstáculos y ese es el trabajo de Dios.
El trabajo de Dios no es fácil, hay muchas dificultades, hay muchos alicientes también.
San Josemaría decía que:
“El camino es sembrado de corazones, pero también de espinas”.
Hay corazones, hay cosas muy bonitas, pero también hay espinas, dificultades, incomprensiones, persecuciones, maltratos… porque existe el mal, porque existe el príncipe de la mentira que es el diablo.
TODO CRISTIANO DEBE REZAR POR LOS INSTRUMENTOS DE DIOS
El diablo está activo y se mete en los corazones y en las cabezas de las personas.
Todos los días el diablo tienta y quiere tentar especialmente a los que se acercan a Dios, a los instrumentos de Dios, para que rompan su vocación, para que no sean fieles, para que maltraten todo lo que Dios les ha dado, para que no reconozcan que el Señor los ha llamado.
Es por eso que todo cristiano debe rezar mucho por los instrumentos de Dios. Debe rezar mucho por las vocaciones, por la fidelidad de esas vocaciones, para que digan siempre sí a Dios y no, al diablo.
Para que sean fieles y puedan ayudar a otras personas a ir por el camino correcto. Para que vivan una vida de entrega que es una vida de libertad y de alegría porque se está en el plan de Dios, está en el trabajo de Dios, se está en algo maravilloso.
Porque después viene la vida eterna y cómo se goza la vida eterna cuando se ha sabido fructificar los talentos que Dios nos ha dado para ser fieles.
San Josemaría les decía a las personas, a las multitudes, en esas catequesis que hacía tanto en Europa como en América:
“Es urgente rezar por los sacerdotes para que sean fieles, para que enseñen lo que Jesucristo enseñó; para que administren los sacramentos, para que lleven la Palabra de Dios por todas partes, para que recen y hagan rezar.
Rezar por todos los sacerdotes, desde el Papa hasta el último que se haya ordenado en la última diócesis del mundo”.
REZAR POR EL PAPA
El Papa necesita de nuestras oraciones y hoy es el día de la Iglesia y el Papa mismo nos pide: “Reza por mí”.
El Papa lleva un peso encima muy grande, que es el peso de la Iglesia y tiene que padecer mucho. Nosotros no podemos mirar al Papa simplemente como es o qué cosas dice, tenemos que darnos cuenta de esa responsabilidad que tiene.
Él mismo se da cuenta de que se juega el alma porque tiene que llevar al rebaño por el camino correcto, como le dijo el Señor a Pedro: “Apacienta mis ovejas”.
Por eso, necesita muchas oraciones, la oración de toda la Iglesia. Rezar para que no falten nunca vocaciones que son necesarias para la expansión de la Iglesia.
Y la Iglesia, ¿por qué quiere expandirse? Porque se trata de la Palabra de Dios que libera a todos. La Palabra de Dios que nos hace felices a todos, que nos pone en el camino del Cielo que es a donde tenemos que llegar.
La Iglesia nos acompaña siempre, toda nuestra vida, desde el Bautismo hasta la Unción de los Enfermos, hasta el final.
Siempre está acompañándonos la Iglesia porque ahí está Cristo; Cristo que nos lleva por el camino correcto.
Y hoy, en esta fiesta de san Pedro y san Pablo, rezamos especialmente por la Iglesia y por el Papa. Rezamos para que la barca de Pedro pueda ir bien en medio de las tempestades de los tiempos actuales.
San Juan Pablo II decía:
“No tengan miedo”.
No podemos tener miedo, el cristiano tiene que ser audaz, muy audaz.
SER VALIENTES COMO PEDRO Y PABLO
San Josemaría decía:
“El camino es sembrado de corazones, pero también de espinas”.
Hay que decir las cosas claras, hablar con mucha caridad, con mucho cariño, con mucha delicadeza, pero decir la verdad a tiempo, no dejar que el tiempo se pase.
Esos pecados de omisión por no decir las cosas, por no hacer las cosas en su momento, son pecados tremendos que a veces nosotros caemos y tenemos que pedir perdón al Señor. Señor, ¿por qué no hablé antes? ¿Por qué no dije las cosas en su momento?
Tenemos esa responsabilidad. Y hay que atreverse como esos valientes apóstoles Pedro y Pablo, para seguir catequizando el mundo con la verdad que es la Palabra de Dios.
Al mundo hay que limpiarlo con una vida limpia, con una vida de amor a Dios, con una vida de amor a los demás.
Vamos a pedirle a nuestra Madre la Virgen, que fue un instrumento fiel. Ella no se arrogó, no hizo otros planes, podía haberlos hecho, pero no, hizo el plan de Dios.
Renunció a muchas cosas para hacer el plan de Dios y lo hizo con toda generosidad y con toda entrega. Ella, nuestra Madre, es la que nos lleva al Cielo.