LIBERTAD INTERIOR
Una de las cosas que más nos enamora de Jesús es su libertad, su libertad interior. Jesús no actúa cara a la muchedumbre, Jesús no hace cálculo político de lo más conveniente. Y tampoco el Señor dice lo que sus oyentes están dispuestos a oír con gusto. Jesús experimenta una absoluta libertad interior porque vive y actúa cara al Padre.
El Evangelio de hoy nos muestra esta realidad cuando Jesús tiene que hacer ver a los hombres que le escuchan -en este caso fariseos duros de corazón-, la necesidad que ellos tienen de mirar hacia adentro, cada uno, y ver en qué hay que cambiar.
“¡Ay de vosotros, fariseos!, que pagáis el diezmo de la yerba buena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios; esto es lo que había que practicar sin descuidar aquello.” (Lc. 11, 42).
El Señor a veces aparece en el Evangelio hablando en términos, ¿cómo decir? fuertes, palabras duras. Los llamará en otro momento “sepulcros blanqueados” (Mt 23 27), llenos de corrupción por dentro. Y no se está dirigiendo el Señor a gente sin mayor relevancia, son los poderosos de Israel: fariseos, escribas, doctores de la ley.
Tanto poder tenían que conseguirán finalmente, a partir de esa odiosidad, que Jesús sea sometido a un proceso injusto y finalmente morir en la cruz. Aunque bien sabemos que el Señor muere en la más completa, total, absoluta libertad. “Nadie me quita la vida, sino que la doy libremente”. (Jn 10, 18).
LA VERDAD, CAMINO A SANAR EL MAL
Pero cómo no admirarnos de esta libertad interior del Señor para decir la verdad. Jesús ama la verdad. Él es la verdad. Y quiere con todas las fuerzas del amor divino a todos los hombres. También a quienes no le aman; también a aquellos que le desprecian e incluso le odian. Jesús nos ama. A estos fariseos. “¡Ay de vosotros fariseos!” (Lc 11, 42).
¿Y por qué les habla así? ¿Por qué el Señor a veces nos dice cosas que nos incomodan? ¿Por qué la luz de Cristo, o si queremos la luz del Espíritu Santo en nuestra alma, nos muestra rincones oscuros de nuestra conciencia? Porque nos quiere, porque nos quiere felices, porque quiere nuestra conversión. Por eso les habla claro. Quiere de alguna manera romper esa costra gruesa que han ido formando sus corazones y buscando alguna arista, alguna rendija, entrar con la luz de la verdad y con el calor de su amor. “¡Ay de vosotros!”
DIOS NOS LLAMA A CONOCER LA VERDAD
Y con estas palabras de Cristo, algunos se enconan, es decir, echa para fin al fuego, digamos. Toman una postura más odiosa ante el Señor, pero otros comienzan a reconocer en esa voz de Cristo, en esa palabra valiente de Jesús, un eco en su propia conciencia. Y se abren a la verdad. Se abren a la verdad.
También tú y yo estamos necesitados de conversión. También el Señor, en nuestra oración, nos dice cosas que pueden significar teclas sensibles de nuestra vida. Pero vale la pena escuchar esos tonos graves o agudos, porque ahí encontraremos una nueva materia para amar más, para ser más libres.
Aquí vamos a la oración. Ojalá que podamos decir Señor, voy a la oración a dejarme mirar por ti. Dime lo que quieras. Estoy dispuesto a escuchar lo que me quieras decir, aunque me duela. Aunque signifique reconocer finalmente, quizás después de mucho tiempo, de que me he equivocado. Que he herido a esa persona, que he actuado mal, que no he sabido reconocer mis propios errores, que me he justificado una y mil veces. Señor, envía un rayo de tu luz.
SIN DOBLE STANDARD
Y les decía algunos al escuchar a Jesús hablar así: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!” Algunos se sienten removidos y comienzan su camino de conversión. Tenemos entonces el caso de Nicodemo, de José de Arimatea que, siendo fariseos, finalmente se abren al Señor y descubrirán tras esa verdad la ternura de un Dios que los acoge, que los abraza con su infinita misericordia.
Jesús critica en estos hombres el doble estándar, la ley, la norma, pero sin caridad. Y se trata de vivir las enseñanzas, de vivir los mandamientos, pero sin vaciarlos de contenido y ser fieles a las enseñanzas del Señor y de la Iglesia, pero todo movido por el amor de Dios y por el amor a los demás. No se trata de oponer la norma, la ley a la caridad, la verdad a la caridad, sino que van unidas. La caridad, el amor a las personas, incluye también la necesidad de corregir, de hacerles ver su error; la comprensión, el cariño, la ternura, el saber ser acogedores, no tiene que ir en detrimento del amor a la verdad.
CARIDAD Y VERDAD
Me acordaba de unas palabras de santo Tomás de Aquino muy agudas, que dicen lo siguiente: “La justicia sin misericordia, es crueldad”. La misericordia sin justicia es la causa de todas las desviaciones. La justicia, decir la verdad sin misericordia, es crueldad, es dureza. Esa persona martillo de eje, que anda enrostrando a los demás sus errores. La justicia, la verdad sin misericordia, es crueldad.
Pero también la misericordia sin la verdad, sin la justicia, es la causa de todas las desviaciones. Es decir, perdemos la orientación. Jesús sabe unir estas dos dimensiones en una misma realidad, caridad y verdad.
Así lo vemos en la escena de la mujer sorprendida del adulterio, cuando finalmente Jesús le dirá:
“Yo tampoco te condeno, vete, vete tranquila, vete en paz”. Pero también añade al final: “No peques más” (Jn 8, 11).
SANAR NUESTRAS ENFERMEDADES
Porque te quiero, te perdono, nos dice el Señor. Porque te quiero, te ayudo a ver tu error, para que así pueda hacer uso de mi misericordia contigo y sanarte. Como el médico que ve la enfermedad y aunque le incomoda quizá decírsela, no tiene más remedio, pero que busca la salud del enfermo.
“Señor, yo también me declaro necesitado de tu palabra de verdad. Necesitado de esa luz que ilumina mi conciencia y me hace ver en qué debo cambiar para parecerme más a ti, para ser más enteramente tuyo. Dame la valentía, dame la fuerza de dejarme mirar por ti, de no buscar justificaciones”.
Y así vamos avanzando en el camino de la santidad, en el camino de las virtudes, del conocimiento propio y de la entrega a los demás. Se lo pedimos a Santa María, sede de la sabiduría.
Señor, quiero cultivar una estrecha amistad contigo: aprender a escucharte y a acogerte para que te sientas feliz en mi compañía.