Aquí estamos tú y yo, una vez más, deseosos de hacer oración. Hacer oración que es escuchar a Dios y hablar con Él. Escuchar y hablar.
Como aquella multitud que escuchaba Tus palabras Jesús. Pero, como aquella multitud, no todos aprecian el valor de la oración.
“De entre la multitud que escuchaba [sus] palabras, unos decían: —Éste es verdaderamente el profeta. Otros: —Éste es el Cristo. En cambio, otros replicaban: —¿Acaso el Cristo viene de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David y de Belén, la aldea de donde era David? Se produjo entonces un desacuerdo entre la multitud por su causa”
(Jn 7, 40-43).
Sigue habiendo desacuerdo… en torno a Jesús, en torno a Ti Señor y entorno a la oración…
“«¿Para qué sirve rezar?», preguntan algunos una y otra vez. ¡Como si rezar sirviera para algo! Un martillo sirve para clavar, una refrigeradora para enfriar, un microondas para calentar… pero, rezar, en este sentido pobre del verbo servir, no sirve para nada.
En realidad, la pregunta es inadecuada, equivocada… Pensémoslo: ¿Para qué sirve amar? ¿Para qué sirve la amistad? ¿Para qué sirven las cosas más importantes de la vida? Justamente porque no sirven para nada –en sentido utilitarista– hacen la vida más hermosa, y son dignas de contemplación y elogio.
(…) El hombre de fe es un hombre que reza y rezando apuesta por la santidad. Fundados en esa virtud sobrenatural [la fe], nunca contemplaremos nada con ojos humanos, con la nariz pegada a la realidad como hacen tantos. Contemplar –rezar– eleva el vuelo, da distancia con respecto a las cosas y genera calma en nuestro ánimo y paz en los corazones. Por eso, nada nos agobia o entristece. Somos, sí, sembradores de paz y de alegría. Así que la oración, que no sirve para nada, te hace consciente de todo lo que Dios es para ti y de lo hermosa que es la vida de los hijos de Dios”
(cfr. Siempre con Él 1. Tiempo Ordinario. Semanas I-VI, Fulgencio Espa; Antonio Fernández; Fernando del Moral).
JAMÁS HABLÓ ASÍ HOMBRE ALGUNO…
Justo esto es lo que perciben los alguaciles que habían sido mandados a apresar a Jesús (querían prenderle dice el Evangelio) por todo este alboroto que se ha creado.
Pero
“volvieron los alguaciles a los príncipes de los sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: —¿Por qué no lo han traído? Respondieron los alguaciles: —Jamás habló así hombre alguno. Les replicaron entonces los fariseos: —¿También ustedes han sido engañados?”
(Jn7, 44-47)
¡Me encanta esta respuesta! Jamás habló así hombre alguno…
¡¡¡Es totalmente cierto!!! Basta con que Dios nos hable una vez o, aunque sea de vez en cuando, para darnos cuenta de que nadie habla como Él… Nos queda esa clara impresión que es a mí a quien habla y el alma se queda con mucha paz, aunque lo que nos pida sea retador…
Pero luego viene esa otra frase: ¿También ustedes han sido engañados?
Porque, aceptémoslo, el debate sigue siendo actual: si rezar sirve de algo, si realmente Dios me escucha y me habla, si vale la pena perseverar en la oración, si esto de la oración es verdadero o es un gran engaño…
Comentaba uno que
“un cristiano podría abandonar la oración, decepcionado ante la falta de afectos sensibles o de resultados que a él le parecen tangibles, pero se perdería las mejores épocas de su oración con Dios. ¿Por qué las mejores? Porque serán las que están avaladas por la perseverancia. Esa ha sido la experiencia de muchos santos. Por ejemplo, de santa Teresa, nada menos: “Muchas veces, algunos años estaba más pendiente de que se acabase el tiempo de oración y de escuchar cuándo sonaba el reloj, que no en otras cosas buenas. Aceptaba de mejor gana no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que recogerme a tener oración” [Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, capítulo 8]”
(La historia de amor más grande jamás contada, Javier Aguirreamalloa).
Ojo que
“admiramos de santa Teresa sus arrebatos místicos, sus éxtasis con los que hasta se elevaba por los aires, teniendo las monjas más fuertes que sujetarla, tirando de ella hacia el suelo. Sin embargo, fueron gracias extraordinarias precedidas de años de aburrimiento insufrible a la hora de rezar. Durante más de una década se le hacían tan soporíferos los ratos de oración, que pasaba el tiempo contando las baldosas de la capilla…”
(cfr. Octubre 2022, con Él, José Luis Retegui García).
PERSEVAR EN LA ORACIÓN
Vale la pena perseverar en la oración porque jamás habló así hombre alguno…
En todo caso aprendamos a hacer oración… Porque también eso se aprende…
Como decía san Bernardo:
“aprende a orar, aprende a buscar, aprende a pedir, aprende a llamar: hasta que halles, hasta que recibas, hasta que te abran”
(San Bernardo, Sermo in Ascensione 5,14).
Hay que aprender y perseverar. No es un engaño. Rápido se dieron cuenta los alguaciles, pero tarde se dieron cuenta los fariseos… Perseverar.
“La perseverancia es esencial para todas las facetas de la vida, como conoce cualquier padre, directivo, educador, deportista o artista. Todas esas actividades pasan por periodos de aridez, donde las cosas cuestan. Puede incluso que esos periodos de dificultad sean más frecuentes que aquellos en que el viento sopla a favor. Puede incluso que la aridez sea lo permanente.
Beethoven se quedó progresivamente sordo a partir de los 30 años. Pensó incluso en el suicidio, desesperado por semejante minusvalía en un músico, y así lo escribió en una carta –conocida como el “Testamento de Heiligenstadt”– dirigida a sus dos hermanos. Sin embargo, compuso sus mejores obras en la época de su sordera, incluidas sus siete últimas sinfonías de las nueve que compuso. La sordera, en vez de apagar su música, la hizo mejor.
En el caso de la oración sucede lo mismo. Lo ordinario de la oración es que cueste, porque no se experimenta la presencia viviente de Dios. Además la batalla de la oración tiene un enemigo –el demonio– muy interesado en que la abandonemos: “eso no sirve para nada, no eres digno de orar, estás perdiendo un tiempo que no tienes, mañana estarás más descansado que hoy, tienes que responder a estos correos y mensajes, está jugando tu equipo favorito, esa oración sin ganas es una hipocresía, si te ven entrar en la iglesia, pensarán que eres un beato…” [cfr. Cartas del diablo a su sobrino, C. S. Lewis].
Perseverar en esos momentos de dificultad es comportarse según la fe (…) y según el amor. Orar porque uno se fía de Dios, y orar porque así ejercita la fidelidad, que es el nombre del amor en el tiempo”
(La historia de amor más grande jamás contada, Javier Aguirreamalloa).
Persevera y aprende. Dios te escucha y te habla. Jamás habló así hombre alguno…
Se lo podemos pedir a Nuestra Madre que estaba acostumbrada (qué envidia, ¿no?) a hablar con Jesús y se daba cuenta -por mucho que lo hiciera todos los días- qué jamás habló así hombre alguno…
Madre Nuestra, tú que eres maestra de oración enséñanos y ayúdanos a perseverar en nuestra oración.