“Su Madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud”.
Empieza así el Evangelio que nos propone el día de hoy la liturgia, que es un texto de san Lucas en el capítulo octavo.
La Virgen y los hermanos -que son en realidad los primos- la gente cercana (como sabes no había en el hebreo la palabra primo, y se utilizaba hermano para explicar a esas personas que son muy cercanas a alguien).
Y estos que son cercanos a Jesús, sus parientes, se acercan. No pueden por la cantidad de gente, y cuenta san Lucas que la gente fue diciéndose, unos a otros, para avisarle que esto estaba sucediendo.
Entonces le anunciaron a Jesús, eso quiere decir que fueron diciendo de grupo en grupo, hasta que llegó a donde estaba Jesús (que estaba bastante lejos de donde había llegado su familia):
«Tu Madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte”.
Aquí Jesús da una respuesta que es completamente fuera de lo que esperaríamos. En vez de decir alguna cosa bonita sobre su Madre y sus hermanos, pronuncia una frase que es durísima:
“Mi Madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”
(Lc 8, 19-21).
PROFUNDIZAR EN LA PALABRA DE DIOS
La gente se debe de haber sorprendido; sin embargo, los cristianos ahora nos damos cuenta, de que esta es una de las más bonitas cosas que se pudo haber dicho de nuestra Madre la Virgen; ella es la que escucha la Palabra de Dios y la practica.
“Señor Jesús, ahora que estamos escuchando esta meditación y estamos intentando hablar contigo, te queremos pedir que nos ayudes a ganarnos esta misma frase de Jesús. Que se pueda decir que escuchamos tu Palabra y que la practicamos.
Que sepamos nosotros también profundizar en tu Palabra”. Es lo que intentamos hacer siempre en estas meditaciones de 10 min con Jesús.
“Mi Madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”.
Ojalá tú y yo siempre tengamos esta convicción de que nuestra vida estará siempre mejor al lado del Señor, escuchando su Palabra y poniéndola por obra.
Podemos pensar: ¿qué es poner por obra las palabras del Señor? Porque esta pregunta cae por sí sola, y es: cumplir sus mandamientos, vivir de esa santidad que nos pide, porque Él ha venido a llamarnos a todos a la santidad.
LA SANTIDAD
¿Qué es esta santidad? Esta santidad es sobre todo hacer las cosas bien, trabajar con esmero, vivir las normas morales, esforzarnos por hacer la vida agradable a los demás.
Si te das cuenta, en estos tres ámbitos lo que sobresale es que no buscamos nuestro propio confort, no trabajamos nosotros bien para ganar más dinero o para hacer nosotros más resaltados frente al resto.
No nos portamos cubriendo los mandamientos para ser más venerados por el resto, o no vivimos preguntándonos por los demás y preocupándonos por el resto para tener algún beneficio.
Justamente, la idea de fondo es que nos esforcemos por ser gente que no es egoísta, que nos santifiquemos buscando la Palabra del Señor en nuestras vidas.
El otro día conversaba con un amigo que me decía: «—Vivo en la casa donde nadie se equivoca”.
Y lo decía en un plan de broma, porque siempre toda la gente se excusa, toda la gente siempre está en tráficos complicado y no es que llegaron tarde, sino que la culpa la tiene el tráfico…
Los otros cuando hacen las cosas mal, siempre caen de pie. Y la verdad es que vivir así, a veces es un poco difícil y la santidad no es vivir de la perfección; no es que el trabajo salga todo perfecto o que en nuestro trato con los demás nunca haya como subibajas o que en las normas morales jamás pequemos.
No, la santidad es justamente vivir de la Palabra de Dios, creer en la Palabra de Dios. Y una de las principales cosas que tenemos en esa Palabra, es que el Señor nos perdona; es que tenemos que aprender a pedir perdón.
Tenemos que aprender a recomenzar nuestra lucha.
No está la santidad en no caer, sino en levantarse siempre.
VIVIR LA PALABRA DE DIOS
Pero eso tiene que servir también con nuestros hermanos. ¿Qué quiere decir? Que no vamos a hacerles sentir que somos infalibles. Tenemos que darnos cuenta de que estamos hechos de “barro de botijo” como le gustaba repetir a san Josemaría.
