«Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: —¿Por qué tus discípulos no ayunan como lo hacemos nosotros y los fariseos?
Y Jesús les responde: —¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán»
(Mt 9,14-17).
TIEMPO DE CONVERSIÓN
Así comienza el Evangelio del día de hoy. Me parece una muy buena forma de pensar cómo llevamos nuestra vida, porque el esposo ya ha sido llevado. Ya Jesucristo ha subido a los Cielos.
Hemos vivido hace relativamente poco esta fiesta de la Ascensión del Señor y ahora nos encontramos de nuevo ‘sin el esposo’.
Y ahora es el momento de ayunar, el momento en que las cosas dejan de estar de fiesta. La fiesta duró durante la Pascua y ahora ya estamos sin Jesucristo.
Sabemos que Jesucristo está siempre con nosotros en la Eucaristía, pero la verdad es que es interesante considerar esto. Es el momento de hacer ayuno. Es el momento de preguntarnos sobre nuestra vida, de ganarnos el Reino de los Cielos, no es lo mismo que cuando estaba Jesucristo con nosotros.
Ahora mismo es el tiempo del Espíritu Santo, el tiempo del crecimiento del Reino de Dios en cada una de las personas.
Y para que eso funcione, tenemos que darnos cuenta de que tenemos que convertirnos. Tenemos que hacer nuestra esa realidad, de hacernos cada vez más de Dios.
UN CAMBIO DE VIDA
En ese libro de José Ramón Ayllón que se llama “Diez ateos cambian de autobús” -te lo recomiendo-, dice: “Probablemente Dios no existe”, eso reza la publicidad de algunos autobuses. Esto era en una época en Madrid en concreto.
Sin embargo, -continúa Ayllón-, los creyentes creen en Dios y no se callan, y cuando quieren, saben hacerse sentir.
Esto pensaban muchos ateos y agnósticos como Chesterton, Dostoievski, Sábato, Franklin Collins, Tatiana Goricheva, C. S. Lewis, André Frossard, Edith Stein, Messori y Narciso Yepes… Hasta que pasaron de esa opinión a la seguridad de la existencia de Dios.
Y ese misterioso salto, no lo dieron en medio de una vida fácil, sino en las circunstancias dramáticas de quienes han sufrido en sus carnes la persecución, la cárcel o una guerra.
Ellos mismos, escritores notables, nos cuentan su cambio de vida y de autobús en sus propios libros” (Cf. José Ramón Ayllón, 10 ateos cambian de autobús).
Hoy, aquí en Ecuador, estamos pasando una situación bastante difícil; de un encontronazo entre el gobierno y unos sectores de la población, en concreto de la población indígena.
Y vivimos todavía en una situación bastante delicada, en donde se cortan vías, hay protestas, algunas veces hay mucha violencia en las calles.
Y podría ser interesante, en este mismo instante preguntarnos: -Bueno, ¿yo sirvo a Dios? ¿Estoy dispuesto a perdonar a los que están a mi alrededor, aunque me hagan el mal? (…)
PERDONAR A LOS QUE NOS OFENDEN
Y es que, en muchas de las conversiones de que hemos hablado ahora, de las que habla Ayllón en su libro, el proceso de conversión pasa por el perdón, por darse cuenta que es importante perdonar, antes de acercarse a Dios.
Es muy difícil acercarse a Dios con el corazón lleno de odios, de rencores o de resentimientos.
Esto, que ya lo hemos oído muchas veces, en estas prédicas de 10 minutos con Jesús, vale la pena que lo volvamos a sacar a flote: ¿Llevo resentimientos en mi corazón? ¿Es que acaso permito que el odio, la ira y el resentimiento ganen espacios en mi corazón?
Tenemos que ser muy conscientes de que eso nos aparta de Dios, como lo decimos cada vez en el Padre Nuestro:
“Perdónanos como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden”
(Lc 11, 2-4).
Esto no puede quedar en una cosa bonita de una oración que el mismo Cristo nos enseña, sino que tiene que pasar a ser vida nuestra.
Muchas veces, al que hay que perdonar le conocemos, le ponemos cara, sabemos quién es. Pero otras veces, es un público un poco más abstracto.
