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UN SÍ INMEDIATO

San Juan. creer

Señor, en el Evangelio de hoy nos vamos a meter como un personaje más en esas escenas de lo que nos narra hoy san Mateo. Hoy nos toca estar en el Templo, ese Templo de Jerusalén.

Pero para meternos más en la escena, nos toca ser uno de esos personajes que, la verdad, no nos cae muy simpático, nos toca hacer de fariseo.

Hoy Tú Señor nos hablas con fuerza. Estamos en el Templo. Hace poco te hemos retado, te hemos preguntado con qué potestad haces estas cosas y Tú nos has dicho que nos preguntas primero algo a nosotros y, si no respondemos bien, tampoco vamos a escuchar tu respuesta.

Pero ahora tus palabras se ponen más directamente hacia nosotros y con una paciencia infinita te rebajas a nuestro nivel; incluso, nuestro nivel de torpeza, de tozudez y nos dices:

«Un hombre tenía dos hijos. Dirigiéndose al primero le mandó: —Hijo, ve tú a trabajar en la viña. Pero él le contestó: —No quiero. Sin embargo, se arrepintió después y fue.

Se dirigió entonces al segundo y le dijo lo mismo, y éste le respondió: —Voy señor, pero no fue.

La pregunta que nos haces Señor, que hace inmediatamente que nos demos cuenta de que la cosa va contra nosotros:

“¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”»

(Mt 21, 28-31).

Nosotros, que somos torpes, que somos necios, que somos tercos, somos fariseos, pero somos inteligentes, nos damos cuenta de la respuesta correcta y te decimos: “El primero, el que dijo que inicialmente no quería, pero después se arrepintió y fue”.

HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

¿Cuántas veces Señor, en el Evangelio nos has dicho que hacer la voluntad de Dios es donde está nuestra felicidad? Que el querer lo que Dios quiere para nosotros es el lugar por el que hay que pasar para ser verdaderamente felices.

Hoy, en este Evangelio, nos dices que, evidentemente, puede pasar tantas veces que el cumplir la voluntad de nuestro Padre Dios, no siempre es a la primera.

Y es que no hacía falta que nos lo dijeras, porque a nosotros nos pasa tan de continuo.

Pero me parece a mí que con mucha más frecuencia nos sucede lo del segundo hijo, lo de prometer, lo de decir: sí Señor, lo haré y después, por el cansancio, por la flojera, por la presión social, por comodidad… no terminamos haciendo lo que Tú esperas de nosotros Señor.

Este Evangelio de hoy, yo creo que de las muchas cosas que nos puede enseñar, es a considerar y agradecer la infinita paciencia que Dios tiene con cada uno de nosotros.

¡QUÉ PACIENCIA LA TUYA SEÑOR!

Tú Señor tienes la potestad de pedirnos algo y, si no obedecemos a la primera, hasta aquí llegó nuestra vida… pero ¡qué paciencia la tuya Señor! Que nos sigues dando oportunidades una y otra vez.

Yo creo que la paciencia de Dios en nuestra vida se manifiesta de muchísimos modos. Hay dos ejemplos que me parece que nos ayudan muchísimo para esta meditación del día de hoy.

El primero, que me parece a mí más claro, es el Evangelio, pero en el sacramento de la confesión, el sacramento de la reconciliación.

Señor ¡qué paciencia la tuya! Una paciencia que nosotros no tendríamos prácticamente con ninguna otra persona de escucharnos arrepentidos de nuestros pecados.

A veces ese arrepentimiento ni siquiera es un arrepentimiento perfecto y qué paciencia la tuya que nos dices: “Creo que puedes hacer las cosas mejor”.

EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN

En el sacramento de la confesión, los sacerdotes representamos a Cristo.  

Evidentemente, cuando damos esa fórmula de la absolución, la decimos en el nombre de Cristo: “En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo”. No es el sacerdote el que perdona, es Dios que perdona a través de un instrumento inepto que es el sacerdote.

Pero la función del sacerdote no es solamente el de decir la fórmula de absolución, sino que tantas veces tenemos que ser otro Cristo. Tenemos que dar ánimo y preguntarnos: ¿Qué le diría Cristo a esta persona? ¿Cómo le exigiría Cristo a esta persona?

A veces, en el sacramento nos toca exigirle a la persona. No solamente manifestar una misericordia cursi, decir que no pasa nada, que todo está bien, etc. Si no, a veces, nos toca exigir.

Pero más que eso, nos toca dar ánimo, como lo haría Cristo que nos dice tantas veces con el sacramento de la confesión: “Yo creo que puedes hacer las cosas mejor”.

Nos serviría muchísimo para salir de la confesión, primero más agradecidos, pero después también con más fuerza, con más propósito de enmienda, propósito de hacer las cosas bien.

Que Tú Señor me digas que crees de verdad que yo puedo hacer las cosas bien, a mí me ayuda a que yo termine de creérmelo.

Y que me lo digas cada vez que me acerco al sacramento de la confesión… ¡Caray! Eso ya ni siquiera es paciencia, eso es manifestación de ese amor tuyo Señor hacia mí.

