“Jesús, hoy te pedimos: “Señor, enséñanos a orar”. Te lo pedimos como te lo pidieron tus discípulos. Te lo pedimos porque han pasado XXI siglos y a veces, demasiadas veces, parece que todavía no hemos aprendido.
Y Tú nos respondes:
«Cuando oren digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino…»
(Lc 11, 2).
El Padrenuestro, esa oración que brota de tu corazón, de lo más profundo de tu alma y sale de tus labios para que los nuestros la repitan”.
Una oración impresionante, oración de hijo, oración confiada, la oración del cristiano. Que ojalá supiéramos rezarla como se debe, también desde la intimidad de nuestra alma y no solo con los labios.
Ojalá supiéramos, por eso, meditar y hacer vida cada una de sus peticiones, “porque esa es tu oración Jesús, pero es nuestra, porque a nosotros nos la diste”.
La oración del cristiano, una oración que nos une, que traspasa las fronteras de las diferencias entre religiones.
Esto lo vivieron
“algunos náufragos del Titanic que estaban agarrados a una tabla. Bien pronto vieron que aquella tabla no era un salvavidas seguro y, por tanto, estaban en sumo peligro de morir todos o casi todos.
Uno de ellos dijo entonces a sus compañeros de desdicha: “Señores, vamos a rezar…”. Pero los que estaban agarrados a la tabla eran hombres de distintas creencias, católicos y protestantes y de varias regiones y lenguas.
“¿Y qué rezamos?” Uno dijo: “Yo creo que todos sabemos una oración común para todos los cristianos: el Paternóster”. Efectivamente: todos o los más que estaban allí sabían esta oración, cada cual en su lengua y la rezaron”
(Junio 2022, con Él, Jesús Azcárate Fajarnés).
PADRENUESTRO
“Gracias Jesús por el Padrenuestro, pero no dejes de enseñarnos a rezarlo y a hacerlo vida”.
Yo sé de gente a la que le golpea, especialmente, una petición del Padrenuestro:
«perdónanos nuestros pecados, puesto que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe»
(Lc 11, 4).
Son palabras que impactan, porque le pedimos a Dios que haga lo que hago yo y como lo hago yo…
San Mateo lo escribe como nosotros estamos acostumbrados a rezarlo:
«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quien nos ofende»
(Mt 6, 12).
“¡Señor, qué grandes lecciones nos das a través de la oración! Contigo vino la revolución del perdón”. Y esa revolución se llama misericordia.
Es una revolución, un salto, que solo se da con la ayuda de Dios, porque es el salto que da la caridad; o sea, la virtud teologal, la virtud que Dios infunde en nuestras almas.
Porque no se trata de querer con el corazón a lo humano, sino que Dios catapulta ese querer y lo hace divino. Eso lleva a perdonar. Pero no solo a perdonar, sino a “misericordiar” como le gusta decir al Papa Francisco.
La misericordia es el perdón al estilo de Dios; o sea, de forma divina. Y es lo que pedimos: “perdónanos, como nosotros perdonamos”.
No dejes de darte cuenta de que hay otro pasaje de los evangelios que viene a decir lo mismo, pero esta vez se trata de las Bienaventuranzas:
«Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia»
(Mt 5, 7).
Nosotros le pedimos a Dios que haga lo que yo hago y Él me dice: “Haré como tú hagas”. ¡Vaya cosa!
Esto se dice rápido, pero implica mucho, conlleva mucho, ¡muchísimo!
LECCIONES DE CARIDAD
Contaba una mamá cómo rezaba las oraciones de la noche con uno de sus hijos. Decían las intenciones por las que rezaban en voz alta: “esta persona”, “aquella otra que sufre una enfermedad”, “por el fin de tal guerra” y así, se iban sumando… ¡a su hijo no se le escapaba una!
La lista se alargaba y la madre preguntó al final: “¿por alguien más?”
El niño pensó unos segundos y dijo: “Sí, por los pecadores”. Y su madre: “¿Por los pecadores?” “Sí mamá, porque si nosotros no rezamos por ellos, ¿quién reza? Y entonces, ¿cómo van a cambiar?”
¡Las lecciones de caridad y de teología que dan los pequeños!
Sobra decir que aquella mamá quedó edificada y, como buena madre, también muy orgullosa de la piedad de su hijo. Razones tenía para estarlo.
Rezar por los pecadores… “Rezar por quien nos ofende y por quien te ofende a Ti Señor… esto te agrada”.
Intentemos pensar como piensa Dios: me duele que me ofendan, no tanto por la ofensa que me hacen, sino porque el que se hace verdadero daño es quien me ofende.
Es él quien está errando, quien se está pudriendo interiormente, porque se está imposibilitando para amar…
Si realmente amamos a los demás, si alguien ama, esto duele… y a Dios le duele.
“No por nada Señor le decías a santa Faustina Kowalska (cuya memoria celebra hoy la Iglesia):
“La pérdida de cada alma me sumerge en una tristeza mortal. Tú siempre me consuelas cuando rezas por los pecadores”
(Diario de santa María Faustina Kowalska: La Divina Misericordia en mi alma).
Ya ves: a Dios le duele…
Todos queremos misericordia, pero a veces estamos poco dispuestos a ser misericordiosos. Y no nos damos cuenta de que, con eso, nos metemos zancadilla a nosotros mismos.
Jesús le decía a santa Faustina:
“Diles a las almas que no pongan obstáculos en sus propios corazones a mi misericordia que desea muchísimo obrar en ellos. Mi misericordia actúa en todos los corazones que le abren su puerta”.
Allí está: nos metemos zancadilla, cerramos la puerta y Dios no puede entrar. Porque Dios hace como nosotros hacemos: perdona si yo perdono, perdona como yo perdono. Es misericordioso si yo lo soy…
ABRIR LA PUERTA A LA MISERICORDIA
Reza el Padrenuestro y ábrele la puerta a la misericordia. Muchos pueden ser tus pecados, pero es mayor la gracia de Dios; su misericordia es infinita.
¿Quieres otras palabras de Jesús a santa Faustina? Pues allí te van:
“Hija mía, escribe que cuanto más grande es la miseria de un alma, tanto más grande es el derecho que tiene a mi misericordia e invita a todas las almas a confiar en el inconcebible abismo de mi misericordia porque deseo salvarlas a todas”.
¡A todas es a todas! Sin importar nuestra miseria. Pero no te olvides que depende de cómo actuemos nosotros… somos los únicos que podemos ponerle freno al obrar de Dios.
“Tú Señor le decías a la santa”: “
Quien no quiere pasar por la puerta de mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de mi justicia…”.
“Jesús, yo quiero pasar por la puerta ancha de tu misericordia. Te rezo el Padrenuestro pidiéndote no decirlo con los labios solamente, sino de corazón. Que sepa perdonar, que sepa misericordiar”.
El perdón es posible alcanzarlo en esta tierra y también en el más allá. Por eso termino compartiéndote el relato de la visita de santa Faustina al Purgatorio:
“Vi al ángel de la guarda que me dijo seguirlo. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes.
Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas.
Las llamas que las quemaban, a mí no me tocaban. Mi ángel de la guarda no me abandonó ni por un solo momento.
Pregunté a estas almas ¿cuál era su mayor tormento? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios.
Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas del Purgatorio. Las almas llaman a María “La Estrella del Mar”. Ella les trae alivio”.
Madre nuestra, Madre de Misericordia, ruega por nosotros pecadores.