Es un grupo de la sociedad que tal vez nos causa temor, o que le sentimos un poco de odio, de resentimiento porque nos ha creado injusticias, porque no nos deja transitar por vías libres, o terminar nuestros negocios, o hacer las cosas que nos gustarían y estaban programadas: viajes para finales de curso, no sé, hay miles de cosas que se han parado aquí en Ecuador por estas manifestaciones.
Seguro que en todo el mundo suceden este tipo de cosas, y que nos pueden generar este resentimiento.
SOBREVIVIR PARA CONTARLO
Pero no, justamente ahí está nuestra consideración de que no podemos dejar que estas cosas nos separen de Dios. ¿Por qué tus discípulos no ayunan como nosotros y los fariseos ayunamos? Le preguntan los discípulos de Juan el Bautista, gente santa. Y Jesús es súper claro,
«—Ya ayunarán»
(Mt 9,15).
Yo te digo, éste es el tiempo del ayuno. Éste es el tiempo de hacer esos sacrificios. Este es el tiempo de ofrecer esas oraciones al Señor, para pedir que la situación se arregle, para pedir que no crezcan en nuestro corazón odios, resentimientos, deseos de venganza que lo único que hacen es pervertir nuestro corazón.
Hay una historia bien bonita que supongo habrás oído hablar alguna vez. Se llama “Sobrevivir para contarlo”. Es de Inmaculée Ilibagiza una ruandeses, hija de padres que eran profesores y también fervientes católicos que fue sobreviviente del genocidio de Ruanda en 1994.
Ella tenía apenas veintidós años, y para salvarse permaneció en el baño por noventa y un días, escondida en un espacio estrecho y oscuro. Inmaculée perdió a sus padres y hermanos Damascene y Vianney tras la guerra en Ruanda; y también a muchos de sus amigos, sus compañeros de universidad, su casa, todo lo que era, sus recuerdos de infancia.
Pero ella reencontró a Dios con más fuerza cuando supo perdonar, cuando supo levantarse de las cenizas del genocidio de Ruanda. Tal vez lo más fuerte que una persona se puede imaginar.
PARA NO ODIAR NI DESEAR VENGANZA
“Señor Jesús, Tú que nos escuchas, te pedimos que nos enseñes esta gran lección: que aprendamos a perdonar. Que hagamos como Tú, Señor, que no condenas, sino que dejas pasar.
Que sabes esperar el momento oportuno para tocar los corazones de tus discípulos, de la gente que está a tu alrededor, que en definitiva, no juzgas, no estás separando. Que te sientas a comer con los pecadores, con los publicanos, que eran los pecadores de la época.
Y no dejas que estas cosas hagan que pongan una barrera entre Tú y ellos, pese a que ofenden a Tu Padre, a tu mismo Padre, porque ellos eran conscientes de que faltar a la Ley de Dios era ofender a Tu Padre Dios Todopoderoso.
Sin embargo, Tú te sientas a comer con ellos, Señor, y Tú no te llenas de ira cuando tus mismos discípulos te abandonan, o cuando el mismo Pedro te negó tres veces delante de una criada, de una empleada que no podía hacer nada contra él, pero sin embargo te niega.
Y para nosotros es importante, Señor, que nos demos cuenta de que somos poca cosa y de que no podemos permitir que en nuestros corazones entre el odio, el rencor, el deseo de venganza”.
SABER PERDONAR
Te pedimos, Señor, que nos hagas entender estas cosas. Que demos la vuelta, que es el tiempo de hacer penitencia. Llegará el momento en que el esposo le será quitado y entonces ayunarán.
Este es el tiempo del ayuno. Este es el tiempo que el Señor había previsto desde el inicio para que nosotros nos demos cuenta que tendremos que sacrificar algunas cosas para poder seguirlo.
Y una de estas cosas es sacrificar ese deseo de venganza, ese odio, esa frustración que podemos estar sintiendo todos. No podemos darle rienda suelta a todo eso, que lo único que hace es separarnos de Dios.
Vamos a poner estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen. Ella es la primera interesada en que sepamos perdonar y acoger a los demás.
En que no llevemos una piedra en nuestro corazón, sino que sepamos hacer esta penitencia que nos pide el Señor hasta que llegue de nuevo el Esposo, su Hijo Jesús.