Con ese amor que se manifiesta en el sacramento de la penitencia, cómo no corresponder a ese amor con un deseo de luchar, de convertirme.

Aparte, un segundo ejemplo que nos habla de esa paciencia de Dios es un ejemplo del día a día.

DIRECCIÓN ESPIRITUAL

En los colegios, en la dirección espiritual con los más pequeños, se les suele ayudar a que tengan vida de piedad en lo más sencillo. Y no es que sea muy difícil, porque los niños de verdad son súper piadosos.

Pero típica pregunta que se le hace a un niño: “¿Estás rezando todas las noches?” y te dicen: sí padre.  Y la siguiente pregunta: “ajá, pero ¿estás rezando de rodillas todas las noches?” Ahí ya empieza alguno a decir: “bueno, a veces, otras veces no, a veces desde la cama…”

Una cosa que yo suelo hacer es que le digo al niño ahí mismo: “Reza ahora un Ave María” y el niño empieza: “Dios te salve María, llena de gracia…”

“Ok, tardas 15 segundos”.  La mayoría tarda 15 segundos en rezar un Ave María y “a ver si te sabes las tablas de multiplicar, ¿cuánto es 3 por 15? (no se la saben, evidentemente), 45 segundos.

En el fondo, lo que importa es que tardas menos de un minuto en rezar las tres Aves Marías y un día que estés muy cansado dices: pero un minuto no es nada. Te sales de la cama, te pones de rodillas y en menos de un minuto estás otra vez durmiendo. Y así, tu último pensamiento del día es para Dios”.

EL PRIMER PENSAMIENTO DEL DÍA

El siguiente paso es preguntarle al niño si su primer pensamiento del día es también para Dios. Yo creo que eso también es una pregunta que podemos hacernos todos los días: ¿Mi primer pensamiento es para Dios? ¿En qué pienso en la mañana apenas abro los ojos?

A los niños, si los despierta el papá o la mamá, por supuesto que va el famoso minuto heroico: levantarse a la primera. Pero parte de ese minuto heroico es el hablar con Dios y decirle al Señor: “aquí estoy, dispuesto a vivir este día como Tú quieres que yo lo viva, te ofrezco este día”.

Pero también ese primer pensamiento del día debe ser de agradecimiento: “Señor, gracias porque abrí los ojos”.

Y si a mí no me dio un infarto ayer en la noche, si ayer no hubo un temblor y no me tapió el techo de la casa, Señor si estoy aquí vivo, abriendo los ojos un día más, es por una manifestación de tu paciencia.

VIDA INTERIOR

Con lo débil que soy, con lo prometedor que soy, como el segundo hijo de la parábola del día de hoy, otra persona hubiese perdido la paciencia hace rato.

En cambio, Tú Señor, me das una oportunidad más que la doy yo casi por automático; pero no es automático, es de nuevo una manifestación más de esa paciencia de Dios conmigo.

Gracias Señor porque abrí los ojos. Y así, para un alma enamorada, un alma que tiene vida interior, esa paciencia tuya Señor se nota en tantas cosas a lo largo del día.

Si tenemos vida interior, vamos a notar que Dios nos hace infinidad de favores, incluso, muchísimos más de los que necesitábamos, muchísimos más de los que pedimos, de los que necesitamos a veces.

Y en contraste, nuestra falta de correspondencia, de nuevo: ¡Qué paciencia la tuya Señor!

¿Cuántos advientos llevamos ya? Esta es una pregunta muy personal, ¿cuántas navidades llevamos ya?  Cada quien sabe cuál es su edad, no vamos a preguntar, pero son bastantes navidades, bastantes advientos, bastantes tiempos de preparación para la Navidad

De nuevo Señor, aquí estamos un año más, qué paciencia Señor la que tienes conmigo, que me das esa oportunidad de volver a vivir la Navidad como Tú quieres que yo la viva.

Que yo no la desaproveche, que sepa convertirme, que sepa arrancar de mi vida lo que sobra para poder vivir la Navidad como Tú quieres que yo la viva.

EL SÍ DE NUESTRA MADRE

Se lo podemos pedir a nuestra Madre, la santísima Virgen.  

Yo creo que nuestra Madre no se puede ver reflejada en ninguno de estos dos personajes de la parábola del día de hoy, porque nuestra Madre supo decir que sí inmediatamente, ipso facto.

Lo notamos, por supuesto, en ese episodio que recoge el evangelista, en el momento de la Encarnación, de la visitación del ángel Gabriel.

Pero imaginamos que así fue toda su vida; apenas supo qué es lo que Tú esperabas de ella, dijo que sí y dijo que sí hasta el final.

Pues así también nosotros Madre mía, te pedimos que nos ayudes a decir que sí a la primera, en las cosas pequeñas y en las cosas grandes.

En los detalles de fraternidad, de servicio, en la mortificación, en el trabajo bien hecho, en la rectitud de intención, en la vida de piedad… en tantas cosas que Dios nos pide, que Dios nos exige, que Dios nos dice: “Creo que estás hecho para cosas mejores”.

Que nosotros podamos decir que sí inmediatamente, que en eso se nos va nuestra felicidad.

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