Es un tipo de barro de baja calidad y eso hace que a veces no hagamos las cosas bien. Pero justamente, ahí está el que escucha la Palabra del Señor y la vive.
Queremos vivir con esta convicción de que haremos bien a los demás, haremos bien nuestro trabajo, haremos las normas morales, haremos todas las cosas que se esperan de nosotros con errores.
Las haremos pidiendo disculpas cuando nos hemos equivocado, las haremos mejor si es que en ese trabajo, si es que, en esas normas morales, si es que en ese trato con los demás, rectificamos la intención una y otra vez.
Nuestra Madre la Virgen, es un gran ejemplo de estas cosas.
Fíjate que tal vez, en esa misma ocasión cuando escuchó estas palabras de Jesús, que de la misma forma que la gente fue llevando el mensaje desde las afueras hasta donde estaba Jesús, también habrá sucedido lo mismo.
Habrá escuchado la gente que estaba más cerca de Jesús, esa frase del Señor y se habrán comunicado unos a otros hasta que les llegó el mensaje de vuelta a los familiares del Señor y a nuestra Madre.
VIVIR CON LA HUMILDAD DE LA VIRGEN
Uno puede pensar: tal vez la Virgen se quedó seca y los otros que no entendían tanto (según se entiende también en otros pasajes del Evangelio), tal vez se quedaron también cortados.
Sin embargo, nuestra Madre habrá reaccionado de la mejor forma posible enseguida, e intentando guardar esas palabras en su corazón y meditarlas.
No de forma de resentimiento. ¡Al contrario!
Ver cómo efectivamente era un cumplido, unas lindas palabras, porque ella era la que escuchaba la Palabra de Dios y la ponía en práctica y estaba en ese mismo instante escuchándole a su Hijo Dios, ese mensaje que le había dado y poniéndolo en práctica.
Cuánto tenemos que aprender de ti Madre, porque a veces escuchamos cosas y nos ofendemos. O pensamos que no se nos ha hecho justicia y reaccionamos de mala forma o inclusive nos ponemos a la defensiva.
Nos metemos en esa casa de los que nadie se equivoca: “yo estoy buscando recién ¿por qué me dicen esas cosas? ¡Qué injusticia conmigo! ¡Ay cómo sufro!”
Tonterías que todos podemos irnos llenándonos de esta tontería de la cabeza de pensar que no nos equivocamos, cuando en realidad, estar cerca del Señor implica darnos cuenta de nuestras debilidades y pedir perdón cuando sea necesario.
Inclusive cuando no estamos completamente seguros de haber sido nosotros los que fallamos.
No pasa nada con vivir un poco de esa humildad de las que tanto nos enseña nuestra Madre la Virgen,
“… porque el Señor vio la humildad de su esclava. (…) el Señor hizo grandes cosas en mí”,
dirá nuestra Madre la Virgen en el Magníficat.
SEGUIR EL EJEMPLO DE LA VIRGEN
Tú y yo haremos cosas grandes si también vivimos esta misma humildad; esta misma humildad de aceptar la Palabra de Dios y llevarla a la práctica.
“Mi Madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la practican”.
Una vez más, ¿qué me dice esto a mi corazón? ¿Qué me está diciendo a mí Dios con estas palabras?
Si así vamos a escuchar las Palabras de Dios, pues irán tocando nuestro interior.
Los enemigos de Jesús escuchaban la Palabra de Jesús, pero estaban lejos de Él. No intentaban hacer lo que les decía, sino buscar una equivocación, hacerle patinar para que perdiera autoridad, pero jamás se preguntaban: ¿Qué cosa me dice Dios a mí en esta palabra?
Nosotros, en cambio, queremos seguir el ejemplo de la Virgen, que hizo que la Palabra de Dios se ponga en práctica en su vida, santificando el trabajo bien hecho, viviendo los mandamientos y tratando a los demás como sus verdaderos prójimos.
Y no solo prójimos, cuando recibe de Cristo el mandato de ser nuestra Madre, nos empieza a tratar como verdaderos hijos a cada uno de nosotros y eso ocurre en el madero de la Cruz.
La Virgen llevará estas palabras al máximo, al buscarnos a nosotros como hijos. No le dejemos sola.
Vamos nosotros siempre a ser buenos hijos de nuestra Madre María, intentando vivir la Palabra de Dios y poniéndola en práctica.