Hoy en el Evangelio, como hemos puesto por título a este audio, el Señor -Tú Jesús-, nos ofreces un regalo y una promesa. Primero un regalo y son precisamente las primeras palabras que le escuchamos en el Evangelio de hoy a Jesús.
Dice:
“En aquel tiempo dijo Jesús al gentío: Yo soy el pan de vida”
(Jn 6, 35).
Aquí tenemos el gran regalo.
“Yo soy el pan de vida”.
Como habrás estado atento o atenta estos días a los 10 minutos con Jesús y si has tenido además la enorme dicha de poder participar de la santa Misa, estamos escuchando estos días el discurso del Pan de vida. Jesús, que va a revelar la profundidad de su amor por nosotros a través de la Eucaristía.
Y este Evangelio, que es una parte de ese largo discurso que recoge san Juan, quieres Señor que te identifiquemos como el Pan de vida. Vamos a desgranar despacito esta expresión: Pan de vida.
Pan. El pan es uno de los alimentos más fundamentales en la alimentación hasta el día de hoy y así lo será seguramente en el futuro. No es un alimento costoso y, sin embargo, es difícil entender nuestro día sin alimentarnos de pan.
Ahí hay una primera idea que quizá podemos usar para hablar con Jesús. “Señor, al mostrarte a nosotros como un pan, nos quieres decir que para nosotros Tú eres, quieres ser imprescindible, fundamental. Que no entendamos nuestra vida sin alimentarnos de Ti”.
Un pan, pero un pan de vida. ¡Qué expresión más curiosa! Le estaba hablando a personas vivas -a sus oyentes y también a ti y a mí-. ¿A qué se refiere Jesús con que Él es el Pan de vida?
En realidad, todos los panes -podríamos decir- nos dan vida, nos alargan la vida porque nos alimentan. Pero tú y yo, que hemos escuchado muchas veces a Jesús, lo conocemos bien y queremos conocerlo más, sabemos que Jesús está hablando de algo más. Jesús habla de otra vida, una vida que es distinta, una vida nueva, una vida que solo la puede dar Él.
PAN DE VIDA
Y esta es una segunda idea que podemos utilizar. Si Jesús, si Tú Señor, nos regalas la vida nueva, quiere decir que la vida, tal como la conocemos o la vida sin Él, no es realmente vida. Todavía le falta. No es la vida plena, la vida perfecta, la vida que Él nos tiene preparada.
Hace unos años el Papa, comentando este pasaje, decía:
“Sin Jesús no se vive, se sobrevive”
(Papa Francisco).
La verdad es que, si entramos un poquito en nuestra conciencia, en nuestra memoria y pensamos un poco, tú y yo sí hemos tenido esa experiencia de estar sin Jesús o lejos de Jesús.
Hay que reconocerlo sin miedo -con Dios no podemos tener vergüenza- hay que reconocer lo fatalmente mal que nos hemos sentido estando lejos de Jesús. Ya sea porque venimos de muy lejos -de haber quizá tenido una vida muy distraída, muy despistada con las cosas de Jesús, de nuestro Jesús, alejada de nuestra fe- o bien porque tenemos caídas y nos equivocamos y pecamos, ofendemos a Dios.
Y es entonces que cualquiera que ha aprendido a rezar, cualquiera que ha aprendido a tener a Jesús como amigo, siente un peso enorme de estar lejos de Él. Pero nos ha regalado la confesión y podemos volver a la amistad con el Señor, con nuestro Señor.
La vida, una vida nueva, una vida distinta. Es verdad Señor, yo sí sé, lo he sentido en mi propia carne, que Tú das una vida única. La verdadera vida es contigo.
Así que tenemos este gran regalo: el Pan de vida. Aquello que es necesario, eso es lo que quiere ser el Señor para nosotros, necesario para nuestra vida, para nuestro día a día, incluso. Y que nos regala una vida única y verdadera. Este es el gran regalo del Pan de vida.
Pero esto es solo una parte. Te he dicho al comienzo que hay un regalo y una promesa. Bueno, en realidad me quedé corto. Es más de una promesa. Si ves el Evangelio, descubrirás por lo menos tres… Vamos a citarlas una por una.
¿Cuáles son las promesas de Jesús en este Evangelio? Pero antes, ojo, es importante reconocer y que te sepas, si puedes de memoria, cuáles son las promesas de Jesús, porque si alguien puede cumplir sus promesas, ese es Dios. Y además son promesas fundamentales para nuestra felicidad. Así que cuando te encuentres en el Evangelio una promesa grábalo en tu mente.
Dice el Señor:
“El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá sed jamás”
(Jn 6, 35).
Es como una promesa doble. Si creemos en Él no tendremos hambre ni sed. ¿Y por qué? Porque tendremos esa vida nueva. Y en esa vida nueva es Dios el que nos va a alimentar. No del alimento de ese que comemos y se malogra y es alimento físico, sino un alimento espiritual que quizá no se ve, pero se nota.
Se nota en la alegría, se nota en la paz de tu corazón, se nota en tus ganas de hacer el bien, tus deseos de conversión, tu empuje en el apostolado. Eso se nota… A Dios se le siente y se le ve en sus efectos, en la alegría de un corazón alimentado por el Señor, por el Pan de vida.
LA PROMESAS DE LA ESPERANZA Y LA VIDA ETERNA
Hay una segunda promesa. Toma nota mentalmente si quieres.
“Al que venga a mí no lo echaré fuera”
(Jn 6, 37).
Dicho de otra manera: nunca te rechazaré. Conmigo puedes contar siempre. Si quieres venir a mí, siempre tendrás la puerta abierta. O quizá, cabe entenderlo al revés: el que realmente nos visita y está afuera de nuestra puerta es Jesús y cuando le abramos la puerta, ahí estará esperándonos. No nos rechazará.
Lo vimos hace unos pocos días en el Evangelio de los discípulos de Emaús. Estos discípulos se estaban yendo y Jesús los va a ver. Se estaban yendo, estaban abandonando ya el camino cristiano. Pero Él no solo no los rechaza, sino que los va a buscar.
Pues imagínate tú la esperanza que hay que tener de este Dios nuestro, que no se cansa de esperarnos, que no se cansa de amarnos. Siempre nos tiende la mano. Podemos tener siempre esta virtud preciosa de la esperanza, que es un regalo.
Y por último:
“Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna”
(Jn 6, 40).
Tendremos vida eterna. Esa vida es una muestra gratis, mucho más que una muestra gratis. Es ya la vida que gozaremos en el cielo, de un modo más velado, pero real. Esa vida que nos da este pan de la Eucaristía es un adelanto del Cielo.
Un regalo, tres promesas… ¡Qué Evangelio más estupendo! Asombro, es lo que hay que hacer. Piensa cuando vayas a la santa Misa, cuando visites a Jesús en el Sagrario o participes de la adoración eucarística. Está allí. ¡Está vivo! ¡Ha resucitado! -decimos en este tiempo de Pascua. Pues además, está allí: la Eucaristía es Él.
Cuidado con dejarlo pasar. Cuidado con dejarlo en un rincón, decía el Papa. Acéptalo, ámalo, acógelo, escúchalo, búscalo. Está vivo. No lo trates como un muerto, está vivo.
Lo podremos conseguir más fácilmente si acudimos a nuestra Madre santísima. Madre nuestra, ayúdanos a nutrirnos de esta vida, a tener hambre de este Pan de vida, porque así -lo sabemos bien-, nuestra vida será feliz ya en esta tierra y haremos tanto bien que te arrancaremos también a Ti una sonrisa.