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HOY NACE EL NIÑO DIOS

pañales

Hay un salmo en el cual leemos cómo Dios nos invita a confiar en Él, a poner nuestro cuidado en Él, a creer en Él. Dice:

”Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto. Abre bien tu boca y yo la llenaré.”

Me gusta mucho esta imagen, es muy gráfica. “Abre bien tu boca y yo la llenaré” la voy a saciar.

Dios es el único que puede saciar, realmente, los deseos que hay en nuestro corazón y ahora que celebramos el nacimiento de Jesús, queremos saciarnos con Él.

Queremos alimentarnos de Él, mirarlo y saciarnos. Mirar cómo es Dios que está a la mano, cercano; Dios que viene para nosotros.

Dice el Evangelio, cómo los ángeles le dicen a los pastores:

“Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo.  Hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un salvador, que es el Mesías, el Señor”

(Lc 2, 11).

“Hoy les ha nacido”, es para ustedes, es para nosotros, es para mí.

Cada vez que nace un niño, es motivo de alegría. Siempre que nos comunican que nació ya, “fue niño, fue niña”, nos alegramos, ya nació.

UN MOTIVO DE ALEGRÍA

Dice un filósofo que la historia humana comienza con cada ser humano que nace.  Y ahora que nace el niño, los ángeles se lo comunican a los pastores; es un motivo de alegría, la historia vuelve a empezar.

Pero con el nacimiento de Cristo, la historia comienza radicalmente de nuevo, porque Él es el Redentor.

¿Qué es la redención? Es una recreación, una regeneración de las cosas, que es todavía más admirable que la creación. Es esa oportunidad que Dios nos da de alcanzarlo, porque estábamos condenados a estar sin Él, a estar separados de Él, en la oscuridad.

Él viene como luz, como alimento. Es Dios que viene a estar con nosotros, viene como pan. “Abre bien tu boca y yo la llenaré”. Yo te alimentaré, le dice Dios al pueblo.

Con flor de harina, con miel de roca, con los mejores productos, con los mejores sazones, con los mejores sabores, Dios nos alimenta. Es una buena noticia que hay que comunicar.

Dios viene, se hace Hombre y nace.

Y María lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en la posada”

(Lc 2, 7).

Esta realidad de los pañales y el pesebre, se repite.

“Llegaron los pastores y encontraron al Niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre”

(Lc 2, 16).  

CONTEMPLAR AL NIÑO

¿Qué nos habla ese pesebre, esos pañales? ¿Qué nos quieres comunicar, Señor, en estos 10 minutos que estamos contemplándote?

10 minutos es muy poquito tiempo.

Ojalá en este tiempo de Navidad, te dedique mucho tiempo a estar contigo, a contemplarte para poder saciar.  Porque tú vienes para mí, para saciarme; vienes para llenar el alma, para llenar de fe, esperanza y caridad los corazones. Que yo te dedique mucho tiempo a mirarte.

Y ahora en este ratito, el día de Navidad, vemos esta realidad de los pañales y del pesebre, que nos habla de lo auténtico, de lo verdadera que es tu presencia.

Tú te entregas a nosotros, confías en nosotros, así como Tú nos pides que confiemos en ti. Y te arrojas desde el Cielo y caes en las manos amorosas de María, que te cuida, que te envuelve en pañales y te pone en el pesebre.

Eres recibido por los cuidados de José, que habrá adecuado de la mejor manera ese portal, porque no hubo lugar para Ti, para María y José en la posada.

Me pregunto en este rato de oración, te pregunto a Ti Señor: ¿Tú encuentras lugar en mi corazón, en mi alma, para estar? O te relego allí a una esquinita de mi corazón, quizá sucia, donde hay otro tipo de criaturas. ¿O te doy el lugar principal?

¿Qué esperas de mí? ¿Cómo puedo yo darte un buen lugar en mi alma?

Lo primero que Tú esperas de mí y lo que vemos en el Evangelio que te alegra, es la fe. Es el creer en Ti, reconocerte.

ALIMENTARNOS DE ÉL

Los ángeles le dicen a los pastores:

“Hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor.”

Que yo te reconozca como Mesías, como mi Salvador, como mi Señor.

Te veo Niño, indefenso, envuelto en pañales sobre el pesebre, pero reconozco que eres mi Dios. Tú esperas de mi fe y si creo en Ti, me vas a saciar.

Precisamente en ese salmo que te leí al principio, al menos en ese versículo, está en un contexto de fe.

Es lo que pide Dios al pueblo:

“Escucha pueblo mío, ojalá quieras escucharme. No tendrás un Dios extraño, ni te postrarás ante un Dios extranjero. Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto. Abre bien tu boca y yo la llenaré.”

Y viene el reproche de Dios, la queja paternal, el dolor de Dios, porque no lo recibimos, porque no creemos:

“Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no me obedeció. Hay, si mi pueblo me escuchase, si Israel marchara por mis caminos.  Yo al punto, humillaría a sus enemigos, volvería mi mano contra sus adversarios. Yo le alimentaría con flor de harina, le saciaría con miel de roca”

(Salmo 80).

Señor, yo me quiero saciar, quiero contemplarte, quiero alimentarme de Ti. Quiero que tu luz sea luz para mis pasos. Y para eso, fe, es lo que esperas de mí.

Yo creo que eres Dios, que te has hecho Hombre, eres mi Salvador, el Mesías, el Señor que me vino a salvar, a alimentar y vas a estar conmigo.  Yo te quiero recibir como María te recibió, con esos cuidados.

Yo te quiero recibir también, estos días de Navidad, procurando acercarme más a los demás, vivir mejor la caridad, vivir mejor la paz con los demás.

“Paz a los hombres de buena voluntad”

(Lc 2, 14).

Que yo tenga buena voluntad con los demás, que sepa perdonar, que sepa aceptar a los demás con sus defectos y ayudarles a ser mejores, tener buenos sentimientos en mi corazón que es lo que yo te quiero regalar, en estos días de Navidad Señor, para que Tú encuentres lugar en mi corazón.

Le pedimos a María, que

“guardaba todas estas cosas en su corazón”

(Lc 2, 19).

Madre nuestra, ayúdanos a abrir nuestro corazón para que entre el Niño Jesús y encuentre un buen lugar allí.

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